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Docentes exigen: “Basta de matar a nuestros alumnos”

Un grupo de maestros trabaja para “hacer visible” la problemática de los chicos muertos por violencia en edad escolar.

Preocupados por la cantidad de chicos muertos de manera violenta en edad escolar en los últimos años en la ciudad, ya sea por conflictos interpersonales, por cuestiones de drogas e incluso por el accionar policial, un grupo de docentes nucleados en Amsafé Rosario está trabajando desde hace un tiempo para “hacer visible”, según cuentan, una realidad que es dura, plena de complejidad y que necesita ser revertida. Para eso, realizan reuniones y crearon una comisión bajo el lema “Basta de matar a nuestros alumnos” donde intentan recopilar datos de las víctimas y poder reconstruir sus historias para que no sean olvidadas y queden en la mera estadística. Los maestros denuncian principalmente que la ausencia del Estado o su insuficiente acción es una de las principales razones para que esto ocurra.

Los docentes se reúnen periódicamente, cada quince días, y de los encuentros participan también integrantes de la Asamblea por los Derechos de la Niñez y la Adolescencia.

Durante el tiempo que llevan trabajando sobre la problemática fueron encontrando algunos datos que los están ayudando a armar una especie de “mapa de la situación”.

Entre ellos, se destaca que la gran mayoría de las víctimas eran varones, tenían entre 6 y 18 años, y vivían en los barrios más postergados.

Otro punto que se repite es la relación directa entre la deserción escolar y la venta de droga. Muchos chicos dejan de ir a la escuela para comenzar a trabajar en el narcomenudeo ingresando a un mundo sórdido y altamente peligroso con alto riesgo de muerte.

Claudia Rivas es integrante de la comisión directiva del gremio y secretaria de Derechos Humanos y contó que la preocupación por la dramática situación comenzó hace unos dos años y medio. “Estamos hablando de la muerte de chicos, de nuestros alumnos, que va incrementándose día a día y lo que estamos haciendo es tratar de ver cómo se pueden ir buscando canales para que esto se vaya revirtiendo, con distintas políticas, porque creemos que el Estado se tiene que hacer cargo y no lo está haciendo”, destacó.

La docente explicó que el objetivo es “hacer visible a la sociedad lo que está pasando con nuestros alumnos, con nuestros chicos”. “Lo que queremos es hacer visible en qué condiciones viven y que muchas veces son, de alguna manera, atrapados por el narcotráfico. Dejan las escuelas para salir a trabajar. Realmente el Estado no se está haciendo cargo de cubrir las necesidades básicas”, siguió.

Según contó, el trabajo que están realizando es prácticamente “en soledad” y con poco apoyo externo. “Cuando los chicos empiezan a faltar nosotros realizamos las visitas necesarias para ver qué es lo que está pasando y por qué no está yendo a la escuela. Mucho más que eso no podemos hacer. Tratamos de charlar, de mostrar que es importante que sigan estando con nosotros. El Estado intenta hacer cosas. Una de ellas, por ejemplo, es establecer la jornada extendida que es para que los chicos estén más tiempo en la escuela, algo que nosotros estamos de acuerdo, pero el problema es que se implementan estos proyectos sin dinero, sin cargo o tenemos una sola persona a cargo de esto para toda una escuela y no cubre las necesidad para ayudarnos porque nosotros solos no podemos”, afirmó.

Rivas recordó que por los datos que manejan, en el momento de ser asesinados muchos de los chicos ya habían dejado la escuela, pese a tener la edad escolar. “Hay que lograr que permanezcan en ellas porque allí es donde se les puede dar un horizonte o por lo menos se les va a mostrar que hay otro mundo, que no existe solamente este mundo en el que está viviendo sino que hay otras salidas. Lo que pasa es que faltan políticas integrales para ayudar a estas familias tan vulnerables de las cuales el Estado se ha olvidado”, remarcó.

“Esos chicos que murieron tendrían que haber estado en la escuela. Conformamos este grupo de compañeros en relación a lo que estábamos viendo. Esta cuestión que un día vemos a nuestros alumnos y otro día quizás no. De alguna manera lo que buscamos es historizar a nuestros chicos y que no queden solamente en una estadística. Ver más allá, la historia de este chico y la de su familia para que no quede en un número”, concluyó.

“Tratamos de que los chicos vuelvan”

Desde hace un tiempo, el programa de Juventudes Incluidas, del gobierno provincial, viene trabajando con jóvenes en estado de vulnerabilidad social. Su coordinadora, María José Clutet, contó que la situación es compleja y que la idea es “tratar de que los chicos que dejan la escuela puedan volver o en todo caso capacitarlos para que se desempeñen en algún oficio”.

“Notamos que muchos alumnos dejan de ir, especialmente en primer año, y aducen problemas familiares, porque la escuela queda lejos y otras cuestiones más complejas. La idea es ayudar a los jóvenes más vulnerables”, explicó.

La funcionaria explicó que la mayor parte de los chicos que llegan al programa tienen entre 14 y 25 años y pertenecen a las zonas más vulnerables de la ciudad. “Tenemos tres ejes principales: uno es el empleo, generar conciencia de trabajo, con la realización de talleres de capacitación en oficios como bicicletería, marroquinería, electricidad, herrería y propuestas gráficas como manejo de stencil, muralismo y pasacalles, entre otras. Otro es la convivencia, donde se pone hincapié en lo recreativo a través del deporte, el arte y la protección del espacio público. El tercero tiene que ver con la promoción de garantía de los derechos”, indicó.

Historias de vidas rotas a poco de andar

Los casos de chicos asesinados son muestras de una sociedad violenta que se vuelve una y otra vez contra sí misma, con un desprecio bestial por la vida. Basta recordar lo que le ocurrió a Ariel Alejandro Vila, asesinado en febrero de 2014 en el corazón de Empalme Graneros tras discutir con otros dos jóvenes en una esquina donde funcionaba un búnker donde se vendían drogas. Alejandro, que fue ultimado por tres balazos, era rapero, amante del hip hip, y había escrito una canción profética para su propia historia titulada

“El barrio está peligroso”. En una parte del tema decía: “Mientras la droga arrasa, acaba con la juventud, los que la venden se enriquecen y no tienen inquietud”.

Unos meses antes, en octubre de 2013, barrio Ludueña sufría la muerte de Gabriel, de tan solo 13 años. Mientras cursaba séptimo grado fue asesinado por hinchas de Central sólo por tener puesta una camiseta de Newell’s. Y Gabriel era de Boca. Tenía toda la vida por delante y quería ser muchas cosas: estudiante de música, cantante y compositor.

Más cerca en el tiempo, exactamente el último 12 de junio, otra noticia causó escozor y fue un duro golpe para toda la opinión pública. Rolando Mansilla tenía 12 años y fue acribillado a balazos en una terraza mientras custodiaba un búnker en una precaria y fortificada vivienda de Magallanes 300 bis, también en barrio Ludueña. Su función era advertir sobre algún peligro y controlar la llegada de compradores. A quien se la anunciaba era a su hermano de 10 años que estaba encerrado en el primer piso de edificación. Todas historias terribles, difíciles de asimilar, que hielan la sangre y se repiten.

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