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Discapacidad y trabajo

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Benfatti, una marca elaborada por “personas especiales”

Hace veinticuatro años un grupo de padres de jóvenes con capacidades diferentes se reunieron para dar vida al Taller Granja Protegido Nazareth, un espacio de inclusión laboral donde la pasta es la protagonista.

Al pasar por Callao 565 el olor a pasta fresca despierta el apetito y la curiosidad de cualquier transeúnte. Es que allí funciona el Taller Granja Protegido Nazareth, donde más de veinte jóvenes con capacidades diferentes trabajan en la producción de pastas artesanales y clásicas bajo la marca de Benfatti.

En 1895 un grupo de padres de jóvenes egresados de la Escuela Especial Santa María decidió desarrollar un taller de inclusión laboral para mitigar la problemática de la desocupación en personas con capacidades diferentes. Primero se comenzó fabricando bolsas de residuo y trapos de piso, y hace ya catorce años se sumó al emprendimiento una fábrica de pastas frescas.

La buena pasta

Los productos que se elaboran allí no distan mucho de los de una fábrica convencional, pero sí en la manera en que se realizan: con mucho amor, esfuerzo y dedicación. Fideos, ñoquis, ravioles, sorrentinos, tapas para empanadas y tartas son algunas de las tantas variedades de productos que ofrece el taller. Y la evidencia de ese esfuerzo y dedicación se nota en la demanda de la gente. “Por mes superamos los cinco mil kilos de producción de pasta”, cuenta orgulloso Julio Razzetti, presidente del Taller Granja Protegido Nazareth.

El origen de la marca también tiene su historia. “El por qué del nombre Benfatti se debe a un tipo de pasta italiana poco conocida que se llama malfatti, que significa mal hecha. Entonces de ahí salió la idea de Benfatti, que significa lo contrario, es decir bien hecha”, explica el titular del taller.

Una salida a la desocupación

A nivel provincial funcionan cuarenta Talleres Protegidos, tres de ellos se desarrollan en la ciudad. Razzetti explica que son estos talleres los que “más han podido captar a personas con capacidades diferentes para incluirlas laboralmente”. “Cuesta la incorporación en otros sectores de la sociedad porque la demanda laboral normal siempre supera a la oferta. Frente a este tipo de demanda, la oferta se retrae y duda de si la capacidad diferente podrá suplir la que teóricamente es normal”, agrega.

Cada uno de los veintitrés operarios que trabaja en la fábrica cobra una retribución por su trabajo, además de becas que otorga el municipio y un ingreso que la nación destina a todos los Tallares Protegidos del país.

“En el rubro gastronómico lo más importante es la calidad, lo cual implica usar la mejor materia prima posible y también saber hacer”, explica Razzetti. Es por ello que todos los operarios del taller reciben la capacitación y la supervisión constante de instructores que trabajan a la par de ellos. Y los logros son más que sorprendentes. “Las capacidades las van demostrando sobre la marcha. Se les pone a hacer un trabajo determinado y cada uno va logrando una cierta especialización”, cuenta Razzetti.

Los productos se comercializan al público en general, en restaurantes, autoservicios, braserías, comedores escolares y pequeños mercados así como también a través de los servicios de catering. Los mismos se pueden solicitar comunicándose al 4381679 o dirigiéndose personalmente a Callao 565.

Con las manos en la masa

En uno de los salones, con delantales, barbijos y las caras salpicadas de harina, se encontraban amasando los autores de los manjares Benfatti. Lorena es una de ellos. En ese momento se encontraba amasando sorrentinos de jamón y queso y cuenta que su función es “marcarlos y cortarlos”. “Hago un poco de todo, también lavo la acelga y los pimientos”, agrega la joven quien llega todos los días acompañada por su papá en colectivo. A su lado se encuentra Eduardo, de 46 años, que cuenta que ya tiene un grupo de clientes propios. “Lo que más me piden son ravioles de ricota y verdura”, agrega. Sebastián es otro de los protagonistas. Tiene 34 años y dice que “lo que hago lo salgo a vender a la calle”. Y manifiesta que sólo cocina de la puerta de su casa para afuera ya que cuando llega de trabajar “miro la novela mientras mi papá me cocina”, dice entre risas. Pablo es uno de los pioneros en formar parte de la organización. Hace veinte años que asiste al taller y cuenta que le gusta cocinar ravioles y sorrentinos, pero confiesa que “lo mejor de todo es comerlos”.

Junto a ellos se encuentra Florencia Bojanich, una psicóloga que asiste tres veces por semana al taller para atender las cuestiones personales de los trabajadores. “Se nota cómo van progresando día a día”, cuenta orgullosa.

Leticia Ulloa es una de las instructoras del área de pastas artesanales y hace cuatro años que trabaja en el taller. “El avance es impresionante, cuando llegué al taller solamente se elaboraban alfajores de maicena y de a poco fuimos incorporando más productos”, cuenta entusiasmada.

El taller es una exhibición que invita al deleite y tienta a los paladares más golosos. Pero lo realmente destacable es el empeño y el cariño con que estos jóvenes y adultos de espíritu de niño representan una marca, que por su historia ya sea ha convertido en un ícono de la gastronomía local: Benfatti.

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