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El riesgo de los transgénicos

Hay semillas con genes resistentes a los antibióticos, y pueden transferirles esa propiedad a las bacterias. “Es un tema poco conocido por la comunidad médica”, argumenta el cordobés Ávila Vázquez.

Por Claudio de Moya. “Nuestra exposición es un tema que no es muy conocido por la comunidad médica, y es que las semillas transgénicas que se utilizan en la Argentina están dispersando genes de resistencia a los antibióticos, lo cual pone en riesgo la efectividad de esta gran herramienta médica que aportó la ciencia del siglo XX”. Este es el provocativo tema que plantea el médico cordobés Medardo Ávila Vázquez, pediatra y neonatólogo que coordina la Red Universitaria de Ambiente y Salud.

Desde el jueves y hasta hoy se desarrolla en la ciudad el Primer Congreso Latinoamericano de Salud Socioambiental, que organiza la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario, dirigida a trabajadores del campo de la salud, estudiantes y público en general.

Dentro del programa, además, se realiza el Segundo Encuentro Nacional de Médicos de Pueblos Fumigados. Y aquí es donde interviene Ávila Vázquez. El pediatra cuestiona por varios motivos la expansión en el país del modelo agrícola atado a un paquete tecnológico con dos pilares inseparables: los cultivos transgénicos y el uso intensivo de agroquímicos. Sobre los herbicidas y pesticidas, asegura que ya hay indicios científicos confiables para establecer una relación entre las fumigaciones y el aumento de malformaciones o cáncer en comunidades aledañas a los sembradíos. Y al respecto, señala que el gobierno nacional, a través del Ministerio de Salud, podría en poco tiempo corroborar esa correspondencia con sólo analizar sus registros epidemiológicos. El médico cordobés concluye que esto permitiría discutir de otra manera las políticas públicas que privilegien la salud sobre los negocios agropecuarios.

Pero esto no es todo. Ávila Vázquez aborda también otra posible consecuencia nociva del “modelo Monsanto”, que por el momento está menos difundida: “Las semillas transgénicas están dispersando los genes de resistencia a los antibióticos. Esto hará que los que usamos, hasta los más comunes como la amoxicilina, pierdan efectividad. Y esto porque las bacterias que están en el organismo pueden intercambiar información con material genético que otorga resistencia a esos medicamentos, porque tienen la posibilidad de entrar en contacto con alimentos generados por los granos”. El médico enciende el alerta: “Es una locura poner en riesgo el uso de antibióticos, que es una herramienta médica trascendente creada por la ciencia en el siglo XX. Y corremos peligro de arrasar con su efectividad”.

El pediatra recuerda que “la Unión Europea prohibió en 2001 la comercialización de granos de maíz o algodón con genes de resistencia a los antibióticos”. La norma ordenaba retirarlos del mercado definitivamente en 2004, aunque un año después la compañía Basf consiguió autorización para vender semillas de una variedad de papa transgénica con ese material. Con todo, Ávila Vázquez contrapone el celo europeo con la permisividad local: “En la Argentina esto se oculta, y en este momento se están sembrando más de un millón y medio de toneladas de maíz de estas características”.

En efecto, hay estudios que van en la misma dirección que lo que preocupa a Ávila Vázquez, al menos en Estados Unidos, Canadá y Alemania. Estos trabajos explican que “para aportar el gen de una bacteria, virus, animal que nunca se ha cruzado con una planta, los biotecnólogos deben hacer algo más que insertar el gen deseado en el material hereditario del receptor. Se tiene que construir un paquete de genes de bacterias, virus y ADN del organismo donante”. Y en ese combo, agregan, se incluyen como “marcadores” unos genes que aportan resistencia a los antibióticos, lo que permite identificar las células que han sido transformadas exitosamente. “El ADN extraño no entra en cada una de las células, sólo en una fracción de ellas”, explica el físico estadounidense Richard Wolfson. “Para determinar cuáles células han tomado el ADN, los investigadores derraman antibióticos en las células. Las que no mueren son las que han incorporado el ADN extraño”, porque incluye como marcadores a los genes de resistencia a antibióticos. El problema es que esa propiedad puede ser transferida a organismos patógenos que viven dentro del mismo organismo. Y “ello puede hacer que ciertas enfermedades sean intratables”, deduce Wolfson.

La salud y los negocios

El pediatra cordobés también apunta contra los herbicidas que actúan como complemento inseparable de los cultivos transgénicos, diseñados para resistirlos.

“En la ciudad de Córdoba tenemos una situación particular en algunos barrios, como el de Ituzaingó, que está rodeado en tres puntos cardinales por plantaciones de soja transgénica, y desde hace 10 años se viene denunciando el problema de las malformaciones en los bebés y el de la leucemia”, introduce Ávila Vázquez. Y sigue: “La Municipalidad hizo un estudio, marcó en un plano cada uno de los casos y ello permitió comprobar que ha medida que uno se acerca a los cultivos aumenta la densidad de afectados. Hay una relación geográfica directa entre la manifestación de las patologías y las fumigaciones”.

El médico refiere también la existencia de un estudio oficial –el único reconocido como tal– en el Chaco: fue el que produjo la comisión de investigación de contaminantes del agua, creada en diciembre de 2009. El informe vio la luz cinco meses después: en la localidad de La Leonesa, al cabo de una década (de 2000 a 2009) los casos referidos de enfermedades oncológicas en niños se triplicaron. Los responsables del relevamiento admitieron que no podían deducirse con certeza relaciones de causa-efecto, pero plantaron la inquietud: “Este incremento de la casuística coincide con la expansión de la frontera agrícola, vulnerando la salud de la población, debido a que las prácticas y técnicas de cultivo incluyen pulverizaciones aéreas con herbicidas cuyo principio activo es el glifosato y otros agrotóxicos”.

Desde el lado de los promotores de la agricultura biotecnológica desmerecen por insuficientes a estos estudios, y replican que en todo caso sólo demuestran una relación de contigüidad entre agroquímicos y enfermedades. Aun así, la Justicia ya comenzó a aplicar el llamado “principio precautorio”, por el que ante una razonable duda sobre efectos nocivos para la salud, ordena alejar las fumigaciones de los límites urbanos como reclaman las comunidades y las ONG. Un ejemplo es el del juez santafesino Tristán Martínez, quien lo aplicó para la localidad de San Jorge. Además, el magistrado recomendó a las autoridades provinciales la realización de monitoreos y estudios epidemiológicos para determinar tanto la toxicidad de los productos cuestionados como la situación de las poblaciones afectadas.

El médico Ávila Vázquez aplaude estas intervenciones judiciales, pero recalca que son acotadas y que hace falta una legislación nacional más estricta. Para eso, explica, también es necesario realizar estudios con estatus oficial como los que sugirió el juez Martínez, pero sobre todo el territorio nacional.

El pediatra cordobés apunta al déficit del Estado nacional en la materia: “Creemos que el Ministerio de Salud, en tres o cuatro meses, revisando sus propias tablas estadísticas, podría identificar los lugares donde nacen chicos con malformaciones, o donde vive la gente que tiene estos casos de cáncer. Claramente la relación de tiempo y lugar entre las enfermedades y los sitios donde se utilizan masivamente agroquímicos mostraría entonces una relación muy directa”, estima.

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