Espectáculos

El poder, una pócima con efecto narcotizante

Por Miguel Passarini.- El consagrado actor Miguel Angel Solá habla de “El veneno del teatro”, la pieza que lo trajo de regreso. Esta noche a las 21 y mañana a las 20, en el Auditorio Fundación Astengo.


Regresar al país después de muchos años de una especie de exilio en España en el que se mezclaron cuestiones políticas con otras personales. Volver con una obra de teatro y también regresar a la televisión; pero sobre todo recibir el reconocimiento del público y la crítica y, quizás, comprobar que aquel vínculo poderoso con el público local, que se vio interrumpido por trece largos años, estaba intacto.

Miguel Angel Solá volvió hace algunos meses al país junto al también argentino Daniel Freire, ambos como protagonistas de la elogiada pieza El veneno del teatro, del valenciano Rodolf Sirera, que bajo la dirección del uruguayo radicado en España Mario Gas se presentó en una reciente temporada en el porteño teatro Maipo y que, en el marco de una gira nacional y por países limítrofes, tendrá dos funciones locales, esta noche a las 21 y mañana a las 20, en el Auditorio Fundación Astengo (Mitre 754). Solá no actuaba en obras de texto en la Argentina desde 1998, cuando también pasó por Rosario con su versión de El diario de Adán y Eva, junto a Blanca Oteyza, por entonces su esposa, poco antes de su partida a España.

Pero también regresó a la televisión criolla: como protagonista de Germán, últimas viñetas, una miniserie de 13 capítulos sobre la vida de Héctor Germán Oesterheld (el creador de El Eternauta, que se verá a partir de abril), del mismo modo que en algunos capítulos de Historias del corazón (Telefé) y de la miniserie santafesina ¿Quién mató al Bebe Uriarte?, aún sin fecha de emisión.

“Es un lujo volver a la Argentina con esta obra que estrenamos en diciembre en España, y compartir el escenario con Daniel Freire que es un gran actor, más allá de que aquí es poco conocido”, adelantó Solá, quien en 1976 saltó a la fama como protagonista de la polémica Equus, de Peter Shaffer, en el marco de una charla en la que la política y el exilio de los últimos años también fueron temas de conversación, más allá de los entretelones de El veneno del teatro, obra en la que el relato se enmaraña con las relaciones de poder.

En la pieza, adaptada del siglo XVIII al período de entreguerras, un misterioso personaje de excéntricas costumbres (Solá) invita a su magnífica residencia a Gabriel de Beaumont (Freire), un reconocido actor, para ofrecerle una obra de su autoría que trata sobre la muerte de Sócrates. Sin embargo, el actor pronto descubrirá que se trata de una trampa para someterlo a un cruel experimento sobre realidad, ficción y representación, que es llevado al extremo.

—¿Cómo definirías esta obra que tanto placer les da representar?

—Es como una especie de festival de dos actores que nos divertimos mucho trabajando juntos, a pesar de que lo que pasa con estos personajes no tenga visos de diversión.

—¿Sentís que, como decía Pirandello, la obra termina confirmando su teoría acerca de que el teatro siempre termina hablando de sí mismo?

—Quizás sea así, sobre todo por cuestiones que tienen que ver con la representación, aunque aquí eso es una excusa, porque la obra habla de algo mucho más directo y más cruel que es la relación que se entabla con el poder, sobre todo con todos aquellos que ignoramos sus vericuetos más tremendos. Es una metáfora acerca de aquello que se hace con el ser humano para ir, sucesivamente, engañándolo y envolviéndolo en eso que el poder decide que sea para otros.

—¿Y en términos de género?

—Es un thriller psicológico, porque hay mucha psicología puesta en estos personajes. Más allá de que en el original la historia transcurre en el siglo XVIII, aquí está adaptada al período de entreguerras, es decir entre 1918 y 1940, y la mayor virtud de este texto es que nos ofrece a los actores la posibilidad de hacerlo bien o mal; quiero decir que nos ofrece la infrecuente posibilidad de que nuestro trabajo se convierta en un momento importante para el espectador o bien en un pasatiempo.

—¿Y qué sentís que pasa con esta versión en ese terreno?

—Creo que encontramos un camino para hacer que el espectador no se mueva y esté atento todo el tiempo, quizás sintiendo que el tiempo se esfuma mientras ven el espectáculo, y eso es bueno.

—¿Qué te pasa después de estar afuera, más allá de los regresos esporádicos, con el hecho de estar recorriendo el país en el marco de una gira?                     

—Es maravilloso que Lino (Patalano, el productor) haya decidido hacer esta gira, porque es una elección que significa un riesgo para él y un trabajo para nosotros. Pero mis paisajes los llevo siempre en el corazón, eso es algo inapelable. Más allá de los trece años vividos en España, mis imágenes tienen que ver con todo lo vivido acá por cincuenta años, y más de treinta de recorrer el país trabajando y de conocer y reconocer los lugares en los que fui muy feliz. También el público dijo que “no” alguna vez, pero  casi siempre tuve recibimientos maravillosos y teatros llenos. De todos modos, siempre me hago preguntas…

—Por ejemplo, ¿cuáles?

—Si les gustará mi trabajo, si les gustará cómo estoy actuando ahora, porque los tiempos cambian, la gente cambia, y las necesidades de las personas y del arte, que nunca descansa y siempre va buscando nuevos caminos, invitan a creer en otras cosas; y cuando uno se va tantos años de un lugar y regresa, quizás está un poco fuera de esa pretensión.

—Te fuiste en un momento complejo del país, en pleno menemismo, y regresás en un tiempo distinto tanto a nivel social como político. ¿Qué sentís que cambió y qué aún falta por cambiar?

—Yo me fui en 1999 y no llegué a vivir el gran desastre que vino después, que fue provocado para que eso sucediera por el gobierno de turno y sus contendientes. Pero siempre digo que todo el mundo está comprometido, ya sea con la verdad o con la mentira. Lo que me pasa cuando vuelvo al país es que siento que los diez mil kilómetros que tendríamos que haber avanzado se han reducido a ocho. No quiero decir con esto que estemos yendo hacia atrás totalmente, pero al recorrer mi ciudad, Buenos Aires, veo un despropósito que ya no responde a los sueños primigenios.

—Tampoco España es ahora la que era por entonces… 

—No, pero siempre vuelvo porque allí están mis hijas y otra en camino. Me fui en un momento en el que el menemato estaba desguazando el país y vuelvo en un momento en el que se está viviendo un clima político muy dividido. Al menos algo se ha avanzado. Pero creo que el reaseguro de cualquier gobierno es la oposición que pueda tener y aquí, en la zona más grande del país, con los millones que habitan Buenos Aires, veo que la oposición a este gobierno es trágica.

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