Opinión

¿Cuál modelo?

El Antropoceno argentino. Un devenir sin cambio

“Nuestro amo juega al esclavo. De esta tierra que es una herida. Que se abre todos los días. A pura muerte, a todo gramo. Violencia es mentir”. Patricio Rey y sus redonditos de ricota


Miguel Catalá

“Nuestro amo juega al esclavo. De esta tierra que es una herida. Que se abre todos los días. A pura muerte, a todo gramo. Violencia es mentir”. Patricio Rey y sus redonditos de ricota

Antropoceno es el nombre que una corriente historiográfica siguiendo el criterio de periodización clásico da a una etapa de la historia de la tierra caracterizada por la presencia decisiva de la acción de la especie humana sobre la naturaleza. Y Ubica su inicio en el tránsito de la edad media a la edad moderna, es decir en la instalación del capitalismo. “El Antropoceno, comenzó con la revolución industrial, a finales del siglo XVIII. La humanidad seguirá siendo una fuerza ambiental predominante durante miles de años (Crutzen, 2002:23)”

El gobierno actual de la República Argentina, al menos el presidente, en varias ocasiones con intenciones de fundamentar su programa de gobierno, ha remitido a finales del siglo XIX.

En su mensaje queda bien clara su predilección por el país frente a las necesidades de la nación. Y también queda clara la confusión de Javier Milei respecto de cuáles son los personajes centrales que impulsaron, en el mundo de las relaciones concretas entre los animales, las cosas y las personas, es decir la concreción del modelo.

De allí, mi renovado interés por desmentir lecturas de la historia que generan, más que confusión pasajera, daños estructurales en la entendedera de las personas y, en consecuencia, por revisar los aspectos centrales del modelo agroexportador. Vamos a tomarlo desde sus orígenes.

Juan Manuel de Rosas, en sus “Instrucciones a los mayordomos de estancia” les indica con claridad y contundencia cuales son los asuntos que deben resolver y cómo hacerlo.

Pero también les limita el campo de acción toda vez que respecto de los asuntos de gran relevancia les ordena dejarlos pendientes: “hasta que vaya yo”, les dice.

La Instrucción del Estanciero, escrita en 1882, cuando la “conquista del desierto” estaba finalizada y el modelo agroexportador en sí, estaba definido en función de los intereses británicos, se dirige, ya no a los mayordomos sino directamente a los dueños de los establecimientos.

Conocer la diferencia entre ambas instrucciones es fundamental para la toma de conciencia del progreso agropecuario argentino en todos los tiempos, porque su matriz es la misma: una que sigue el ritmo de las necesidades del mercado y de los avances de la técnica y la ciencia que se concretan, si no exclusivamente, primero en otros países. El tiempo de Rosas era el de la ganadería de rodeo.

El tiempo de Hernández el de la ganadería como principal “industria rural”.

“La República Argentina, y especialmente la Provincia de Buenos Aires, necesita fijar una atención preferente sobre su principal y más productiva riqueza, fomentando la ganadería, perfeccionando sus sistemas de cuidado y mejorando por consiguiente, todos sus productos, que son hasta hoy la fuente principal de su futura prosperidad. Como país productor, tenemos asignado un rol importante en el gran concurso de la industria universal. Por muchísimos años todavía, hemos de continuar enviando a Europa nuestros frutos naturales, para recibir en cambio, los productos de sus fábricas que satisfagan nuestras necesidades, nuestros gustos o nuestros caprichos”.

Hernández juega con los vocablos fruto y producto moviéndolos según convenga a la idea que pretende imponer a sus hipotéticos lectores.

Él sabe que la ganadería como fruto, equiparable a las plumas de avestruz o a las maderas de los bosques nativos, está dejando de existir y justamente ese cambio es lo que él recomienda y los pasos necesarios para el cambio son los que pretende enseñar en la “Instrucción” pero también sabe que un producto propiamente dicho es algo fabricado por la mano del hombre: arte, artesanía, industria.

Lo que hicieron los dueños de las estancias para mejorar la ganadería fue incorporar al clásico staff de los establecimientos.

Mayordomos, capataces, peones, a los chacareros arrendatarios con el objeto de que estos roturaran la tierra por primera vez con el objeto de sembrar trigo, lino o maíz para luego cosecharlo y venderlo al mercado mundial por intermedio de los acopiadores quienes lo recibían en galpones del ferrocarril diseñados para ese comercio.

Pero el objetivo principal de los chacareros y el de los estancieros era distinto: los chacareros buscaban salir de pobres con la cosecha. Los estancieros buscaban la mejora de la ganadería toda vez que exigían a los chacareros que luego de tres años como máximo se marcharan de la parcela arrendada dejándola implantada de alfalfa.

Lo que los estancieros buscaban era la mejora de las pasturas y el ordenamiento de los potreros como parte esencial de la instrucción de Hernández que no era la única ni se diferenciaba de las recomendaciones propias de la Sociedad Rural Argentina.

Lo que los chacareros, en su gran mayoría inmigrantes que habían desembarcado en Buenos Aires tras el sueño de la tierra propia, era hacer capital. Visto que el acceso a la tierra estaba vedado, buscaron hacer capital en aquello que era esencial para el cultivo de la tierra: caballos, herramientas útiles para la labranza y semillas.

En muchos casos lograban llegar a ese paquete de recursos tomando deuda o invirtiendo sus magros ahorros logrados en años de esfuerzo laboral como peones o en sus propios hornos de ladrillos, por ejemplo. Algunos traían recursos monetarios en el viaje transoceánico, otros contaron con el favor de algún familiar, pero la gran mayoría llego con esfuerzo propio y sacrificio familiar a convertirse en chacarero arrendatario. De allí, la posterior pretensión de llegar a la propiedad de la tierra ya no por enfiteusis sino vista y soñada como un premio al esfuerzo de, al menos dos, generaciones.

He allí los cuadros fundamentales para el modelo agroexportador.

Las raíces de este modelo, sus vaivenes históricos, su vigencia palpable (en lo que duro el concierto de Manu Chao, en el anfiteatro de nuestra ciudad, la noche del 24 de febrero, pasaron, por el rio Paraná, tres buques sojeros).

 

 

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