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Opinión

Femicidio de Daniela Cejas: poner el cuerpo donde no hay respuestas

Desde el colegio de profesionales de Trabajo Social analizaron el asesinato de su colega, en el cual aun no hay imputados, y reflexionaron sobre los alcances de la profesión


Luego de la muerte de la trabajadora social Daniela Cejas en la capital provincial el colegio de profesionales de la carrera envió una carta que reproducimos a continuación:

Poner el cuerpo donde no hay respuestas

La muerte en forma violenta de una colega en Santa Fe, a quien encuentran ya sin vida, en el interior del mismo local donde desarrollaba sus prácticas como trabajadora social, participando en grupos con mujeres que estaban atravesando situaciones de violencia de género, fue un hecho conmovedor desde lo colectivo y lo personal.

Este hecho, caratulado como femicidio por todas las organizaciones de mujeres, y por sus propias compañeras de la ONG Generar a la que pertenecía, ocurrió hace más de 15 días y aún no hay imputados.

El crimen de Daniela Cejas generó además de sentimientos de dolor y bronca, interrogantes e inquietudes sobre la necesidad urgente de preservarnos como personas y como profesionales.

Es preciso reflexionar sobre la implicación de conceptos tales como protección, resguardo, cuidado, acompañar, aliviar, proteger, contención, ayuda y asistencia, que son inherentes al campo del trabajo social y de otras ciencias sociales.

La profesión de trabajo social enfrenta situaciones que presentan dimensiones múltiples y variadas: económicas, emocionales, relacionadas con la salud en forma integral, la sexualidad, políticas, administrativas, legislativas, y de derechos humanos. Una de los aspectos que caracterizan al trabajo social es la intervención, el accionar.

Toda acción conlleva una cuota de trabajo y muchas veces quienes accionamos estamos tan ocupados en lo que la práctica y la actividad exigen que perdemos nuestra relación consciente con la acción.

En varias ocasiones, nuestro propio cansancio, exigencias y responsabilidades nos hace más vulnerables emocionalmente cuando nos encontramos ante hechos de suma gravedad y que requieren de un abordaje específico y puntual.

Esta posibilidad de albergar dentro de sí el proceso de los otros, sus afectos, ansiedades, sus proyecciones y fantasías conlleva a la capacidad de autocontención que, a su vez, remite en forma dialéctica al trabajo sobre las propias ansiedades, obstáculos, mecanismos defensivos, frustraciones individuales y colectivas.

El cuidado es una actividad humana que se define como una relación y un proceso orientado a resolver problemas particulares que afectan la dimensión personal de quienes demandan un servicio especializado.

Parecería ser que la idea de cuidado está siempre asociada a “cuidar a otra persona” como una cuestión que incumbe específicamente a las mujeres. Existen mandatos culturales claramente definidos acerca de lo que se espera de nosotras, y a nivel profesional no se espera lo mismo de los profesionales varones. Es muy común escuchar por ejemplo: “no me dio respuestas a lo que planteo, y eso que era una mujer”.

Nos encontramos ante el desafío a nivel profesional de reflexionar sobre la noción de cuidado relacionado con nuestra persona. Muy pocas veces nos hemos dado los tiempos y espacios necesarios para la generación de ámbitos que permitan el desarrollo de iniciativas profesionales, una política dirigida a “cuidar a quien cuida”.

Cuando se está en contacto con contextos de violencia, y especialmente en violencia de género, que atraviesa también a la niñez, escuchamos sobre su cotidianidad, su intimidad, relaciones de poder y avasallamiento de la dignidad personal.

Independientemente de la capacitación profesional, que será constante, se entrelaza nuestra condición de mujeres, que por el solo hecho de serlo venimos sufriendo desigualdades y violencias “invisibilizadas”.

Graciela Ferreira, en su libro “Hombres violentos, mujeres maltratadas” utiliza el concepto de asertividad como la capacidad de afirmarse en sí mismo, responder a las situaciones diversas de la vida tomando en cuenta las propias necesidades, ideas, sentimientos, y posibilidades.

Este aprendizaje de la asertividad, y la necesidad de incorporarlo en nuestras prácticas profesionales, tiene que ver también con una actitud interna de firmeza basada en convicciones que atraviesan los derechos personales y el reconocimiento de las otras personas.

Estos aprendizajes no pueden hacerse en soledad, en cada institución o servicio donde se trabaje. Requieren de un acompañamiento, de una lucha colectiva entre las profesionales, y de las personas responsables de generar políticas públicas en el campo de lo social.

Toda práctica de cuidado debe estar ligada a las dimensiones de un verdadero cuidado: del campo profesional y de las personas que acuden en busca de respuestas a las situaciones de “no cuidado” que atraviesan.

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