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Espionaje, micrófonos y mudanzas: la transición de palacios de Bolsonaro a Lula

El tercer piso del Palacio del Planalto pudo ser ocupado recién este miércoles por el flamante presidente de Brasil, luego de una exhaustiva revisión policial por temor a que el bolsonarismo haya dejado algunas "trampas" en la sede del Gobierno


El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, comenzó este miércoles su primer día de trabajo formal en el tercer piso del Palacio del Planalto desde que asumió el domingo pasado, en un atraso que se debió principalmente a las desconfianzas, algunas “trampas” y a una revisión policial por temor a que el bolsonarismo haya dejado como legado algunos micrófonos y microcámaras de video en los despachos.

Según dijo a Télam una fuente allegada al proceso de transición, por las mismas razones de seguridad, espionaje e incluso cambios de decoración, Lula y su esposa, Rosángela Janja da Silva, todavía no tienen fecha de mudanza a la residencia oficial Palacio de la Alvorada, el equivalente a la Quinta de Olivos, donde vivieron Jair Bolsonaro y su esposa Michelle hasta que abandonaron el país el 29 de diciembre.

El clima “007” que existe en Brasilia con el traspaso presidencial continúa: Lula y Janja dormirán hasta nuevo aviso en la suite presidencial del hotel Meliá 21, frente a la Torre de TV de Brasilia, en el sector hotelero Sur, adonde Lula recibió por ejemplo el martes al presidente de Timor Oriental, José Ramos Horta.

El hotel Meliá 21 está ubicado frente a un lugar emblemático en Brasil: una estación de servicio llamada “Torre”, cuyos antiguos dueños fueron investigados por lavar dinero desviado de grupos políticos. Ese fue el inicio de la Operación Lava Jato, que descubrió la corrupción en los contratos de Petrobras con empresas constructoras, pero también fue, según el Supremo Tribunal Federal, responsable por la persecución política contra Lula, quien pasó 580 días de prisión ilegalmente.

Esta estación de servicio dio nombre a la operación porque entre sus servicios ofrece lavadero de autos rápido, es decir “Lava Jato”.

Según los allegados de Lula, Janja ya se reunió con los responsables de los equipamientos presidenciales de la Alvorada para preparar la mudanza.

Ambos tienen residencia en el barrio de Alto de Pinheiros, en San Pablo, donde viven desde antes del casamiento, realizado en mayo pasado.

Tras enviudar en 2017 por la muerte de su mujer Marisa Leticia Rocco, Lula dejó Sao Bernardo do Campo, el municipio del Gran San Pablo donde forjó su carrera política y sindical.

Por el momento se descartó que Lula resida con la primera dama en la Granja do Torto, la casa de campo oficial de las afueras de Brasilia donde vivió desde la pandemia el ministro de Economía bolsonarista, Paulo Guedes.

Se espera entonces que la decoración del Palacio de la Alvorada vuelva a cambiar una vez más, como ha ocurrido siempre al ritmo de las crisis políticas.

En septiembre de 2016, luego de la destitución de Dilma Rousseff, el presidente entrante Michel Temer y su entonces esposa, Marcela, cambiaron todo el mobiliario rojo para intentar alejar toda marca que vincule a la residencia oficial, que tiene vista al Lago Paranoá, con el Partido de los Trabajadores.

En el mismo sentido, Michelle Bolsonaro, una fanática evangelista, antes de ir a vivir allí hizo una “limpieza energética” y retiró todos los elementos sacros, como estatuillas de la Virgen, de ángeles y otra simbología católica.

Bolsonaro, como un mensaje simbólico de ahorro, anunció con bombos y platillos que no iba a prender la máquina para calentar el agua de la piscina del Palacio. Ese fue uno de los mensajes de austeridad para intentar darle a su gobierno un perfil de ajuste permanente en el gasto público.

La Policía Federal hizo el trabajo de detección de metales y micrófonos en los teléfonos y todas las salas y pasillos del Palacio del Planalto, el edificio de vidrio y curvas de cemento trazado por el arquitecto Oscar Niemeyer, ubicado en la Plaza de los Tres Poderes, donde el Ejecutivo convive con el Congreso y el Supremo Tribunal Federal.

Janja da Silva tendrá como primera dama una oficina contigua al despacho presidencial de Lula y en el cuarto piso ya comenzaron a trabajar el jefe de gabinete (Casa Civil), Rui Costa, y los ministros de Relaciones Institucionales, Alexandre Padilha, el secretario general de la presidencia, Marcio Macedo y el de Comunicación Social, diputado Paulo Pimenta.

Se espera que Janja reponga en el Palacio del Planalto la decoración referente a la cultura afrobrasileña, que fue retirada por Bolsonaro y su esposa, entre ellos el cuadro Orixás, que fue quitado del Salón Noble. La pintura, que remite a las religiones de matriz africana, de la artista plástica Djanira da Motta, de 1960, fue llevada por Michelle Bolsonaro al sótano de la casa de gobierno a raíz de su evengelismo pentecostal.

Lo mismo había hecho en 1974 el dictador Ernesto Geisel que, para no ser tratado de racista, argumentó que era porque era luterano.

Según informó la Policía Federal citada por el diario O Globo, varias puertas del Palacio del Planalto estaban cerradas, con las llaves “desaparecidas” misteriosamente por sus exinquilinos. Por eso, varios cerrajeros trabajaron lunes y martes sin cesar en la casa de gobierno.

El temor a que el bolsonarismo lleve adelante situaciones de espionaje tiene un antecedente cercano: el Gabinete de Seguridad Institucional, que controla la agencia de inteligencia Abin, ofreció en noviembre al equipo de transición de Lula todo el equipamiento informático, desde computadoras, servicio de wifi y banda ancha, para los futuros ministros y secretarios que trabajaron en el Centro Cultural Banco do Brasil.

Todas las líneas fueron eliminadas y la seguridad quedó a cargo de policías federales elegidos por Lula.

El gobierno tiene más de 6.000 militares en cargos administrativos que responden directamente al ala castrense que ha cruzado el cerco de la neutralidad institucional a la política.

Como parte de la transición gubernamental en todos los niveles, el hecho más curioso se dio en el Ministerio de Economía el lunes: antes de la llegada de Fernando Haddad como titular de la cartera de Hacienda, los empleados de carrera quisieron darle una despedida “para siempre” al ministro bolsonarista Paulo Guedes.

Todos agarraron escobas, secadores de piso y tiraron sal en la entrada y los pasillos para “limpiar” las malas energías, que, si bien pueden no existir, como las brujas, que las hay, las hay.

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