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Esto que nos ocurrió

El coloso de la literatura alemana

El 6 de junio de 1875 nacía en la ciudad de Lübeck el máximo narrador germano del Siglo XX: Thomas Mann.


Hoy se cumplen 140 años del nacimiento de una de las figuras literarias más importantes de la primera mitad del siglo XX, el escritor y ensayista alemán Thomas Mann, ganador del premio Nobel de literatura en 1929.

Hijo de una rica familia de comerciantes, Thomas Mann vino al mundo el domingo 6 de junio de 1875 en Lübeck, Alemania. A la muerte de su padre, en 1893, se trasladó junto a su madre a Munich, en cuya universidad, preparándose para ser periodista, estudió historia, economía, historia del arte y literatura.

Más tarde, aprovechando en parte las relaciones de su hermano mayor, el novelista Heinrich Mann (1871-1950), Thomas comenzó su carrera como escritor en el semanario literario y satírico alemán Simplicissimus.

El éxito obtenido con su primer relato, La caída (1894), lo decidió a abrazar el oficio de escritor. Por entonces era un estudiante poco aplicado y la generosa asignación mensual obtenida de la liquidación del negocio familiar tras la muerte de su padre le permitía vivir como bohemio, a veces en Munich y, otras, en Italia.

Después de otra narración meritoria, La voluntad de ser feliz, en 1895 publicó El pequeño señor Friedemann, un relato de mayor extensión que los anteriores. Fue a raíz de esta obra que el editor Samuel Fischer, advirtiendo el talento del joven, lo animó a que escribiera una novela, con la promesa de publicársela bajo su sello editorial. Durante el verano de 1897, en la pequeña ciudad italiana de Palestrina, Thomas Mann terminó un primer gran esbozo de Los Buddenbrook, su primera novela de larga extensión, y concluyó los primeros capítulos.

Unos meses después, instalado de nuevo en Munich, en pleno barrio de los artistas, el Schwabing, se dedicó a desarrollar y pulir aquella obra.

El joven Thomas se había propuesto contar ni más ni menos que la historia de la decadencia de una gran familia burguesa de comerciantes, establecida y venida a menos en la ciudad de Lübeck: los Mann, su propia familia. Lleno de entusiasmo, a menudo leía fragmentos de la obra en curso a su madre, hermanos y amigos, y éstos los celebraban alborozados; reían de buena gana con los pasajes caricaturescos de la historia, bordados con tanto acierto por el agudo artista, pero dudaban de que aquellas muestras de talento llegaran a cuajar en una obra de arte terminada y completa.

Mann tenía 25 años cuando terminó Los Buddenbrook; la asignación familiar daba para poco y se ganaba la vida como redactor en Simplicissimus, puesto que dejaría enseguida, ya que trabajar para otros no era su fuerte.

Con la publicación de aquella novela, su vida dio un vuelco hacia la fama. Thomas Mann se convirtió en el escritor de moda, y el proyecto de vivir para y de la literatura se hizo realidad. La fama le abrió las puertas a la mejor sociedad de Munich reportándole grandes beneficios para el futuro, entre ellos, su ventajoso matrimonio con la rica heredera de origen judío Katia Pringsheim.

A Los Buddenbrook siguieron otras obras, tales como Su Alteza Real (1909) o las excelentes novelas breves Tonio Kröger (1903) y La muerte en Venecia (1912). También escribió La montaña mágica (1924), que transcurre en un sanatorio para tuberculosos y constituye una transposición novelada de los debates políticos y filosóficos de la época, y Desorden y pena precoz (1925).

Estas novelas, agudamente analíticas que con un estilo magistral tratan sobre todo la decadencia de la burguesía moderna, están protagonizadas por héroes que son individuos cultos, tolerantes y cosmopolitas, pero excesivamente refinados y decadentes, que carecen de fibra y de la firme voluntad de vivir. Por consiguiente, las obras de Mann representan la grandeza y consiguiente pérdida de vitalidad de la civilización occidental hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

En 1929 la Academia Sueca le otorgó el premio Nobel de literatura a Thomas Mann, “en especial por su gran novela Los Buddenbrook, que, en el curso de los años, ha obtenido un reconocimiento cada vez más firme, como una obra clásica de nuestro tiempo”.

En 1930 la extraordinaria novela de Mann alcanzó el millón de ejemplares vendidos sólo en Alemania; en 1932, cuando arreciaba el nazismo, el gran escritor recibió una siniestra amenaza por correo: un ejemplar a medio quemar de Los Buddenbrook; así honraban las bestias lideradas por Adolf Hitler el talento alemán.

Los Buddenbrook está en la corriente de las obras de largo aliento de Emile Zola, Honoré de Balzac o León Tólstoi y hasta de la gran novela inglesa del siglo XIX. Se trata de un relato muy bien contado y lleno de sorpresas, que atrapa al lector por su estilo desenvuelto, por la riqueza de detalles y la sensibilidad de la que Mann hace gala en la descripción de objetos, ropas y personas.

Andando el tiempo, esta novela tan popular se vio un tanto eclipsada por el fulgor de La montaña mágica y Doctor Faustus (1947), ambas de factura “más intelectual”, lo cual no es justo, pues aquélla está a su altura e incluso las supera. “De ella sale todo el Mann posterior”, señaló el escritor italiano Claudio Magris, ganador del premio Strega 1997 y del Príncipe de Asturias de las letras en 2004, quien calificó a Los Buddenbrook de “obra maestra”.

Otras obras destacadas entre la vasta bibliografía de Thomas Mann –quien durante 60 años de actividad llegó a escribir cerca de 100.000 páginas– son Mario y el mago (1929), José y sus hermanos (cuatro novelas, 1934-1944), El elegido (1951) y Confesiones del estafador Felix Krull (1954).

También escribió ensayos y obras políticas e históricas, expresiones de fe en la República de Weimar y la democracia universal. Tras el advenimiento del nacionalsocialismo en Alemania, Mann se convirtió en exiliado voluntario en Suiza, adonde regresó después de vivir más de una década en Estados Unidos –país cuya nacionalidad adoptó–, pocos años antes de su muerte. Los nazis le retiraron la ciudadanía alemana y también se deleitaron quemando sus libros junto a los de otros muchos autores prohibidos por el Tercer Reich.

Una pluma universal

A 140 años de su nacimiento, Thomas Mann es considerado el más universal exponente de las letras alemanas del siglo XX. Un escritor venerado que, sin embargo, tuvo una relación “difícil” con sus colegas germanos y su país.

La llegada al poder de los nazis, en 1933, lo sorprendió dando una serie de conferencias en Amsterdam, Bruselas y París. Sus hijos lo convencieron de no regresar a Alemania. Tras pasar un período en Suiza, emigró a Estados Unidos, donde permaneció durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Con todo, Mann no se mantuvo al margen de los dramáticos acontecimientos desencadenados por Hitler en Europa.

Pese a que al estallar la Primera Guerra Mundial, Mann defendió el nacionalismo alemán; al final de esa sangrienta contienda su ideología evolucionó y se convirtió en ferviente defensor de los valores democráticos. En esa línea, Mann tomó postura con toda claridad contra el régimen nazi y la barbarie resultante. Al término de la Segunda Guerra Mundial, algunos de sus colegas que habían permanecido en Alemania y se consideraban representantes del “exilio interno”, lo instaron a regresar. Pero el autor rechazó vincularse al ámbito literario alemán de aquellos años, llegando a decir que, para él, los libros publicados en su país durante la época de Hitler tenían un dejo a sangre. La omisión era para él un pecado equivalente a la complicidad. El más famoso de los exiliados alemanes desató así una agria polémica, en la que se volcaron también los resentimientos de aquellos que tuvieron que sufrir el nazismo y la guerra en carne propia y restaban autoridad a quienes se pusieron a salvo.

La discusión, en todo caso, tuvo un carácter extra literario. Pero Mann jamás llegó a reinsertarse en Alemania y vivió sus últimos años en Suiza. Murió a los 80 años, el 12 de agosto de 1955, en Kilchberg, cerca de Zurich, a causa de una crisis cardiovascular.

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