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Ex “Prima” alimenta la leyenda de Alfonsín

Por: Ignacio Zuleta

Una cantante aseguró que tuvo un affaire con Alfonsín. En la UCR se estremecieron.
Una cantante aseguró que tuvo un affaire con Alfonsín. En la UCR se estremecieron.

La rubia Daniela Mori (ex Pérez), cantante en estado de disponibilidad, terminó de aportar lo que le faltaba de bronce a la leyenda de Raúl Alfonsín: confesó por TV que tuvo un romance con el ex presidente cuando éste gobernaba y ella era a los 18 años una starlet de Las Primas. Esa aparición, justificada en la promoción de su último trabajo, el CD “El rey del chocolate”, dedicado al empresario Ricardo Fort, conmovió no sólo a los charlatanes de la TV, sino a los cuarteles de la política que reaccionaron con un sospechoso silencio de varias horas.

Algunos voceros de la UCR atribuyeron esa fábula –lo es hasta que aparezcan las probanzas de esa jugosa trama– a una fabricación de los organismos de inteligencia para esmerilar a sus estrellas que ya están de campaña, entre ellos, Ricardo Alfonsín, quien ha heredado los trajes, el bigote, los modos, la voz y hasta la biblioteca de su padre. Esta leyenda va a formar parte de la herencia.

Esos mismos voceros informaron, al caer la tarde, que hubo consultas entre punteros radicales y por lo menos la Side, cuyos funcionarios negaron tener nada que ver con esa saeta rubia, y se mostraron tan indignados con los radicales ante esa presunción. Esa casa (la Side, o ex Side, hoy SI, como quiere instalar el gobierno para evitar que lo identifiquen con esa marca de oscura leyenda) se rió como la mayoría de los radicales que saben que estas atribuciones de romances, aunque canallas, agigantan la figura en cuestión.

La familia del ex presidente, como sus entornistas en vida que constituyen uno de los grupos de poder en las sombras más duro que tenga la política argentina, no quiso responder a la astracanada. Como ocurre con otros carismáticos de la política, ese grupo exalta las virtudes del prócer hasta la santificación y no tolerarán que tampoco en este caso alguien ande abriendo ciertas puertas secretas de su vida.

Alguno que se quebró ante la prensa reconoció: “Imposible, en esos años Raúl estaba rodeado de otras mujeres que le hubieran dado un garrotazo en la cabeza”, con referencia a la hoy viuda de Alfonsín, Lorenza Barreneche, o a su severísima secretaria, Margarita Ronco.

Alfonsín fue, lo admiten quienes lo han conocido, un “homme a femme”, galante a la antigua y también hermético a la antigua. ¿Cómo logró el hombre que no pudo mantener secretos como el Plan Austral o el Pacto de Olivos lacrar esta relación, si es que existió? El propio Alfonsín contaba, riendo, cuando en un cóctel en España comenzó a cercar a otra rubia creyéndola de carne y hueso hasta que se enteró, cuando casi era tarde, que se trataba del pionero del travestismo ibérico Bibi Anderssen (estrella en esos años de los filmes de Pedro Almodóvar).

“El corazón de una mujer guarda secretos muy profundos”, alentó esta Daniela a Jorge Rial, quien agitaba las manos regodeándose con lo que estaba escuchando. Profesional, la cantante se disculpó: “No sé por qué conté esto, pero es así, ya está”, y agregó que esa relación –sin dar detalles– había sido afectiva, pero también cargada de admiración. “Seguramente yo le daba algo que a él le agradaba y él me daba algo que yo necesitaba”, se justificó la intérprete de “Dame una alegría”.

Esta aparición con vida arrolló los mentideros de la tarde, alcanzó a inquietar a la Cumbre del Mercosur que estaba en sus postrimerías y motivó más contactos entre el gobierno y la oposición para dejar claro que no habrá aprovechamiento político de esta otra victoria de Alfonsín desde el más allá.

Todo hombre público está sujeto a que le pongan lupa sobre su vida privada; más aún después de muerto, cuando las lealtades aflojan y el paso del tiempo justifica todo. Aunque no lo confiesen políticos y demás personajes, es mejor pasar a la historia por estas historias de rubias que, después de todo, son mejores que deudas impagas, revelaciones de traiciones o sordideces (una biógrafa de Leopoldo Torre Nilsson reveló que, cuando le abrieron después de su muerte la caja fuerte, había un gadget sexual).

“Un campeón”, era el dictamen en las peñas del Congreso en boca de oficialistas y opositores. Esperan todos, en horas, el dictamen moral de Elisa Carrió, mujer que dice haber querido a Alfonsín hasta el enamoramiento. Seguramente, como es católica, lo perdonará y dirá también que esa historia, aunque no se pruebe, le agrega más encanto al personaje. La Argentina es un país católico y no puritano; festeja estas efusiones de la vida privada (lo prueba el entusiasmo por las bodas de gente del mismo sexo) que los países anglosajones condenan.

De Arturo Frondizi –un asceta– se contó alguna vez en la peña radical que funcionaba en el hotel Castelar que tenía un romance secreto con una dama. El mítico dirigente de Montserrat Oscar López Serrot salió al cruce del grupo: “No hagan correr la bola, que lo van a terminar agrandando”.

Hace pocas horas, Ricardo Alfonsín definió al radicalismo más como una ética que una ideología, dos rubros de extrema elasticidad, menos mal, en estas tierras. Los radicales, cuando se los arrincona con estos pedidos de definiciones, han encontrado una buena fórmula para decir qué son: hay cosas que los radicales no hacemos. Ahora sabemos mejor cuál es el límite.

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