Sociedad

Gordofobia

Gauchita permisiva: historia de una violación consentida


Por Romina Sarti*

Los jueves al mediodía tenemos un espacio llamado “cuerpos mutantes” en el programa radial “Tu mejor Golpe” conducido por el periodista Walter Vesprini  y co conducido por María Cecilia Vicente. Se emite de lunes a jueves de 12 a 14 por Wox 88.3. En la columna solemos charlar de disidencias, cuerpos, diversidades, gordofofia, discapacidad, como grandes ejes; y luego la conversación va virando a cuestiones menos teóricas pero más humanas, cercanas e incluso complejas o incómodas de abarcar.

Habíamos tenido un inicio tranquilo, conversamos del censo y la invisibilización de las personas con discapacidad, retomamos algunas puntas de la nota subida a El Ciudadano la semana anterior sobre Kim Kardashian y paseamos por temas variopintos, vinculados a los clásicos antes y después (en fotos de proceso de adelgazamiento) y demás menudencias. No podríamos asegurar con certeza si fue en el programa o previo a él, que veníamos repensando en esta idea que la obesidad hoy es considerada una “epidemia” por la OMS. Este mote adquirido, etimológicamente erróneo y estratégicamente provocador: pensar la obesidad como epidemia, nos pone en la situación de protegernos de ella (ya que bajo esta lógica es contagiosa). Personalmente creemos que el término no sólo es inexacto, sino que busca provocar fuertemente un discurso de odio, discriminación y estigmatización. Pensar a las personas gordas como portadoras de un contagio latente que rompería con los estándares de salud (¿belleza?) impuestos por una sociedad homogeneizante, es brutalmente violento e inexacto. No, no contagiamos: la obesidad no se contagia, las personas racializadas no contagian, las personas con discapacidad no contagian. Contagia la gripe, la covid-19  y la pelotudez humana.

Kim Kardashian la tendenciosa y su demostración fáctica de la inaccesibilidad

Una epidemia se produce cuando una enfermedad contagiosa se propaga rápidamente en una población determinada, afectando simultáneamente a un gran número de personas durante un periodo de tiempo concreto. En caso de propagación descontrolada, una epidemia puede colapsar un sistema de salud, como ocurrió en 2014 con el brote de ébola en África occidental, considerado el peor de la historia. Los países más afectados fueron Sierra Leona, Liberia y Guinea. (ver)

Por algún motivo que aún no podemos desasnar, esto nos llevó a recordar el caso de una compañera de militancia, con la que tuvimos la suerte de cruzarnos en una capacitación donde expuso de una manera tan simple y cruenta una realidad muy padecida por las mujeres gordas, pero con una crudeza casi bestial, que nos atravesó literalmente en nuestro interior, exponiendo un dolor que preferimos metamorfosearlo con la bruma del abismo, antes de descarnar la realidad que pone de manifiesto.

No nos acordamos el nombre de ella, tampoco hace falta, pero su cara jamás la olvidaremos, su historia nos dejó petrificadas al punto de no poder reaccionar, o necesitar llorar, o asentir cuan cerca pasamos por ese infierno.

Ante la necesidad biológica, ante la escasez de ternura, ante las probabilidades inherente de conocer algún amor, la compañera nos abofeteo con el doloroso estigma de la gordita gauchita que, cual limosnera de afecto, aceptaría acciones que en otros contextos menos machistas, menos gordófobos, no aceptaría.

Sin ruedos ni titubeos puso en duda su propia apetencia sexual, cuestionó si esta era genuinamente deseada o terminaba sucumbiendo a la completa anulación que la llevaban a aceptar una violación consentida (para experimentar placer, cariño o asco). Tan fuerte fue la bravura de lo narrado que el golpe hizo eco en cada una partiendo de su propia subjetividad, su propio autorechazo: asimilar un deseo censurado para –al menos– tratar de experimentarlo. Esclavas de formas, de miserias, de ser nosotras mismas las que permitimos el ultraje de la violación, con tal de vivenciar lo que quizás con otra cuerpa, con otra autoestima y autovalidación, jamás se nos ocurriría padecer.

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*Gorda, aprendiz de las diversidades en todos sus niveles, mamá, docente, con pretensiones de escritora y columnista radial. Siempre rockera, o como diría mi amiga laRomiPunk IG: romina.sarti

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