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El día que la tierra se detuvo: a propósito del mundo moderno y el covid-19

La imposibilidad de contener la pandemia llevó a ensayar una suerte de contracción del mundo moderno y la única salida posible fue reconocer el riesgo y encerrarse, La tierra se detuvo y lo único que se evidenció es que nuestro mundo moderno es en realidad una construcción muy, pero muy frágil


Oriel Gómez Mendoza**

¿En qué consistiría el mundo una vez que lo moderno haya dejado de ser dominante? Alguna vez me preguntaron: respondí no lo sé, sin rubor alguno; tal vez lo sabríamos si se llegan a relativizar los valores newtoniano-cartesianos, cuando entre en crisis la materia como la conocemos, el cuerpo, la ausencia-presencia, el tiempo y la percepción lineal del mismo. Pero no lo sé, insistí.

El discurso occidental alrededor de lo moderno, o de los valores modernos, como base de la cultura contemporánea se consideraba prácticamente inexpugnable, de tal manera que modernización, occidentalización y globalización se fundieron  en una sola idea dominante, pero a la vez excluyente.

Ese proceso de destrucción creativa suponía enterrar todo lo viejo, obsoleto e irracional en aras de un mejor mundo que tenía como eje central a la razón instrumental; por supuesto, no era una modernización que tuviese en mente a China, la India o Japón, era, insisto, un proceso occidental.

Las graves contradicciones de ese proceso de gran escala han sido señaladas por sus críticos, los mismos a los que se les denominó como posmodernos, en tanto que  desconfiaban  de que ese fuera en realidad un  desarrollo humano bondadoso o deseable; sin embargo, la contraparte de  esos críticos señalaba que los posmos (apelativo peyorativo) en realidad no aportaban una nueva idea sobre nada, sólo un enjuiciamiento a lo moderno y sus construcciones.

Así las cosas, el mundo moderno seguía siendo dominante como forma de vida, concepto planetario y del universo, obviamente con el ser humano y su racionalidad en el centro de todo, es decir, una racionalidad instrumental triunfante.

Uno de esos preceptos modernos ha sido señalado por Anthony Giddens, al ilustrar que  eventualmente la acentuación de la fiabilidad en detrimento del riesgo en las sociedades, es la piedra de toque o el fundamento de su “éxito”, porque dota al ser humano y a su existencia de estabilidad y certezas construidas a través de un lenguaje exprofeso, como lo es sin duda la ciencia en tanto que paradigma.

De ahí que apareciera la idea de que todo conocimiento científico y sus derivaciones en lo social y natural, fuesen el triunfo irrefutable de la racionalidad humana.

Las noticias de los primeros casos de covid-19  en China parecían sólo una más de las contingencias que podrían ser controladas por esa cacareada racionalidad humana, sin embargo, el avance de la enfermedad y su expansión fuera de la propia China le dieron repentinamente un giro desconocido a la situación; el inicio del año 2020 fue testigo de una escalada de descontrol social que tenía en su base la falla de ese supuesto control del riesgo, debido a que se desbordó el contagio del virus de manera radical, poniendo en crisis los sistemas de salud de prácticamente todo el mundo.

La imposibilidad de contener la pandemia llevó a ensayar una suerte de contracción  del mundo moderno y pudimos constatar que la única salida posible fue reconocer el riesgo y encerrarse, como en tiempos prehistóricos, en la seguridad de los muros; con ello, un colapso brutal de la economía en todos sus ordenes y por supuesto, una serie inédita de situaciones tales como espacios públicos desiertos, mares de aguas cristalinas ya sin la presencia humana, entre otras cosas.

La tierra se detuvo y lo único que evidenció es que nuestro mundo moderno, orgullo hasta ahora de la razón humana, es en realidad una construcción muy, pero muy frágil.

El riesgo, aparentemente derrotado durante estos siglos, como concepto y pathos de lo humano está aún por encima de la fiabilidad de los sistemas modernos.

** Historiador de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México

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