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El último acomodador de cine proyecta sus mejores recuerdos

Por Paola Cándido.- Roque Baidón trabaja hace 61 años en salas de cines. Al mismo tiempo también fue bombonero, boletero y operador.


Eran esos hombres que, en medio de una sala oscura y sirviéndose de una linterna, solían trasladar al público por todo el cine hasta encontrar un asiento disponible. A cambio, correspondía una propina. Era un rito silencioso, que buscaba no incomodar a aquellos que habían ingresado a horario y esperaban expectantes el comienzo de la película. En la actualidad, por razones económicas, la figura del acomodador prácticamente desapareció de los cines y como mucho, existe uno para varias salas de multicine. Las pequeñas luces en los laterales del pasillo iluminando el número de cada fila ejercen ahora la función de guía, antes realizada por el acomodador. Roque Baidón es el último acomodador del país: fue bombonero, boletero y hasta aprendió la función del operador. Hoy está jubilado, pero tres veces por semana sigue trabajando en el cine Monumental como acomodador, como hace 61 años.

Roque nació en Bigand, una localidad ubicada al sur de la provincia de Santa Fe en 1937. A los 14 años empezó a trabajar como bombonero en el cine Heraldo. “Siempre me gustó el cine, tenía siete años cuando empecé a ir a las funciones. Iba al San Martín, en Bigand, y cuando mi papá me dejaba en la casa de mis tíos los fines de semana en Villa Mugueta, iba al Cervantes”, relata.

Pasaron los años y a Roque le tocó cumplir con el servicio militar. “Cuando terminé la colimba, me llamó el gerente de la Warner Bross. Antes acá estaban todas las distribuidoras, y me propuso si quería trabajar con él y le dije que sí. Estuve cuatro años y medio y a los 25 años se me dio el metejón de irme a Mar del Plata”, describe.

Y así fue, el próximo destino de Roque fue la Ciudad Feliz. El tiempo pasaba, el dinero iba escaseando, y no quería volver a Rosario. “Tuve que pedir socorro, llamé a un amigo y me dijo: «una de dos; o vas a ver a un amigo mío o te venís a Buenos Aires». Preferí ir a ver al amigo de él. En ese momento, se estaba filmando la película «Cuando calienta el sol», con Beatriz Taibo y Antonio Prieto. Nos anotamos y trabajamos de extra”, detalla Baidón.

“En Mar del Plata estuve desde 1962 hasta 1967, fueron los mejores cinco años de mi vida. Me acomodé en una casa de hospedajes y fui a hablar con un administrador del teatro Colón. Desde Rosario, me mandaron una carta de recomendación a Mar del Plata y conseguí trabajo en el cine San Martín, como quinto acomodador. Después trabajé en el cine Nogaró. Estuve hasta la mitad de 1967 y viví el sueño del pibe; conocer a Virginia Luque”, recuerda orgulloso Roque, que también  fue acomodador en el Festival de Cine de Mar del Plata.

A lo largo de su vida, Roque fue cosechando amigos en el ambiente artístico y al terminar el Festival de Mar del Plata, fue a hablar con Hugo del Carril. “Le toqué el timbre y me atendió Mariano Mores. Le dije a Hugo que quería trabajar en Buenos Aires y me explicó que estaban las mismas empresas donde trabajaba y logré que me hicieran el pase. Me fui para Buenos Aires, de nuevo a remar como en Mar del Plata”, puntualiza.

Ya viviendo en Buenos Aires, Roque fue a ofrecerse para trabajar a la empresa Lococo que tenían a cargo el Ópera, el Metropolitan, el Alfil y el Pueyrredón, de Flores. Y se encontró en un bar con un boletero conocido, que al otro día lo acompañó al Ópera. “Estuve seis años en la empresa, era estricta, pero se ganaba dinero. Trabajé cuando pasaban películas espectaculares como «Arde París», «Love Story» y «El Padrino», que estuvo desde julio de 1972 hasta diciembre de ese mismo año. Me hice amigo de un personaje, que tenía un puesto de revistas, en Talcahuano y Corrientes, que era amigo de todos los artistas y me mandó a hablar con los hermanos Sofovich. Quería probar en el teatro de revista para ver qué pasaba, pero mi amor era el cine”, afirma.

A fines de 1976, lo llamaron a Roque para que trabaje nuevamente en Rosario. Y volvió. “En esa época, la propina se repartía un 25 por ciento del pozo, de la recaudación total. Muchos de mis compañeros vinieron con alpargatas y se fueron con botas, yo les enseñaba cómo hacer buena propina”, rememora Baidón.

“Cuando llegué a Rosario, estuve en una pensión y un amigo me quería alquilar un departamento en el centro, y finalmente así fue. A los seis meses, me dijo que me lo vendía. Con la propina de las películas Los gritos del silencio, que estuvo durante cinco semanas en el cine Palace, y Amadeus, me compré mi departamento”, recuerda Roque, algo que hoy parece como algo imposible.

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