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Elvira, del trabajo doméstico al Polo Tecnológico Rosario

Por Claudio de Moya.- Llegó de Paraguay en 1986. Ahora trabaja como asistenta de laboratorio en la empresa biotecnológica Indear.

Nada de objetable hay en ganarse el sustento como empleada doméstica, pero qué duda cabe: hacerlo como asistenta de laboratorio para una empresa de punta en investigación y desarrollo de biotecnología permite imaginar mejores horizontes. Y ese es el paso que Elvira Molinas dio hace cinco meses. Vino a la Argentina desde su Paraguay natal en 1986, trabajó durante más de una década en un comercio mayorista, y cuando esa firma cerró comenzó a hacerlo en casas de familia. Hasta que se le presentó la oportunidad de ingresar a Indear, la compañía que funciona en el Polo Tecnológico de La Siberia, como se conoce al predio de la zona sur en el que también se asientan los edificios de varias facultades de la Universidad Nacional de Rosario. Ahora gana más, pero sobre todo sabe que cobrará un sueldo todos los meses, y la estabilidad le permite empezar a construir esa vida más confortable que antes existía sólo como deseo.

“Me recomendó mi prima Eva, que ya trabajaba en Indear. Gracias a ella entré y les agradezco a todos. Estamos trabajando en el laboratorio junto a cinco chicas, una encargada y otras tres compañeras”, cuenta Elvira. Y el guaraní se le insinúa por detrás del castellano, pero sólo para marcarle su respiración de identidad.

El trabajo de Elvira se define como asistente de laboratorio dentro de la Plataforma de Transformación Vegetal y Cultivo de Tejidos del Instituto de Agrobiotecnología Rosario (Indear). Es una de las dos grandes empresas –junto a Bio-Ceres semillas– que gerencia Bio-Ceres, una sociedad de inversores del sector agroindustrial. El edificio donde se desempeña Molinas integra el Polo Tecnológico Rosario, que nuclea a múltiples empresas algunas de las cuales tienen sede en el complejo montado en Ocampo al 200 bis. Fue allí, precisamente, donde hace unos días la presidenta Cristina Fernández inauguró la nueva sede a la que se mudará el prestigioso Instituto de Biología Molecular de Rosario (IBR).

“Estoy muy contenta, me cambió la vida, porque yo era empleada doméstica y nunca pensé que iba a estar aquí, como asistente de laboratorio. Trabajo de 8 a 17, y lo que hago todos los días es lavar el material de vidrio, preparar el instrumental estéril y asistir a los profesionales” de un equipo del área de multiplicación clonal. “Tiene que estar todo muy limpio en el laboratorio”, insiste orgullosa sobre la importancia de lo que hace. Es que ahora cada jornada laboral también es de aprendizaje: cada día debe asimilar una tarea nueva y eso implica un desafío permanente al que le tomó el gusto.

“Ya pasé la prueba y estoy efectiva y en blanco en el laboratorio. Estoy más tranquila porque tengo un trabajo fijo y seguro”, se alegra Elvira cuando lo dice. “Ahora tengo una rutina horaria. Antes iba de un lado a otro, tenía siete casas. Y además, gano más dinero”. Entonces sí es posible pensar en las mejoras largamente soñadas para su hogar. “Quería poner gas natural en mi casa y recién ahora pude hacerlo porque tengo este trabajo fijo”, ofrece como ejemplo Molinas. Hoy separada y con un hijo adolescente de 16 años, llegó a la Argentina hace un cuarto de siglo junto a su hermano. Hasta entonces vivía en Pilar, capital del departamento paraguayo de Ñeembucú, una ciudad ubicada a 358 kilómetros de Asunción, a orillas del río Paraguay y del arroyo que le da el nombre guaraní al distrito.

Elvira insiste con los agradecimientos por la oportunidad que ahora le permite tener un trabajo estable. Pero aunque no lo dice, el mérito es sobre todo suyo. A Indear acudió una primera vez para otro puesto, que finalmente no obtuvo. Pero ese primer contacto le permitió dejar una buena impresión que le abrió las puertas para que finalmente la tomaran como asistenta del laboratorio donde se desempeña desde el pasado 2 de mayo. Hubo varias entrevistas, luego fueron los tres meses a prueba y, finalmente, el trabajo efectivo.

Molinas aclara que siempre se sintió a gusto en sus ocupaciones, porque cuando trabajaba en casas de familia en las que el trato no le agradaba, renunciaba. Y rápido encontraba el reemplazo a ese ingreso. “Me manejaba recomendada por otras familias”, se enorgullece. Ahora es igual, o mejor. En Indear comparte espacio y tiempo con profesionales y en ocasiones, cuando todos se reúnen a almorzar en el comedor de la empresa, con el gerente. “A veces está sentado enfrente, y es una persona muy agradable”, pone como ejemplo de lo cómoda que se siente. “Me llevo bien con todos”, insiste.

“Toda la vida quise dejar de limpiar casas particulares”, se emociona Elvira a sus 49 años. “Nunca pensé que iba a estar aquí”, vuelve a sorprenderse. Y agrega que también su hijo está feliz por el cambio.

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