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El diputado del chambergo y la rosa

Por Rubén Alejandro Fraga.- Un día como hoy, pero de 1880, nacía en la ciudad de Buenos Aires Alfredo Palacios, el primer legislador socialista de América.


Ilustración: Facundo Vitiello

Ilustración: Facundo Vitiello
Ilustración: Facundo Vitiello

“Abogado. Atiende gratis a los pobres”. Así rezaba la placa de bronce que adornaba el estudio jurídico de Alfredo Lorenzo Palacios, el mítico dirigente político, docente y escritor argentino que nació un día como hoy de 1880, y que en 1904 fue consagrado como el primer diputado socialista de América, comenzando una incansable labor parlamentaria a través de la cual sentaría las bases de la llamada “legislación social”.

Hijo natural del abogado y periodista Aurelio José Florencio Palacios y de Ana Ramón Beltrán, ambos uruguayos, Alfredo Lorenzo Palacios vino al mundo en la ciudad de Buenos Aires el 10 de agosto de 1880, mientras Nicolás Avellaneda terminaba su mandato como presidente de la Argentina y el general Julio Argentino Roca se preparaba para asumir el poder.

La madre de Alfredo era una mujer muy religiosa y fue ella quien introdujo al futuro dirigente socialista en la lectura de los Evangelios. Así lo contaba Palacios: “En el socialismo me inició mi madre a los 11 años. Ella puso en mis manos el Nuevo Testamento, con el sermón de la montaña, y llegó a apasionarme la figura de Jesús. Luego hice mías las palabras del doctor Juan B. Justo, fundador del Partido Socialista, que decía: «Socialismo es la lucha en defensa y por la elevación del pueblo trabajador que, guiado por la ciencia, tiende a realizar una libre e inteligente sociedad humana basada sobre la propiedad colectiva de los medios de producción, o sea la tierra, las máquinas, los medios de transporte»”.

La influencia cristiana impartida por su madre caló hondo en Alfredo, que comenzó a acercarse al Círculo de Obreros Católicos. En 1893, con apenas 13 años, Alfredo dirigió el periódico La Juventud, órgano del Centro Católico Pedro Goyena. En 1894 se produjo la primera aparición pública de Palacios que fue destacada por los diarios de la época: fue uno de los oradores en el entierro de uno de los pensadores y hombres de acción más notables del catolicismo argentino: José Manuel Estrada. Luego, las obras de los grandes teóricos del socialismo como Carlos Marx y Federico Engels y su percepción de lo argentino y latinoamericano marcarán su visión de la política.

Abogado recibido en la UBA, dirigente estudiantil y brillante orador, aunque Palacios había comenzado militando en las filas católicas, en 1896 se incorporó al PS creado por Juan B. Justo.

El 13 de marzo de 1904 se eligieron legisladores nacionales según una nueva ley electoral de circunscripciones promulgada por el gobierno de Roca, y Palacios se presentó como candidato a diputado por el PS en la 4ª circunscripción electoral porteña, que correspondía al popular barrio de La Boca. Allí competían además de Palacios dos candidatos roquistas, uno mitrista y uno pellegrinista.

Por entonces, los votantes socialistas no eran muchos, ya que la mayoría de los trabajadores eran extranjeros, pero en medio de los comicios los mitristas, advirtiendo que no podían ganar, decidieron apoyar la candidatura de Palacios.

Aquella elección marcaría el comienzo de una larga influencia socialista en la Capital Federal y Palacios renovaría su banca en la Cámara baja en las elecciones de 1912, 1913, 1932 y 1963. También sería elegido senador en 1931 y 1961.

Con un rostro trazado por un singular bigote y usando un chambergo que lo inmortalizaría, Palacios edificó desde su banca los pilares de la denominada “legislación social”, siendo autor de leyes que tendían a asegurar a los trabajadores condiciones dignas y equitativas en el empleo. Entre las muchas normas que surgieron al calor de su fecunda labor parlamentaria se encuentran el establecimiento del salario mínimo, vital y móvil, la jornada de ocho horas diarias de trabajo con derecho a la comida y al descanso a la mitad de la jornada, y el seguro contra accidentes y enfermedades de trabajo.

También logró que se otorgara el descanso dominical, se legislara sobre el trabajo de mujeres y niños y que se creara el Departamento Nacional del Trabajo en 1907. Otro de sus logros fue la ley de la silla, que obligaba a los patrones a disponer de una silla para el descanso de los empleados de comercio. Mientras tanto, algunos como el diputado conservador Belisario Roldán se quejaban del estilo de Palacios y sus seguidores: “Creo que esa turba que a diario acompaña al señor diputado hasta las puertas de esta casa, turba que suele honrarnos con sus silbidos y que para algunos constituye la expresión misma de la soberanía popular, no es otra cosa que la prolongación del despotismo sectario… Creo que mi país debe seguir desarrollándose, sin que banderas rojas, que serán siempre trapos intrusos en su seno, turben la augusta majestad de su marcha”.

Pero, además de dedicarle gran parte de su vida al mejoramiento de las condiciones de la clase obrera, Palacios tuvo participación activa junto a José Ingenieros –con quien compartía la pertenencia a la masonería– en el movimiento de la Reforma Universitaria, que planteó la democratización de las universidades mediante la inserción en el gobierno de las mismas de los alumnos, profesores, decanos y rectores, propiciando de esa manera que se ejerciera la cultura con libertad de pensamiento y que las casas de altos estudios funcionaran impregnadas de un hondo sentimiento de convivencia humana.

 

También fue un incansable luchador contra los actos de corrupción del poder de turno. Durante su primer mandato como senador, desde 1935 hasta 1943, participó en una comisión investigadora que puso al descubierto las irregularidades en la compra de El Palomar.

Fue en esa época cuando habló por última vez en un acto público en Rosario. Fue el 21 de abril de 1942 en una tribuna levantada en la calle Moreno, entre Córdoba y Santa Fe. El palco tenía a sus espaldas las escalinatas por las que se entraba a los viejos Tribunales de Rosario. Por esos años, los socialistas rosarinos tenían su Casa del Pueblo en la calle Córdoba 2989, lugar al que dicha fuerza política se había trasladado desde la tradicional sede de Italia 920.

Las fotografías tomadas por los diarios de la época muestran una plaza repleta, lo que hablaba del poder de convocatoria que tenía el parlamentario. En aquella oportunidad, su discurso comenzó con una apología del libro El dogma socialista y de la famosa Generación del 37. Citó de memoria las palabras puntualizadas por Esteban Echeverría: “Al que adultere con la corrupción, anatema /Al que incite a la tiranía o se venda a su oro, anatema /Al que traicione los principios de la libertad, del honor, del patriotismo, anatema /Al cobarde, al egoísta, al perjuro, anatema”. Y evocó después, largamente, a Domingo Faustino Sarmiento.

En 1946 renunció a todas sus cátedras como protesta contra el gobierno de Juan Perón. Fue desterrado, perseguido y encarcelado.

Alfredo Palacios falleció cumpliendo su último mandato popular, como senador, en 1965.

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