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El (no) sorprendente progreso de Brasil

El tsunami económico brasileño llevó a 40 millones de habitantes a la clase media.

“En pocos años, Brasil tendrá menos pobres que Estados Unidos”, afirmó Marcial Portela, presidente del Banco Santander en ese país, mientras anunciaba que 25 millones de brasileños ingresarán al sistema bancario de aquí a 2015.

Esa será una de las tantas olas positivas del tsunami económico brasileño, cuya marea de bienestar entre 2003 y lo que va de 2011 llevó a la “clase media” (clase C) a 39,5 millones de brasileños que antes pertenecían a las D y E. Es decir, el equivalente a la totalidad de la población argentina trepó a esa franja social de personas con un ingreso mensual entre 800 dólares y 3.400 dólares (1.200 reales a 5.174 reales).

No es todo. En ese mismo lapso, 48,7 millones de brasileños (un poco más que la población actual de España) ingresaron a las clases más acomodadas (A, B y C). Si se lo mide en porcentajes, en los últimos ocho años, coincidentes con las dos presidencias de Lula, se engrosó un 46,6 por ciento la clase C y al mismo tiempo se redujo un 54,18 por ciento la base de la pirámide (clases D y E). Tan fuerte es el envión de la ola de promoción social que sólo en los últimos dos años la caída de la pobreza fue del 15,9 por ciento.

Respecto de la composición de la pirámide social, los números actuales muestran una base más encogida que en 2003. En enero de 2003, eran 96,2 millones de brasileños los incluidos en las clases más empobrecidas (D y E): hoy descendieron a 63,5 millones. En cuanto a la media (clase C), en 2003 abarcaba a 65,8 millones de brasileños y hoy comprende a 105,4 millones: el equivalente a la suma de la población total actual de Colombia, Argentina y Venezuela. La franja de los más ricos (clases A y B), en enero de 2003 incluía a 13,3 millones y hoy está en casi el doble, con 22,5 millones de personas.

Los números de esta multitudinaria migración social fueron presentados por Marcelo Neri, economista jefe de la prestigiosa Fundación Getulio Vargas (FGV), un «think tank» dedicado al estudio de temas sociales y económicos. Según Neri, los factores que coadyuvaron para reducir las brechas sociales en Brasil fueron la estabilidad económica, el control de la inflación, los avances en el área educativa, junto con programas de transferencia de renta como el de Bolsa Familia y la caída de la tasa de nacimiento.

Según Neri, el factor educación es uno de los más decisivos en la movilidad social (“la educación, sola, garantiza un 2,2 por ciento de crecimiento en el ingreso”, dice). En cuanto al caso de Brasil, fue la misma clase media la que se “apadrinó” su propio crecimiento al apostar (e invertir) en educación. Baste comparar las estadísticas actuales con las de 1992, cuando la población mayor de 25 años tenía un promedio de 4,9 años de estudios; en 2010, ese índice alcanzaba a 7,3 años y sigue creciendo.

Para el economista Neri, si se repasa la última década y se compara la evolución del ingreso del 20 por ciento más pobre con la del 20 por ciento más rico, se concluye que el ingreso de los más pobres creció un 6,3 por ciento y el de los más ricos apenas un 1,7 por ciento. En China, en el mismo período, se dio el proceso inverso: los más pobres mejoraron su ingreso en un 8,5 por ciento, pero los más ricos en un 15,1 por ciento, ahondando así la brecha. Más aún: entre 2003 y 2009, el ingreso per cápita brasileño creció en promedio 1,8 punto porcentual por encima de la expansión del PBI; mientras que en China, el ingreso per cápita fue de dos puntos porcentuales por debajo del PBI.

La conclusión es por demás simple: en menos de una década, Brasil logró concretar dos de los enunciados más trillados por la clase política latinoamericana: distribución del ingreso e inclusión social. Los resultados son tan comprobables y fehacientes que ningún organismo financiero pone en duda esas estadísticas (el FMI prevé que en 2025 Brasil podría ocupar el sexto puesto en la economía mundial, liderada por China, Estados Unidos, India, Japón y Rusia).

Estas concreciones, por un lado, y expectativas, por el otro, contribuyen sin duda a que el brasileño sea el pueblo más optimista del planeta. De acuerdo con una medición global de Gallup, en una escala de 1 a 10, nuestros vecinos tienen un 8,7 de “expectativa de felicidad futura”. Por eso también, el Ministerio de Asuntos Estratégicos de Brasil iniciará en agosto la búsqueda de nuevas políticas públicas para una ueva clase media. Esa planificación a futuro, en base a estadísticas fehacientes, contrasta, curiosamente, con una de las últimas apreciaciones (¿improvisaciones?) de Cristina de Kirchner al cierre de las Jornadas del Banco Central, cuando se refirió a la solidez del modelo económico K, por el que la Villa miseria 31 pasó de tener “casas con cartones y chapas, a otras con materiales”, reflejo de la estrategia de “crecimiento con inclusión social”. A falta de números y sin estadísticas, no hay otra realidad que la que presenta la política.

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