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Sociedad

Escuela y malas palabras como forma de expresión social

Los esfuerzos de los docentes deben sortear las diferentes percepciones sociales y la estigmatización dominante.


Uno de los objetivos de la escuela es enseñar “la buena lengua”, tanto en su expresión escrita como oral. En este sentido, los docentes se esfuerzan en que, desde edades tempranas, los niños hablen correctamente.

En ocasiones, la práctica suele ir por andariveles bastantes disímiles a los de la realidad.

El mundo infantil (y adulto) está lleno de “malas palabras” que constituyen verdaderas trasgresiones verbales. Pero el debate aparece cuando se trata de definir qué es una “mala palabra”, tanto en su significado (lo que se dice) como en su enunciación (cómo se dice).

En el III Congreso Internacional de la Lengua Española, Fontanarrosa decía: “La pregunta es por qué son malas las malas palabras, ¿quién las define? ¿Son malas porque les pegan a las otras palabras?, ¿son de mala calidad porque se deterioran y se dejan de usar? Tienen actitudes reñidas con la moral, obviamente. No sé quién las define como malas palabras. Tal vez al marginarlas las hemos derivado en palabras malas, ¿no es cierto?… Ahora, yo digo, a veces nos preocupamos porque los jóvenes usan malas palabras. A mí eso no me preocupa, que mi hijo las diga. Lo que me preocuparía es que no tengan una capacidad de transmisión y de expresión, de grafismo al hablar”.

Las “malas” palabras forman parte del lenguaje popular y suelen ser adquiridas en el contexto familiar. Más aún, hasta pueden llegar a ser las primeras que se aprenden, en el marco de la simpatía que provoca escucharla. El psicólogo en infancia Milton Bermúdez, dice: “Los padres creen o que su hijo no entiende o que no escucha lo que hablan, pero en realidad ellos aprenden todo lo que oyen, hasta con el tono de voz pertinente. Se ha roto el mito de que los niños dicen malas palabras porque sí. Más del 70 u 80 por ciento las han oído de sus cuidadores, padres o niñeras, ya sea accidentalmente o por hábitos de la persona”.

En los últimos años el “buen habla” ha entrado en cruzada con un poderoso enemigo: las redes sociales, definidas como la madre de todas las “malas palabras”. Por ellas circulan miles de expresiones “mal habladas” y “mal escritas” que, a entender de algunos maestros, corren el riesgo de transformarse en lenguaje cotidiano. Pero la realidad, nuevamente nos puede sorprender. Los jóvenes escriben y leen en distintos soportes, pero pueden distinguir perfectamente los contextos en los que se expresan.

Saben, por ejemplo, que muchos de los enunciados que circulan por las redes no son “políticamente correctos” en la escuela y en este sentido, no los utilizan, al menos como parte del lenguaje científicamente establecido.

El escritor Daniel Link sostiene “La red demanda una claridad expositiva muy diferente a la de la cultura libresca… Los chicos y jóvenes jamás se caracterizaron por el buen uso del lenguaje. Estigmatizar a los jóvenes de hoy es un resentimiento propio del mundo de los adultos”.

Pero la escuela es la escuela y desde siempre ha tratado de combatir la “barbarie” que se expresaba a partir del lenguaje “mal hablado”. Esta cruzada, no sólo, la libra contra las palabras obscenas, sino también (y esto es más delicado) contra modelos lingüísticos utilizados por sectores populares, que en ocasiones, forman parte de su acervo cultural.

La concepción ilustrada de la educación, ha tratado de superar todo enunciado popular que constituyese, a su entender, una falta de respeto o de recato al orden ilustrado y científico.

Inés Dussel sostiene: “En la Argentina, como en muchos otros lugares del mundo, la escuela estuvo ligada a sancionar ciertos usos de la lengua y a reprimir otros, a difundirla y expandirla, y al mismo tiempo a encorsetarla. Los “usos debidos y correctos” muchas veces implicaban un modelo repetitivo, autoritario, por el cual el habla de las distintas regiones del país, los inmigrantes, los indígenas, los sectores populares o los nuevos modismos eran despreciados como versiones “incorrectas”, “incultas”, “atrasadas”. Así, se construía una autoridad cultural que postulaba que el “argentino estándar”, el argentino rioplatense, era el más valioso y representativo de la nación; y se negaba valor y legitimidad a otras hablas y formas del lenguaje”.

Aunque la escuela es un espacio de formación científica, y como tal, debe trabajar sobre el “buen” uso del idioma, no puede dejar de reconocer que muchas veces estos emergentes de la lengua son expresión de las variables sociolingüísticas de la comunidad.

Félix Temporelli sostiene que “la transgresión verbal no constituye un accidente ni una desviación del lenguaje. Las malas palabras no son voces sueltas que se escapan en forma esporádica y ocasional, de las bocas infantiles sino que, por el contrario, conforman una particular función del lenguaje que desempeña un importante papel en la vida social y psicológica”.

En este sentido, hablamos de lenguaje como expresión sociolingüística de una comunidad, que como tal, forma parte de la cultura trasmitida de adultos a niños. Las palabras, “buenas” y las “malas”, como el “mal” y “bien” decir, son manifestaciones sociales que expresan el saber (pensamiento) y el sentir (emociones) de una comunidad en un momento dado.

Pero el saber y el sentir no se revelan de la misma manera en los distintos sectores sociales. Hay saberes dominantes que estigmatizan determinadas palabras como parte del patrimonio de clases populares, y como tal, susceptibles de ser desterradas. Estos saberes arbitrarios, no permiten fisuras ni debates. De esta manera, las palabras oprimidas quedan incomunicadas, no pueden expresar sus ideas, ni su sentir o lo expresan de manera “no convencional”.

Paulo Freire dice que el proceso de alfabetización tiene todos los ingredientes necesarios para la liberación. “… el aprendizaje y profundización de la propia palabra, la palabra de aquellos que no les es permitido expresarse, la palabra de los oprimidos que sólo a través de ella pueden liberarse y enfrentar críticamente el proceso dialéctico de su historización (ser persona en la historia). El sujeto, paulatinamente aprende a ser autor, testigo de su propia historia; entonces es capaz de escribir su propia vida, consciente de su existencia y de que es protagonista de la historia”.

En este contexto, la escuela, sin renunciar a la formación científica, podría acompañar la conquista del sujeto por su propia palabra, permitiendo que las “malas” expresiones se conjuguen con las “buenas”, en la jerarquización de un lenguaje inclusivo y respetuoso de la existencia de distintos saberes y formas de sentir.

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