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Galileo, mitos e ignorancia (II)

Por Pablo Yurman.- Al analizar el juicio contra el astrónomo italiano no puede omitirse las circunstancias en que tuvo lugar. En 1633 la Iglesia estaba embarcada en la Contrarreforma para hacer frente al protestantismo iniciado por Lutero.


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El célebre caso Galileo se vuelve más apasionante a medida que se lo investiga en detalle. Dado que se trató de una causa ante el tribunal del Santo Oficio romano, puede accederse a su documentación que se encuentra en los protocolli (expedientes) numerados con las letras mayúsculas A, B, C… AA (o A2), BB (o B2), etcétera. En rigor, tales documentos fueron archivados por la Congregación del Índice que a partir de 1917 fue absorbida por el ex Santo Oficio, hoy llamado Congregación para la Doctrina de la Fe. Cabe destacar que cada tanto los investigadores sacan a la luz nuevas pruebas incorporadas a la causa, que permiten efectuar relecturas del caso. A modo de ejemplo pueden citarse los documentos descubiertos por Pietro Redondi en 1982 y por el catedrático Mariano Artigas en 1999, identificados como G3 y EE 291, respectivamente, por su ubicación dentro de los ya señalados tomos.

Circunstancias y proceso

Algo que no puede omitirse al analizar el juicio al que fue sometido Galileo son las particulares circunstancias en que tuvo lugar el mismo. En 1633 la Iglesia estaba embarcada en plena Contrarreforma para hacer frente al protestantismo iniciado un siglo antes por Martín Lutero. En tal situación, la necesidad de reafirmar los dogmas de la fe y la autoridad papal habían cobrado inusitada relevancia.

Ahora bien, a partir del contenido de los nuevos documentos, uno de ellos escrito en latín y el otro en italiano, Redondi y Artigas han insinuado la concurrencia de elementos no tenidos en cuenta hasta el presente.

Un elemento a tener en cuenta es que desde 1623 gobernaba la Iglesia con el nombre de Urbano VIII el hasta entonces cardenal Maffeo Barberini, quien curiosamente conocía personalmente a Galileo y le tenía gran estima personal. Era astrónomo aficionado y de hecho adhería a su teoría copernicana, pero junto con otros sostenía que la misma debía tratarse como simple hipótesis y no como certeza, pues no había prueba alguna que la corroborara científicamente. A su vez, el astrónomo habría ayudado académicamente a un sobrino del pontífice, motivo por el cual éste le agradeció por carta ese gesto, dos meses antes de ser elegido Papa. Se encuentra debidamente documentado que cuando Galileo concurrió a Roma al ser citado por el tribunal, fue recibido al menos en seis ocasiones por el Papa. Raro privilegio para alguien que sería luego “condenado” por la temible Inquisición romana.

Es aquí cuando se mezclan algunas de las afirmaciones científicas hechas por Galileo. Porque es del caso señalar que el nombrado venía desarrollando desde años antes, siguiendo a Copérnico, su teoría heliocéntrica acerca del movimiento de la Tierra, pero además hizo afirmaciones sobre otro movimiento: el de los átomos. En efecto, en 1623 había escrito Il Saggiatore (El Ensayador), donde afirmó que “las cualidades sensibles no tienen una realidad objetiva, sino que son simplemente el resultado de la manera en que los átomos afectan a nuestros órganos de los sentidos. Los colores, el gusto, los olores, o las características táctiles existen, como tales, sólo en las personas que las experimentan, no en los objetos mismos” (Artigas, Mariano, Nueva Luz en el caso Galileo).

Los citados investigadores barajan como posible la siguiente conjetura: ya que los nuevos documentos referirían a una denuncia anónima contra Galileo por considerar que su teoría del “movimiento” de los átomos y su consecuencia, esto es, las cualidades sensibles de las cosas, podrían entrar en colisión con el concepto de “transubstanciación” referido a las especies de pan y vino –como asimismo el correspondiente dictamen sobre tal acusación–, es posible que el Papa Urbano VIII, que era amigo del acusado, dejara que el juicio siguiera su curso respecto de la acusación que se presentaba como menos complicada de defender, es decir, la del “movimiento” terrestre. Dicho de otra forma, es posible afirmar que, en las circunstancias en que se desarrolló el proceso, la peor acusación contra el astrónomo, referida a la posible colisión con las enseñanzas de la Iglesia sobre la presencia real de Cristo en las especies de pan y vino, hubiera sido deliberadamente archivada para proseguir, en cambio, con una menos compleja, cual era la de las evidencias o no de su teoría heliocéntrica.

Otras inquisiciones

Otro aspecto destacable del proceso seguido contra Galileo, que suele pasar desapercibido, puede centrarse en la siguiente pregunta: ¿cómo lo hubiesen juzgado al astrónomo en países que, habiendo abandonado el catolicismo, abrazaron la reforma protestante? Muchos parten de la errónea premisa de que la Inquisición sólo existió en naciones católicas, lo que constituye un grueso error. Hubo persecuciones de índole religiosa en los Países Bajos, Alemania, Inglaterra, Suiza, Escandinavia y hasta en Estados Unidos. Ahora bien, si hay algo que caracterizó al proceso contra Galileo es que la Inquisición juzgó una teoría, pero no una persona. Por ello, no le echaron en cara aspectos de su vida privada que podrían haber sido utilizados en su contra, para desprestigiarlo. En efecto, Galileo había tenido dos hijas de relaciones extramaritales. Y parece ser que, no deseando hacerse cargo de ellas, buscó la manera de hacerlas ingresar en un convento de monjas, petición que fue rechazada en un primer momento por ser ambas menores de edad.

Es posible conjeturar que si Galileo hubiera sido juzgado en la protestante Suiza de esos años, por ejemplo en la ciudad de Ginebra, donde gobernaba una teocracia dirigida por Juan Calvino, hubiera sido despachado seguramente a la hoguera pero más que por sus teorías por las inconductas morales en su vida privada. Dicho sea de paso, fue en Ginebra donde las autoridades protestantes mandaron quemar en la hoguera al astrónomo español Miguel Servet el 23 de octubre de 1553. No hay pase de facturas a la cultura protestante por la ejecución del científico Servet. Tampoco la hay para con el liberalismo político por la ejecución, en la guillotina, el 8 de mayo de 1794, del matemático y químico francés Antoine de Lavoisier, tras escuchar del tribunal revolucionario las célebres palabras: “La República no necesita ni científicos ni matemáticos”. Servet y Lavoisier son notoriamente desconocidos para el gran público. No así Galileo cuyo caso, distorsionado en muchos aspectos, suele ser presentado como oposición irracional al avance científico.

Abogado / Docente de las Facultades de Derecho de la UNR y UCA

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