Ciudad

El Gauchito Gil volvió a reunir a sus devotos y “promeseros”

Por Laura Hintze.- Se multiplicaron las visitas a los santuarios de la ciudad y hubo chamamé para honrar al mí tico milagrero correntino.


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Rosario, como otros lugares de la provincia y del país donde llegó la veneración al Gauchito Gil, se movilizó ayer en un nuevo aniversario del asesinato de quien es considerado “el santo de los pobres y los perseguidos” y cuyo culto se extendió en las últimas décadas hasta convertirse en la principal de las devociones laicas. En todos sus santuarios y capillas, como en la que se encuentra en las afueras de la ciudad correntina de Mercedes donde fue degollado, los promesantes rezaron, hicieron ofrendas y pidieron favores en un incesante ir y venir matizado con música chamamecera y ahumado con el incienso pagano de las parrillas de choripanes.

“Venimos por una razón común: una razón espiritual”, afirmó José en el santuario de Ayacucho y avenida de Circunvalación, uno de los más grandes de la ciudad, en el límite con Villa Gobernador Gálvez. El hombre dice que le pidió al Gaucho la casa propia y se la dio, y que por eso él le hizo un pequeño santuario en su hogar.

“Él me dio mi casa, yo le dice la suya”, explica.

Como él, todos los que fueron a venerar al “santo” se consideran “promeseros” y cambian con el Gauchito Gil rezos por favores, botellas de whisky por milagros. Le dan, además, un día de pura fiesta. Para José es una suerte de reunión familiar entre desconocidos. Uno solo o familias enteras llegan en bici, moto, auto, camión o a pie, con su heladerita o unos pesos en el bolsillo para comprar empanada y vino.

“Esta fiesta es una cosa que hay que sentirla”, manifestó Pascual –camisa roja, sombrero de gaucho, bombacha negra–. Hace más de veinte años que está con el Gaucho “por la promesa, la fe”. Como todos. La gente viene de los barrios, donde la pobreza y la promesa van de la mano. “Él es el santo de los pobres; los pobres lo seguimos a él”, explica Estela, encargada, junto a sus hijos, de cuidar el santuario de Circunvalación y Ayacucho.

Antonio Mamerto Gil Núñez –el Gauchito Gil– murió en el siglo XIX. Hay distintas versiones que explican el motivo de su asesinato. En el sur de Rosario, la historia que trasciende es que al santo de los pobres lo mató la Policía. “Al policía que lo degolló el gaucho le curó al hijo. Por la desesperación, el policía le hizo una cruz donde lo mataron, en Mercedes, Corrientes. Ahora los pobres lo siguen”, explica y relata Estela, tal como alguna vez le contaron.

La mujer es correntina, pero conoció al Gauchito en Rosario. “Estaba acá cuando me quebré los brazos. No me podía curar”, cuenta y mueve sus manos, adelantando el final de la historia. “Una buena señora me dijo en el hospital que le pida y le prometa, pero sólo si le iba a cumplir. Si me curaba, le dije al Gaucho, iba a conocerlo. Y me curó. Hace dieciséis años de eso ya, y viajo siempre a Mercedes. Dejé de ir cuando nos hicimos cargo del santuario”.

“Es impresionante la devoción. Es temprano, es un día laboral, y mirá cuánta gente hay. Hoy vienen gauchos, promeseros, conjuntos de chamamé. Hay parrilla y equipo de sonido para pasar todo el día”, cuenta Daniel, hijo de Estela. “Estar acá no es un trabajo, es un orgullo. Es algo muy importante, porque la gente encuentra su lugar de paz. Mi vida desde que estoy acá cambió ciento por ciento. Conocer al Santo me cambió”.

Dos creencias, una sola fe

El principal templo rosarino al Gaucho Gil está construido al costado de Circunvalación. Es una pequeña construcción de ladrillos de dos habitaciones: En una, velas rojas iluminan la imagen del “Santo de los Pobres”; en la otra, velas blancas y negras hacen lo propio con San La Muerte. Los mitos conviven: dicen que Antonio Gil Núñez era devoto de San La Muerte, la más poderosa de las deidades del Olimpo correntino. La calavera y la guadaña provocan cierto resquemor, pero no se ve que nadie entre con miedo o nervios. “La gente no sabe. Hay mucha superstición, pero es el santo más poderoso”, explica Daniel. Otro diría luego que el poder de San La Muerte está en que no hay que fallarle, porque si no “te saca lo que más querés”.

Pero el más visitado de los nichos es el del Gauchito Gil. Ayer, la cola para entrar al templo era larga. El altar es un podio de historias y promesas cumplidas. Hay flores, banderas, rosarios; y también botellas de vino, de whisky, cigarrillos. Hay trofeos de fútbol, fotos, ropa de bebé. El santuario abre todos los días a las cinco de la tarde. Pero los domingos no hay horario. Detrás del santuario la sombra de los sauces invita a quedarse horas en el lugar, celebrar su creencia, hacer una carne a la parrilla y, claro, tomarse un vino.

Ahí estaba ayer Miguel Ángel, venerando y agradeciendo. “Porque le vivimos mangueando, pidiendo que no nos falte nada, que no «haiga» enfermedad en la casa”. Sombrero, camisa, bombacha y pañuelo rojo alrededor del cuello delatan su devoción. “A mí me ha dado muchos milagros”, dice. Junto a él hay una figura del Gaucho. La hizo él mismo. “Es mi compañero, no me defrauda. Le rezo todos los días en cada rodilla y nunca le faltan las velas. Lo bendijeron en siete iglesias pero no tiene santuario: este es croto, es peregrino”.

De la imagen cuelgan anillos, colgantes, rosarios. Llama la atención la foto de una ecografía 3D. “La madre no podía quedar embarazada. Un día pasa por mi casa y me pregunta si el Gaucho estaba milagroso. Le dije que lo tantee. Ahora Ángelo tiene un año y cuatro meses”.

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