Espectáculos

Epifanía de modernidad que se cimienta en un puro clasicismo

El músico brasileño Caetano Veloso recorrió los temas de su disco “Abraçaço”, el número 49 de su vasta trayectoria, y algunos clásicos de su repertorio, acompañado de BandaCê, un trío de grandes músicos integrado por Pedro Sá, Ricardo Dias Gomes y Marcelo Callado.


“El gesto del abrazo amoroso parece cumplir, por un momento, para el sujeto, el sueño de unión total con el ser amado”, escribió Roland Barthes en su Fragmentos de un discurso amoroso. Y es, precisamente, el “gesto del abrazo amoroso”, el que Caetano Veloso despliega en su abrazo potenciado, su “abrazazo” o “abraçaço”, una expresión de unión que dio cuerpo al disco homónimo, un material que lo muestra en su plenitud, conciente de un momento en el que la mixtura que implica su carrera se vuelve certezas, encuentros, fiestas, sonidos, denuncias y silencios.
“A bossa nova e foda”, fuerte referencia de esta variable y puntapié inicial del disco Abraçaço abrió el domingo por la noche en un colmado Centro de Convenciones del City Center Rosario una velada inolvidable en la que una veintena de canciones iluminadas y de profunda belleza, muchas de ellas de fuerte impronta política, sirvieron de puente y nexo para recorrer los temas del disco número 49 de Caetano Veloso, y de una ausencia de 16 años de los escenarios locales, un tiempo que encuentra y atraviesa la madurez de un artista cuya materia es, precisamente, la puesta en valor y sentido de ese tiempo transcurrido.
Acompañado por BandaCê, un trío de grandes talentos integrado por Pedro Sá (guitarras), Ricardo Dias Gomes (bajo y teclado) y Marcelo Callado (batería, percusión), Caetano (guitarra) inició de este modo un viaje de dos horas de música en las que desplegó su voz de eterna pureza, su mixtura estilística y, por encima de todo, hizo gala de su hipnótica presencia escénica.
Así, poco después de ese comienzo bien rockero vendría, en un viaje a través de ese tiempo-materia que lo construye, una aggiornada (e intervenida) versión de “Baby” (aquél clásico que grabó con Gal Costa aquí con un guiño a “Diana”, de Paul Anka), y de vuelta a Abraçaço, en un recorrido anárquico, para disfrutar de “Quando o galo cantou” y su “azul” esencia de mar y amaneceres, y cerrar ese comienzo maravilloso con “Um abraçaço”, tema que da nombre al disco, en un despliegue de guitarras de métrica precisa y contundente pero abierta al juego, que permitió avizorar lo que vendría: buen clima (coros “respetuosos” de parte de la platea), alegría y nostalgia en dosis justas, con canciones simples de letras geniales.
Casi sin solución de continuidad el escenario se iluminaría (la puesta de luces acompañó y dio sentido a la rítmica de cada canción) y dejaría ver una austera puesta en escena sostenida por atriles y cuadros con figuras geométricas a modo de correlato con las cruces, círculos y colores puros que a nivel musical desanda la potente banda.
Por allí pasaron el rítmico “Parabéns”, con palmas y bien arriba, para luego entrar en la denuncia y el silencio inabarcable que provoca “Um comunista”, una especie de letanía casi hablada en la que Caetano homenajea al guerrillero comunista Carlos Marighella, “un mulato bahiano” de aquellos “comunistas que guardaban los sueños”, quien fuera asesinado por la dictadura militar brasileña en el 69. Sobre el final, dejó entrar la música en su expresión más asonante y casi unir el aplauso con una bella versión de otro clásico de su repertorio, “Triste Bahía”, un homenaje a la influencia africana en la música brasileña, con dejos de samba y guitarras distorsionadas, todo un hallazgo estilístico por su marcado eclecticismo.
Gritos y declaraciones de amor mediante que a espasmos surgían iracundos desde la platea, Veloso arremetió con la melancólica “Estou triste”, una paráfrasis atronadora acerca de la soledad en su estado más puro, para dar paso a “Odeio”, una invitación a recorrer el escenario saltando y bailando como a los veinte en uno de los momentos más altos de la noche, que terminó de calentar a la platea con un sinfín rapeado y frenético acople de cuerdas.
Todo estaba tan bien, pero hacía falta más y la melodiosa voz de Caetano no se hizo esperar. Así  lanzó una casi acústica versión de “Alguém cantando” (pura belleza), “Quero ser justo” (de regreso a Abraçaço), y poco después, para completar el track list, entre otras, aparecerían la colorida “Funk melódico” y “O império da lei”. Un par de canciones y la alegría pareció escabullirse en una despedida apresurada tras bambalinas pero que, por suerte, dejó espacio para más.
Los bises llegarían con “Tonada de Luna llena” (a capella, y la platea enmudecida como en ningún otro momento), porque algo de Fina Estampa tenía que haber, y Caetano cantó en inconmensurable falsete con una holgura que pareció no molestar su conocida amplitud entre graves y agudos. Tras cartón, llegarían un par de gemas más para poner fin a la noche, casi como un fogón de manos entrelazadas y saludos a proscenio, para disfrutar de “Desde que o samba é samba” (no podría haber sido mejor).
Sucede que Abraçaço es, además de un disco maravilloso, el material que cierra la trilogía que el bahiano empezó con Cê (2006) y luego siguió con Zii e Zie (2009), junto a BandaCê, la triada “transrock” como la definen los músicos que la integran, una trilogía musical que produjo su talentoso hijo Moreno junto al inagotable guitarrista Pedro Sâ, que provocó un giro en el aventurado recorrido musical de Caetano que, por suerte, parece no tener fin.
Así, casi como un homenaje a la temperatura y los colores de Brasil, el disco suena en vivo como grabado (muchas veces eso no es un mérito, pero aquí sí), en un devenir de situaciones musicales que edifican un universo sonoro tan propio de Caetano, tan singular y en diálogo con su obra, que se revela como una epifanía de modernidad y sin embargo, abreva en el samba y la bossa nova, en el inagotable fuego tropicalista, en el folclore y el rock and roll, lo que indica que el paso de los años es, apenas, una circunstancia, y que Caetano Veloso es un artista único, que sin mirar para atrás habita en un presente constante que, con sutileza, siempre pareciera estar espiando por la ventana orientada al futuro.

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