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El rencor: una segura forma de autodestruirse

Por: Carlos Duclos

¿Es el  resentimiento o el rencor una patología que causa estragos en quien la padece? Un interesante artículo sobre la cuestión comienza diciendo lo siguiente: “Según la American Psychiatric el odio es un desorden de la conducta humana que se convierte en un signo de disturbio psicológico”. Si al examinar la cuestión se atiene el investigador a lo que  sostenían ciertos pensadores, como Rousseau por ejemplo, es notorio que el resentimiento es un disturbio de la armonía mental y causante de males.

El francés, entre otros, afirmaba que el ser humano es naturalmente bueno; las circunstancias y otros factores alteran tal naturaleza. Y, hasta donde se sabe, la alteración de la naturaleza de las cosas y de los seres  no siempre conduce a buen puerto.

Al tratar la cuestión, el prosaico en la materia tiende a pensar que el odiado es la víctima sobre la que se descarga todo el enojo, toda la toxina del que odia. Y esto puede ser cierto en algunos casos. Por ejemplo: quien busca vengarse por medio de la violencia física puede inferir graves daños físicos al odiado, pero lo ciertos es que estos casos son extraordinarios y poco comunes a la hora de repasar estadísticas. Bien puede decirse que la primera víctima del ser que odia o guarda rencor es él mismo. La persona resentida difícilmente puede ser feliz, pues se encuentra atrapada en un círculo vicioso. Como es incapaz de encontrar sosiego, se detonan dentro de sí determinados males, como la envidia, entre otros, que impulsan el rencor.

¿Puede el resentido causar mal a través de su violencia moral? Algunos estudiosos desde siempre han alertado sobre esta cuestión. Si a la acción del que odia corresponde una reacción semejante del receptor de tal sentimiento, seguramente que éste padecerá las mismas consecuencias que aquél que lanzó el dardo envenenado. Si, por el contrario, el ser odiado o sobre el que se descarga el resentimiento comprende que el otro es una persona emocionalmente inestable, que padece una patología y en consecuencia la comprende y rehúsa a utilizar sus mismas armas, la única víctima será quien guarda rencor o resentimiento. Como solía decir alguien: “Arderá en su propio fuego”.

Lamentablemente algunos textos antiguos no han sido convenientemente explicados. Cuando el buen judío hace más de 2.000 años dijo que había que orar por los enemigos, por ejemplo, no se refería sólo a la necesidad de ser justos en toda la magnitud posible, sino en la certeza psicológica  (inexplicable en esa época) de que la reacción genera tanto daño como la acción y no sólo daño psíquico, sino físico. Hay un pasaje muy interesante en una de las epístolas de Saulo de Tarso que dice exactamente así: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos (…) Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza.  No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”. ¿Parece un disparate verdad?

 Hoy la neurociencia dice que ciertas reacciones emocionales (como el odio o el rencor) debilitan el sistema inmunológico y, por tanto, las personas están propensas a adquirir enfermedades. Sin embargo, multitudes en todo el mundo poco atención prestan a esta forma de autodestrucción.

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