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“Hasta en el mismo centro de la pobreza hay algo bello”

Por Agustín Aranda.- Referente en La Lagunita, Margarita Castagno es una luchadora terca e incansable que mezcla arte y solidaridad.


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La Santísima Trinidad para Margarita Castagno está formada por  las palabras: sabiduría, humildad y salud. Esos son los tres conceptos que, cual mantras, están anotados en el portón que sirve de acceso al colorido jardín de su vivienda en el barrio La Lagunita. Previo al año 2000, el nombre de esa porción del oeste rosarino no era un eufemismo. Cada vez que las lluvias eran intensas, la falta de desagües convertía a todo el lugar en un hueco húmedo donde familias de bajos recursos elegían empezar a levantar sus casas ajenas al ojo del Estado. El programa Rosario Habitat cambiaría eso años más tarde. Margarita recuerda cómo rellenaron los huecos y demarcaron las calles. Ya habían pasado más de diez años en ese lugar para criar a su familia. Lejos había quedado su Charata, pequeña localidad de Chaco, donde aprendiera a coser, grabar y tallar, entre otros quehaceres. De profesión enfermera, se enamoró de un hombre que vivía en Rosario y al no conseguir trabajo aquí se volcó al cirujeo. Pasó por 12 cursos de capacitación laboral en el Cecla Eva Perón, también en el oeste, y se convirtió en una referente del barrio y los carreros. Desde 2001 ella comanda el carro que va en busca de las verduras en el mercado de Fisherton para abastecer a un comedor que da 150 raciones de comida a pibes de Lagunita.

Fuera de su barrio, puede ser reconocida en los desfiles costumbristas característicos del Día de la Bandera. Con un filete propio de San Telmo su carro impecable marcha gracias a dos de sus tres caballos: Gordito y Petiso. El tercero, muy rebelde, se queda en Lagunita mientras ella se suma a Las Bahianas, grupo de bailarinas que formaron la comparsa del barrio.

La semana pasada una réplica a escala de su carro, de un metro por 70 centímetros hecha con papel maché y madera, ocupaba parte del Centro Municipal de Distrito Oeste “Felipe Moré”. Corolario de su intensa actividad, Margarita es artista y su muestra se pudo ver hasta hace una semana en las paredes del edificio gubernamental para tratar de amenizar la cola de los impuestos o la espera de un trámite para algún vecino. Pinturas y grabados completaron la muestra que se viera en primera instancia en la Secretaría de Cultura y Educación, en la ex estación Rosario Central.

Basura en colores

Ella dice que todo lo que hace lo reparte. Se brinda a su barrio pero hay dos horas que son suyas, cuando dibuja, graba o talla lo que considera necesario y bello: paisajes naturales de fuertes colores y escenas con caballos, toros, águilas, perros y gatos. Su arte y su forma de vida no colisionan y tuvieron como punto de inflexión la muerte de dos de sus siete hijos. “Empecé a ayudar a los demás. Esto –señala sus obras en la oficina del distrito– son los chicos que ayudo. Sin estudio ni capacitación son animalitos”, explica.

Margarita cuenta sobre el problema de la drogadicción en el barrio. Contrapone su ejemplo de trabajo, capacitación continua y sintetiza la matriz que sostiene su obra: “La idea es que dentro de la pobreza se puede hacer mucho. Hasta en el mismo centro hay algo bello ¿Sabés cuándo me siento pobre? Cuando no puedo difundir lo que hago”, sostiene.

Frente a Margarita, Gerardo Casas defiende las obras. Él es miembro del equipo de cultura del distrito y ofició como curador de la artista, define a sus imágenes como metáforas de lo que ella ve todos los días. “No será la violencia de la urbanidad de un encierro sin paredes pero hay imágenes muy crudas y ligadas a la naturaleza”, explica.

A él Margarita dedicó dos cuadros, ya que, como sostiene la mujer, “rompió mucho las guinditas”. “Hay mucha necesidad por satisfacer. El Estado no puede con todo por lo que hay políticas micro y macro. Territorialmente se pueden dar pequeñas posibilidades a los vecinos”, completa Gerardo.

Del otro lado de la mesa, Marisa Palazzo, directora del centro municipal del distrito Oeste, reconoce la muestra como una forma de encuentro del vecino con aquello propio al territorio del que proviene. “Todos la conocían a ella en el barrio. Pocos sabían que era artista y podía hacer todo esto”, apunta.

Parte de las políticas de descentralización incluyen este tipo de iniciativas –talleres de indumentaria, folclore y hip hop, entre otros– menos visibles que obras públicas pero también necesarias para la construcción de la identidad de la zona.

El anhelo de Margarita no está en el Macro o el Castagnino, lugares que nunca ha pisado en su vida. Sigue yendo a la escuela junto a su nieta que aprende a leer, y mantener el comedor de Lagunita junto al respeto de los pibes. “Ya está hecha” porque construyó su casa a pesar de pasar tres años en una silla de ruedas tras que fuera atropellada. Con ladrillos reciclados armó su vivienda aunque no se considera maestra mayor de obra por ello. Su principal ingreso fue el reciclado al que hoy mira como una actividad desaprovechada en la ciudad. “Estaría bien que se elimine la tracción a sangre pero si le dan trabajo a las 7.400 personas que trabajan de esto en Rosario. Y estaría bien porque hay muchos que son más animales que los animales”, opina Margarita y procede a argumentar sobre la nobleza del caballo y la contabilidad chatarrera.

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