Ciudad

A todo tango

Gerardo Quilici, un tanguero de paladar negro que vale oro

Hace medio siglo conduce “A todo tango”, un programa de radio que hizo escuela y generó una de las audiencias más fieles de la historia local. En reconocimiento a su trayectoria le acaban de entregar el Gobbi de Oro, la mayor distinción que otorga la Academia Nacional del Tango

Gerardo Quilici con el Gobbi de Oro, junto al busto de Carlos Gardel.

Dice estar protegido por los dioses del Olimpo tanguero, con Pichuco y Gardel a la cabeza. Que los tangos del 40’ acunaron su infancia. Que tiene tanto de tímido como de apasionado y que le temblaron las piernas cuando un berretín de pibe lo empujó a la radio, sin saber que esa aventura juvenil iba a servirle de guarida al tango. A resistir su olvido. A desafiarlo. Habla en presente cuando afirma que el gotán es la creación más importante de la cultura argentina, expresión popular, identidad, un espejo de la vida. Y lo dice con voz pausada y cálida, la misma que embriaga las noches rosarinas con A todo tango, un clásico de paladar negro que nació entre amigos, en el café, otro refugio.

No hace falta una excusa para hablar de Gerardo Quilici. Pero el Gobbi de Oro, la mayor distinción que otorga la Academia Nacional del Tango, es una buena. Reconocimiento al aporte y trayectoria, dos palabras merecidas para un conocedor acérrimo, difusor, coleccionista, maestro, amigo de los grandes referentes, apadrinador de jóvenes, dueño de la audiencia más fiel de la historia radiofónica con medio siglo a cuestas: 54 años al aire, sin pausas. Y sobre todo “tanguero hasta el caracú”, como le gusta decirle a los intérpretes que lo hacen vibrar hasta los huesos.

Fue un acto emotivo en la sede porteña de la Academia, que funciona sobre el tradicional Café Tortoni. Primero escuchó a su hijo Carlos Quilici tocar varios solos con el bandoneón de Aníbal Troilo y luego recibió la estatuilla de uno de sus próceres: Alfredo Gobbi, el violín romántico del tango. Gerardo no lo pudo ver bien porque la vista se le nubló de lágrimas. Más tarde, en la intimidad de su casa, mira el oro y dice: “Tango químicamente puro”, como presenta a Gobbi cada vez que lo pasa en la radio.

Desde su estudio cuenta que la emoción también lo acompañó cuando lo hicieron firmar el libro que atesora los nombres de las grandes figuras. “Temblaba. No sabía qué poner. Vi con letras grandes que se destacaba Tita Merello. Lo que puso se lo dedica a Rosita Quiroga y Azucena Maizani. Mirá qué conmovedor, sus colegas de entonces”.

Santuario

Está sentado entre decenas de libros, vinilos, compactos, premios, revistas, diplomas, partituras, autógrafos, material fílmico, todo debidamente clasificado. “No estoy tan actualizado porque ahora dejaron de salir discos. Es todo Spotify y eso no lo manejo bien”, dice frente a una computadora de escritorio que parece tímida al lado del reproductor de Cds, un amplificador, la bandeja giradiscos y el equipo pasacasete sobre el que descansa su Gobbi de Oro junto a otras estatuillas que también visten traje y corbata.

Cada cosa parece estar en su lugar y lo único que sobresale es la sonrisa luminosa de Gardel. No tanto por la imagen icónica sino porque sus dimensiones triplican el resto de las fotos que cubren de sepia la pared.

En una de ellas se ve a Gerardo con 5 años aferrado a una pintura del Zorzal. “Lo pintó mi tío Nito cuando se murió Gardel. Estaba en la casa de mi abuela, colgado en la cocina comedor donde nos juntábamos siempre, como si fuera uno más de la familia”, recuerda Quilici y lentifica la voz cada vez que pronuncia Gardel, como si lo deletreara. Omite decir que su tío Salvador Pablo “Nito” Farace era uno de los violines de la orquesta de Aníbal Troilo. No hace falta. El tango se lleva en la sangre.

En otras fotos se lo ve en abrazos de carne y hueso con legendarios: Roberto Goyeneche, Horacio Salgán, Raúl Garello, Osvaldo Pugliese, José Libertella y el Gordo Troilo. También con los grandes de acá cerquita como el Flaco Tell, Antonio Ríos, el Marinero Montes, José Berón y el enorme Cholo Montironi, que tiene 92 y sigue tocando.

 

Misa nocturna

Rodeado de esos santos prepara sus programas de radio hace décadas. Misas nocturnas cuyo telón de fondo es Mañanitas de Montmartre de Lucio Demare, la cortina musical que suena en manos de Pichuco y su orquesta. Luego arrancan los grandes clásicos del género que repasa con tono intimista y datos magistrales, para después dar espacio a los nuevos intérpretes de tango.

El ritual se consagra con “el Gardel nuestro de cada día”, una selección de temas entonados por el Zorzal Criollo que según Quilici –y lo discute a muerte– cada día canta mejor. Fiel a esa creencia, la noche continúa de la única manera posible porque después de él, “nada sienta mejor que un buen tango instrumental”.

Trata de explicar su sentir gardeliano. “Mirá, yo me pongo los auriculares en la radio, escucho cómo hace un matiz, cómo cambia el clima de un tango a otro. Es una cosa de locos Gardel, y si los discos suenan mejor, es impresionante. Gardeliano a morir, siempre. Y sí, cada día canta mejor”.

Para la mayoría de los oyentes, A todo tango es una religión. Dos horas de culto con detalles que son perlas. La autoría musical y letrística de cada tema, los años de grabación, datos sobre distintos intérpretes y anécdotas pintorescas que dan cátedra sobre la historia de los que inventaron el tango. Gerardo lo cuenta sencillo porque sabe mucho, y sin apuro, como si estuviera en el café, con los amigos.

Gerardo Quilici tras recibir el premio en la Academia Nacional del Tango.

 

Pureza de tango

Como todo tanguero de raza siente cierto recelo por lo nuevo. Se dejó conquistar por Astor Piazzolla, reconoce que algunas de sus cosas no le gustan pero otras lo emocionan. Nombra Melancólico Buenos Aires, “lo escucho y me vuelvo loco, conmueve”. Aclara que le gusta más cuando lo tocan otros como Invierno porteño por Raúl Garello, “otra locura”.

Tampoco se aferra a la idea de que lo bueno está sólo en el pasado. Aunque mucho de lo viejo clásico supo ser novedoso. Y para explicarlo vuelve a Garello. “Me parece que el tipo trajo una cosa nueva al tango sin ser un rupturista. Porque no fue rupturista, es tango por donde lo busques. Pero bueno. Garello ya pasó a ser parte del pasado”, dice a siete años de su muerte, que todavía le duele. “Siempre es así. Algunas cosas van adquiriendo más valor a través del tiempo. Después está toda esa gente, Arolas, Bardi, Cobián, esos tipos fueron unos próceres. La prueba está en que hoy se sigue haciendo su música. Eso es eterno”.

El término rupturista es casi exclusivo de Piazzolla, “porque hasta ahora no hay nadie que se pueda poner a esa altura. Su música tiene elementos del jazz, encontrás algo de bossa nova en la guitarra”. A los que innovaron dentro de los cánones del tango prefiere llamarlos evolucionistas.

“No fueron rupturistas en el sentido que se le da a la palabra, que rompen con lo que es pureza de tango. Por ejemplo Julio de Caro fue un fenómeno, el gran mate de ahí era su hermano, el pianista. Empiezan a utilizar recursos de la música clásica y van inventando cosas, por ejemplo el látigo en el violín, tocar el contrabajo que antes hacía ritmos nomás, o sea que hay una gran evolución. Más que rupturistas son evolucionistas”, dice.

Se jacta de haber escuchado siempre “la buena línea del tango”. A mediados de los años 50 “escuchaba las orquestas clásicas, hasta ese entonces el más evolucionado era Salgán y Troilo también”.

Luego llega Pugliese: “Una maravilla, otro evolucionado. Creo que el tango moderno, la nueva confección en las milongas (por los salones de baile), esa nueva estructura sale con Pugliese cuando hace La Yumba, Malandraca y Negracha, que incluso influyen sobre Piazzolla”.

Sonidos nuevos

Gerardo no es pesimista sobre el futuro del tango, tantas veces herido de muerte, pero reconoce que es una gran incógnita cómo va a desarrollarse: “Por ejemplo veo que los chicos, los músicos, toman mucho como referencia a Julián Peralta, pianista del grupo Astillero. Es muy capaz, creó una escuela de tango, dio masterclass. Y yo lo escucho y digo, se perdió la línea melódica de los tangos. Los chicos me dicen que es el sonido de la ciudad actual. En cierta parte tienen razón”.

Encuentra en dos películas de Pino Solanas el gran resurgimiento del género a fines de los 80. El exilio de Gardel, primero y Sur, después: “Me acuerdo que en la mesa del café la fueron a ver todos y dijeron «qué tiene que ver esta película con el tango». Y les dije ¿qué quieren a Rodolfo Biagi tocando? Creo que arrima mucha más gente joven que yo haciendo un programa de radio, porque van a descubrir que la identidad, por ahí va el mito de la película, pasa por el tango. Además qué tangos, con el Polaco cantando, que ayudó a entenderlo mejor”, y no sólo a los jóvenes.

“Cuando escucho que la gente dice que no hay más orquestas ni nada, que el tango ya fue, les digo que están equivocados y culpo a los medios. Hay más orquestas de pibes que nunca”, asegura frente a una pila de discos que lo avalan.

En cambio lamenta que el tango no esté más en el ambiente. “Antes era tremendamente popular, la gente iba por la calle silbando tango, era la música cotidiana. En mi infancia yo escuché eso. Y eso lo vas asimilando”, dice al lado de una foto del año 46 donde se lo ve de niño, junto a su papá, en un auto que parece de película. “Parecemos unos bacanes pero mi viejo no tenía guita. Hablaba muy poco y era un tipo de los más buenos que he conocido”, rememora y vuelve a su infancia.

“Trabajaba de tipógrafo en una imprenta y después salía a hacer corretaje, era viajante, iba a vender a los pueblos de campo. A su vez tenía una vitrola para los discos de pasta que conectaba a la batería del auto. Entonces lo alquilaba para casamientos, cumpleaños. Por eso en mi casa había un montón de discos, la mayoría del 40, eran mi arrorró”, dice entre risas.

Gerardo junto a sus hijos Carlos y Alba, su esposa Norma Tonelli y su nieta Amanda.

 

Otras pasiones que conserva de pibe son las palomas mensajeras, el fútbol (hincha del Rojo), el billar y el café, como le dice al bar, quizás el lugar donde más militó el tango. En alguna de esas mesas de su Arroyo Seco natal surgió el nombre del programa, por el año 69.

“Nunca pensé que iba a ser un tipo de la radio. Entré de carambola. Tenía 27 años y no fui por voluntad propia”, dice en relación al empujón inicial que le dieron sus amigos del café. “Todos tangueros de raza, de paladar negro, les gustaba Troilo, Gobbi, Salgán, Pugliese, Di Sarli, Fresedo. Estábamos todo el día escuchando buenas orquestas”, recuerda como antesala a su debut en los micrófonos de LT24 Radio San Nicolás sin olvidar que en esa época se trabajaba parado y los directivos lo hicieron sentar porque le temblaban las piernas.

Pero no se fue más. En 1976 pasó a LT3 Radio Cerealista de Rosario y en el 84 recaló en la noche de Radio 2 hasta este 2023 que se mudó a FM Tango Rosario, donde se lo puede escuchar de lunes a viernes, de 22 hasta la medianoche.

Desde el aire logró convertirse en uno de los bronces del tango y ya es parte del patrimonio cultural argentino, un pedazo de historia viviente que de pura pasión se ganó un lugar entre los grandes.

La esquina de la Casa del Tango lleva su nombre. En 2008, el Concejo Deliberante de Rosario lo nombró “Periodista Distinguido de la Ciudad” y la Cámara de Senadores de Santa Fe le dio una mención similar en 2013. También fue designado profesor honorífico de Universidad Nacional de Rosario en 2019.

Los 82 años no se le notan en la voz, que parece un abrazo, ni en la energía entusiasta que nunca se agota cuando se trata de tango, “la música clásica Argentina”. Nombra a Discépolo, Manzi, Cátulo Castillo, Expósito para explicar que el tango “es un espejo de la vida” y dice que no encuentra esa letrística en ninguna otra música popular. “El tango me toca de forma espiritual. Para mi es todo, algo esencial en mi vida”.

Triste final para un clásico de la radiofonía local: “A todo tango” se despide de Radio 2

 

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