Gracias al oportunismo de Domingo, un pescador que sacó su celular y empezó a fotografiar, río Paraná adentro, lo que parecían los restos de un viejo navío, se logró un hallazgo sorprendente.
Domingo subió las fotos a Facebook para intentar llamar la atención de algún entendido o curioso, y logró que José Luis Aguilar, director del Museo Paleontológico de San Pedro, se interesara en el tema.
Tras los estudios del caso, se comprobó que se trataba de la antigua proa de un buque de madera que se incendió y se hundió en 1921, sin lamentar víctimas, aunque su paradero era un verdadero misterio.
El hallazgo del Carmen Ligera –nombre de la embarcación–, tan azaroso como milagroso, se realizó a unos 200 metros del cauce principal del río, en un sector conocido como Cancha del Dorado, a 20 kilómetros de San Pedro. “Y quiso la fortuna que el Paraná estuviera muy bajo para lo que es la media del río –95 centímetros, cuando lo frecuente son dos metros–, lo que permitió una situación que por lo general resulta imposible”, explica Aguilar.
Aguilar, que en realidad es técnico químico, le imprime al relato un entusiasmo y heroicidad no deliberados: “Llegamos al barco con toda la fortuna de que ese día –de la semana última– hubo una bajada aún mayor que en los días previos, por lo que no sólo se veía la proa, sino la barcaza en toda su extensión”.
Aguilar contó que para realizar la reconstrucción del hallazgo se puso a buscar naufragios que hubieran ocurrido en esa zona, frente a San Pedro, desde el año 1900. “Sólo había registro de un lanchón comercial que navegaba desde Buenos Aires hacia el puerto de Corrientes”.
Decía que se había incendiado en la noche del 21 de agosto de 1921, cerca de las diez de la noche, cuando pasaba por este sitio ubicado entre San Pedro y Baradero”, dijo y agregó pormenores del rescate: “Cuando su capitán vio que el incendio era incontrolable rumbeó el buque directamente a la costa, intentando que no desapareciera en la profundidad del río. En poco tiempo, las llamas deterioraron el casco y la nave se hundió”.
Los siete tripulantes, que navegaban con mercaderías valuadas en sesenta mil pesos oro de la época, lograron escapar en un pequeño bote salvavidas para ser rescatados por otro buque que pasaba por el lugar, según información que pudo conseguirse gracias a crónicas de la época, más puntualmente, del diario El Independiente.
El de Carmen Ligera es un naufragio que quedó plasmado en los diarios de la época pero con el tiempo desapareció de la memoria colectiva porque murieron los sobrevivientes, por lo que sobrevoló el apelativo de barco fantasma.
El buque, de unos 18 metros de largo y construido con madera muy resistente -lapacho y quebracho-, se ve hundido casi en un cincuenta por ciento, y luce cubierto por sedimentos acumulados durante casi un siglo, “por lo que su rescate es una tarea titánica y un dineral que nadie está en condiciones de materializar”, se resigna Aguilar.
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