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Evita en primera persona, en el 94° aniversario de su natalicio

Por Pablo Yurman.- La figura de la Abanderada de los Humildes no decae, pese a que transcurrió más de medio siglo de su fallecimiento.


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El 7 de mayo de 1919 nacía en Los Toldos, provincia de Buenos Aires, María Eva Duarte. Procedente de un hogar sencillo de la Pampa Húmeda, se convertiría no sólo en una mujer excepcional desde todo punto de vista, sino en quien junto a Juan Domingo Perón trasformaría la política argentina durante la segunda mitad del siglo XX.

A décadas de su muerte, el 26 de julio de 1952, la actualidad de su figura no decae, de lo cual son apenas muestras recientes su enorme efigie sobre la avenida 9 de Julio en Capital Federal, el surgimiento de agrupaciones políticas que afirman inspirarse en su ideario y, salvando las distancias, que los fastos por la juramentación de los reyes Guillermo y Máxima de los Países Bajos concluyeron con el musical “No llores por mí, Argentina” también inspirado, aunque con un adolescente sesgo de prejuicio anglosajón, en abanderada de los descamisados.

Su dedicación completa en pos de una dignificación de los más humildes, fundamentalmente a través de la Fundación por ella presidida, es muy conocida. Curiosamente, quizás el fenómeno más actual sea el de una suerte de vaciamiento de su figura y de sus ideales, lo que quizás sea parte de la globalización de una Evita que es presentada como una idealista pero descafeinada o en versión light, privando sobre todo a los más jóvenes de una comprensión de lo que realmente significó para el país.

Patria y pueblo

Nada mejor, para esquivar caer en un “evitismo” lleno de lugares comunes acerca de su figura, que evocarla citando sus propias palabras.

En el libro Escribe Eva Perón, editado en 1951, expresó lo siguiente: “Para el General Perón, el pueblo, con la patria, es la razón superior de todos sus afanes, de todos sus esfuerzos y de todas sus alegrías. (…) porque mi Patria, bendita entre todas para mí, está inseparablemente unida a mi pueblo en la acción de nuestro líder. Patria y pueblo son conceptos que sólo los extremismos, de derecha o de izquierda, conciben separar. Patria sin pueblo fue la fórmula que justificó la desvergüenza oligárquica, que vendió el patrimonio de la primera y entregó el sudor del segundo a un precio vil y a cambio del triste privilegio de servir de capataz al imperialismo; pueblo sin patria es el objetivo inconfesado de ese socialismo dialectizante, que a fuerza de dialéctica, de ignorancia de lo nacional y de repetida mala fe, se unió a la oligarquía y al capitalismo foráneo en la empresa ruin de negar la mayoría de edad a los argentinos cuando éstos, llamados por el General Perón, tuvieron que gritar a todos sus enemigos coligados, del interior y del exterior, que iban a ser los dueños de su propio destino”.

Reacia a lo que hoy llamaríamos el discurso de lo “políticamente correcto”, reafirmaba en palabras sencillas la tercera posición ideológica presentada por Perón en Comunidad Organizada, equidistante del liberalismo individualista y del marxismo colectivista, por ser ambos negadores de la dignidad trascendente del ser humano.

Peronista y mujer

En pleno viaje a la Europa de la posguerra, por radio mensaje del 15 de junio de 1947 emitido a toda España y Argentina, tras reivindicar el feminismo que la había llevado a bregar por el pleno reconocimiento de los derechos cívicos y sociales de las mujeres, Evita desarrolló los siguientes conceptos afines con la doctrina justicialista: “La mujer argentina se afana en primer lugar, por la estructuración del hogar cristiano como vínculo indisoluble. Porque si a la mujer no se le ha dado el señorío de la fuerza física, se le ha dado el imperio del amor. Y sabemos las mujeres sin necesidad de sutiles raciocinios, que sólo en el hogar y en el matrimonio indisoluble, puede el amor alcanzar toda su expansión. Sabemos las mujeres que la decadencia del amor, sin duda alguna, es una de las decadencias más grandes que ahora padece el mundo; es resultado inmediato de la paganización de la familia y de la desarticulación del hogar”.

El feminismo que ella protagonizaba no guardaba ninguna relación con aquél otro, que luego devendría en la actual ideología del género, iniciado por Simone de Beauvoir en el que prevalecía la idea de lucha de clases y que se esforzaría más que por hacer feliz a la mujer en destrozar la figura del varón. En esa línea de pensamiento agregaba Evita: “Porque la mujer argentina se ha empeñado en mantener a toda costa el hogar estructurado y porque se ha empeñado además, en conseguir que en él se respire un perfume de santuario de suerte que el esposo y el hijo sientan a Dios como en un templo pequeño, por eso sabe que no le arrebata ni un adarme de feminidad el participar en los movimientos de recuperación nacional, colaborando con todos sus recursos a la implantación de un mundo más justo, más humano y más pacífico”.

Nadie podría decir que Evita no fuera una auténtica transgresora. Pero acaso el desafío a las formas, y en ocasiones a auténticas pacaterías de su época, no incluía, según sus propias palabras, subvertir las esencias de las cosas y de la persona, lo que más transgresión asume las formas de un suicidio cultural y, por ende, también político.

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