La Cazadora

Consumos conscientes

El grito de una moda sustentable, diversa e inclusiva

Derribar las imposiciones de la industria tradicional es una forma de empoderar las identidades y gustos personales, de reivindicar el cuerpo como terreno de disputa de los mandatos sociales y de producir con una mirada ecofeminista, respetando las relaciones de trabajo y el ambiente


Flor Marting, diseñadora de indumentaria y vestuario

Por fuera de la tendencia del momento, del look de temporada y del último grito de la moda, desde hace años crecen movimientos que promueven un consumo responsable y medido de ropa. La industria textil es la segunda más contaminante del planeta y reducir el ritmo de producción, y los desechos que genera, permite un consumo amigable con el medio ambiente. Mientras las publicidades de marcas multinacionales, con diseños y formas estandarizadas que varían cada año, apuntan a un estereotipo de mujer que debe mostrarse “moderna”, “actual” e “innovadora”, la tendencia grita que la verdadera innovación está en diseños personalizados, en el reciclaje de prendas viejas o usadas y en no pagar una fortuna para verse bien. Derribar las imposiciones de la moda tradicional es una forma más de empoderar las identidades y gustos personales, de proclamar la diversidad y la disidencia, y de reivindicar el cuerpo como terreno de disputa de los mandatos sociales. La Cazadora habló con una diseñadora de indumentaria y con las organizadoras de una feria sustentable sobre el movimiento que marca la nueva tendencia en ropa y gana seguidoras en la ciudad.

Inclusividad

Flor Marting diseña de indumentaria y vestuario, y forma parte del área de Ecofeminismo del Taller Ecologista. Durante algunos años trabajó en fábricas textiles hasta que en 2019 decidió lanzar un emprendimiento de ropa interior, denominado Bioma, donde conjuga una mirada de género con una ambiental. “El ecofeminismo dice que somos eco dependientes e interdependientes. No existimos sin los bienes de la tierra, ni sin las relaciones con las demás personas en el mundo. Busco producir de otra forma, respetando las relaciones de trabajo y el ambiente”, asegura. Desde su taller, trabaja a pedido para no sobreproducir stock y reutiliza retazos de tela para futuras producciones. “Mantengo una política de basura cero donde guardo los restos para relleno de almohadones”, agrega.

Desde su experiencia, Marting observó que en la mayoría de los talleres textiles la confección está a cargo de mujeres. “Todo lo que es de punto, es decir, remería y buzos, está hecho por mujeres desde su casa para que puedan continuar con las tareas de cuidado. Hay un aprovechamiento del sistema para pagarles poco que fomenta la explotación laboral de las mujeres”, señala, y entiende que la perspectiva de género transversaliza las nuevas maneras de consumir moda.

“Son inclusivas con todas las corporalidades y nos permite movernos de la idea de que hay una sola manera de vestirnos, vernos y mostrarnos. Nos permite hacer cada prenda singular y ponerle nuestra identidad personal en el upcycling (reciclaje). Por otra parte, se visibilizan otras formas de producir que se alejan de la explotación laboral y fortalecen economías alternativas. La premisa del slow fashion (moda lenta) es consumir conscientemente y pensar en la trazabilidad de las prendas que adquirimos para saber sus impactos sociales y ambientales. Viene a contrarrestar impactos negativos sociales y ambientales de la industria global de la moda”, explica.

Impacto ambiental de la moda

Marting explica que la industria textil es la segunda más contaminante del planeta: desde la extracción de materias primas, fibras naturales, uso de agroquímicos, agua, tratamiento de las telas extraídos de las industrias petroleras (como el siliconado para suavizarlas), la emisión de gases para el transporte de las prendas hasta la explotación laboral desmedida de marcas que tienen un impacto social negativo.

Para producir un jean se usan entre 8 mil y 10 mil litros de agua y para una remera de algodón, otros 2 mil. Durante la confección, cerca de un 20 por ciento de la tela de la prenda se desecha. Por eso, desde las tendencias denominadas slow fashion y upcycling apuntan a un consumo responsable. “La moda produce prendas de vida corta y eso genera muchos residuos. La basura textil se transporta y en el mundo hay ropa como para otros 20 años. No somos conscientes de la cantidad de ropa vieja que se desecha. Apuntamos al consumo de prendas de segunda mano y a rediseñar otras que ya tengamos para bajar el consumo. La idea es comprar calidad para que duren más tiempo. También, impulsar a las y los diseñadores locales para favorecer las economías regionales y reducir las emisiones de gases de transporte”, señala la diseñadora.

Otro de los ejes es mejorar los cuidados de la prenda para reducir el impacto ambiental. Lavar con agua fría para ahorrar consumo energético, espaciar los lavados (ya que las prendas desprenden microplásticos), bajar las revoluciones del centrifugado o lavar a mano para usar menos agua son algunas de las recomendaciones de quienes apuestan a una moda más sustentable.

Slow fashion

En 2008, la diseñadora inglesa y profesora de sostenibilidad, Kate Fletcher, proclamó el término slow fashion como contracara del fast fashion (moda rápida) para hablar de un consumo responsable de prendas que duren varias temporadas. Para Marting, el movimiento surge en respuesta a la crisis ambiental y social que genera el sistema de la moda. La premisa es producir con calidad y diseño prendas más durables con identidad. Además, apunta a un consumo de moda circular: comprar una prenda usada, reciclar una tela, estamparla y transformarla.

“Muchas veces las prendas tienen un valor histórico o familiar que está bueno resignificar y apropiarse. Reciclar y ponerle nuestra identidad a la ropa es la forma de usar prendas con un legado. Lo mismo ocurre cuando comparamos local. La prenda viene con una historia mucho más agradable, podemos saber quién la confeccionó y eso le da otro sentido”, explica.

Otra de las premisas es salirse de la tabla de talles para promover diseños a medida. “Desde las publicidades se muestra un modelo de cuerpos a seguir casi imposible que nos genera frustración después de comprar ropa y no ingresar por los talles. El slow fashion plantea moverse de esa dinámica de producción a gran escala en un solo talle y orientarse hacia prendas a pedido donde no importa qué talle sos sino qué medidas tenés”, amplía Marting.

Manada de Feria

Manada de Feria surgió de la inquietud de un grupo de amigas que decidió vaciar el placard y poner en común la ropa que ya no usaba. En agosto de 2018 montaron la primera feria que continúo de forma itinerante hasta abrir un showroom que duró apenas una semana por las restricciones de la pandemia. En la actualidad trabajan de modo virtual y con turno previo para visitas con protocolos. Además de ropa usada, ofrecen saldos de temporadas pasadas de marcas locales. Hace poco sumaron la customización de prendas para sumarle onda con estampados de stencil, apliques o serigrafía.

El objetivo es contribuir al slow fashion, una tendencia que busca romper con lo efímero de la moda para impulsar un consumo responsable y sustentable. “Apuntamos a la reutilización de prendas para darle la mayor vida útil posible, más allá de la cantidad de personas que la hayan usado”, contaron las integrantes de Manada.

A las premisas de reducción, reutilización y reciclaje, suman las de rediseñar, customizar, repensar y cuidar la prenda. “Se busca reducir el placard con prendas de una paleta de colores que me guste, de calidad, y que pueda combinarlas para usar lo que necesito, y no más que eso. La idea es que sean duraderas para bajar el consumo. El slow fashion apunta a ralentizar los tiempos de la producción y prolongar la vida útil de cada prenda para que el proceso sea más ameno con el medio ambiente”, explican.

Desde Manada notaron un crecimiento en la tendencia de comprar y vender ropa usada. “Antes se pensaba que la ropa en desuso tenía que ser donada y, ante la crisis, las personas distinguen entre la ropa a regalar y la que aprovechan para vender. Había un prejuicio de pensar que la usó otra persona, pero hace años se viene rompiendo esa idea. Las mismas vendedoras se compran ropa acá y se arma una especie de canje. Nos sirve a todas: a nosotras, a las vendedoras, a las compradoras, a las marcas locales y al medio ambiente”, cuentan.

Una de las ventajas es que los precios son más accesibles al bolsillo, sin bajar la calidad de la confección. “La ropa nueva la cobran carísima y la barata tiende a bajar la calidad. La idea es comprar ropa de cierta calidad a un precio accesible y dar la posibilidad de tener algo de una determinada marca a un precio acorde. Vendemos ropa de marcas caras, usadas pero en perfecto estado, con un valor que para nosotras es el que correspondería”, explican.

“Hay prendas que se vuelven a usar y al tener un precio accesible podés incursionar en nuevos estilos. Hay una tendencia en la moda de que las cosas sean efímeras y estén todo el tiempo actualizándose. Es difícil de frenarla, pero la moda, al ser más inclusiva, permite que se use de todo en cualquier momento”, agregan.

La selección

Las Manadas son muy estrictas a la hora de seleccionar la ropa a ofrecer. “La idea es que parezca que entras a un local de ropa nueva”, aseguran. Y buscan que las prendas estén impecables: sin roturas, ni manchas. La revisión la hacen junto con la vendedora con quien acuerdan el precio basado en una referencia propia de cuánto debería salir la ropa. “Nos tiene que cerrar a todas, a la dueña y a quien pueda comprar”, explican.

Una vez seleccionada, le toman fotos a cada prenda, la miden y la etiquetan: “Como recién se reglamentó la ley de Talles, nos resultaba difícil ponerle uno que sea real, así que optamos por medir cada prenda y anunciar sus medidas para facilitarlas al comprador”.

El local es multimarcas pero siempre buscan que haya inclusividad desde los talles y el género. “La idea es que cada quien pueda elegir ponerse lo que quiera”, aseguran.

Las Manadas cuentan que el público que las visita es amplio y hay quienes van en busca del grito de la moda y también de algo más funcional. “Es tal la variedad que terminás probándote algo que te resulta una oportunidad por el precio, pero que pensabas que no iba con tu estilo. Es importante animarte a usar cosas distintas y redescubrirte en un estilo que no pensabas”, cuentan, pero aclaran que siempre aconsejan llevar prendas útiles: “Siempre le preguntamos a las clientas si realmente lo van a usar para impulsar el consumo consciente o responsable. No acumular, pero tener la posibilidad de animarte a usar diferente sin que cueste demasiado”.

Autogestivas

Manada de Feria la integran dos arquitectas, dos nutricionistas y una abogada. Ninguna se considera fashionista pero las une el compromiso con el proyecto que llevan adelante de forma autogestiva. “Todo lo hacemos nosotras, desde armar las ferias, actualizar las redes sociales, modelar y sacar fotos. Cada una aporta desde su conocimiento, con su personalidad y eso hace fructífero el grupo. Cada una encontró su espacio y desarrolla lo que mejor le sale. Nos complementamos. Lo más importante es la unión de amor entre nosotras que hace que crezcamos. La Manada nace como una excusa para estar con amigas y hacer algo productivo y útil. Nos hace crecer desde todos los puntos de vista”, señalan y aseguran que el objetivo, siempre que lo permita la pandemia, es seguir vinculándose con el público y sumar eventos en ferias e intercambios con otros emprendedores.

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