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Sociedad

Dibujo y juego como expresión de niños que viven “enfermos”

Cuando un diagnóstico se repite y no se encuentra ninguna causa orgánica debe surgir el interrogante sobre qué ocurre.


Estar sano, gozar de buena salud. Enfermarse, vivir enfermo. Cuantas veces se suele escuchar la frase: “Este niño vive enfermo”. Los niños enferman, y sería irresponsable generalizar el estar enfermo con cuestiones de carácter psicológico. Pero sí es cierto que cuando un niño enferma de manera reiterada y continua, cuando un mismo diagnóstico se repite, y no se encuentra ninguna causa orgánica que pueda explicarlo, entonces debe surgir el interrogante sobre ese “estar enfermo”.

El término enfermedad se asocia a lo médico, aquello que es territorio de la medicina y que puede ser curable o no. La enfermedad orgánica abarca un número no especificado de enfermedades y/o estados patológicos

Para la medicina una enfermedad, un síntoma orgánico, no es parte del sujeto, sino que la separa del mismo y pasa a ser su objeto de estudio. El psicoanálisis coloca la atención no sólo en el dolor y el sufrir del paciente sino en cómo es relatado dicho sufrimiento en el discurso.

Antes de nacer, al niño se lo espera con un nombre, un sexo, ideales. Antes de nacer ya circula en un discurso, siendo parte de una historia que lo antecede, así como también de un devenir presente que le es propio.

El mundo del niño no es un mundo siempre feliz, angelical e inocente. La infancia no se circunscribe sólo a un desarrollo cronológico sino que tiene que ver con tiempos lógicos y estructurales. Tiempos de pérdidas, de duelos, de enigmas y placeres.

El juego y el dibujo

Los tiempos de la niñez, el niño los transita acompañado del juego, el dibujo y la escritura.

Actividades que le permiten recrear sus vivencias, aquello que acontece dentro y fuera de su familia. Crear, construir, producir representaciones simbólicas de sus experiencias.

A partir del análisis de las fantasías, Sigmund Freud compara el juego del niño con el quehacer poético. Considera que el niño al jugar “se comporta como un poeta”, emplea en éste nuevo mundo que crea grandes montos de energía, siendo el deseo que moviliza el juego el de “ser grande y adulto”. Más tarde estudia el juego infantil, mediante la observación de su nieto de año y medio, y lo describe como aquella actividad que le permite la descarga de emociones, sentimientos y sensaciones de aquello que le ha producido “gran impresión en la vida”, adueñándose de esta manera de la situación. Es decir el juego al niño le permite realizar activamente aquello que vivenció de manera pasiva.

El dibujo también es un acto creativo que le permite al niño montar sobre el espacio de la hoja en blanco, sus producciones o creaciones, que no son más que las diferentes representaciones o versiones de aquello que le acontece. Vivencias que se encuentran inmersas en aquel universo más amplio que rodea al niño. Vínculos filiatorios, trama familiar y vincular, la cual conoce y desconoce, y que debe ir ovillando y desovillando a lo largo de su vida.

Existe una prehistoria y un presente que el niño necesita anudar con aquellas verdades que se muestran y las que se ocultan, con lo no dicho; que en ocasiones percibe, escucha o deduce tal vez. El juego y el dibujo, es el medio simbólico que le permite al niño desplegar sus interrogantes sobre un escenario ficcional y entonces ser actor presente de su propia historia.

¿Qué sucede en aquellos niños que suelen enfermarse de manera continua y reiterada?

Cuando la enfermedad se instala, algo se detiene, se enmudece; las actividades cotidianas se interrumpen: el colegio, el jugar, el estar con otros. La enfermedad produce un corte, una quietud, un paréntesis. La enfermedad de un niño viene de la mano de la angustia, del dolor y el sufrimiento. Sentimientos que se emparentan, pero que psíquicamente no son lo mismo.

Ya Freud diferencia el terror, el miedo y la angustia, en su relación con el peligro, a partir de la observación de las neurosis traumáticas. La angustia tiene que ver con un estado de expectativa y preparación frente al peligro, aunque el mismo sea desconocido; el miedo emerge ante la presencia de un objeto determinado, mientras que el terror es aquel estado que se siente ante una situación de peligro, para la cual no se está preparado.

Al referirse a la angustia infantil, menciona tres situaciones: “(…) cuando el niño está solo, cuando está en la oscuridad y cuando halla a una persona ajena en lugar de la que le es familiar (la madre)” .

La importancia de la palabra

Cuando la angustia no puede expresarse en palabras lo hará por el comportamiento del cuerpo o la conducta. No se trata de dejar a un lado la predisposición genética, así como las condiciones externas. Pero tampoco se puede hacer oídos sordos a las situaciones afectivas que en ocasiones predisponen también a enfermar. Lo afectivo puede modificar el comportamiento biológico de un niño, como el apetito o la digestión, por ejemplo. A su vez, dicha modificación va a depender del intercambio del lenguaje que el niño tenga con la persona que de él se ocupa.

Cuando las palabras no hacen juego, cuando hay ausencia de ellas sobre aquello que el niño experimenta en su cuerpo y con él, al estar enfermo, su lugar como niño, queda eclipsado en lo mortífero de la situación. Ausencia de palabras que obtura al niño la posibilidad de orientarse, y transitar la enfermedad, de acuerdo a sus propias vivencias.

Es por el cuerpo y en él que el sujeto siente, desea y se expresa. El niño cuenta con interrogantes, dudas, malestares, y placeres que vivencia dentro de su cuerpo. Se trata de un sujeto al cual le suceden cosas.

Ya lo decía la pediatra y psicoanalista francesa Francoise Dolto: “Todo es lenguaje en el ser humano. El cuerpo mismo, a través de la salud o a través de la enfermedad, es lenguaje. La salud es el lenguaje del sano; la enfermedad es el lenguaje de alguien que sufre y, a veces, de un angustiado”.

El dibujo, el juego, son también formas de lenguaje, modos de expresión a los que el niño recurre para poder decir aquello que no puede poner en palabras, ya sea por ser muy pequeño, y no saber cómo, o bien tan solo porque no puede expresar su padecer.

Los niños cuando se expresan no se refieren a posesiones materiales. A diferencia del adulto, ellos hablan de sus relaciones afectivas y pueden decir: “Tengo una mamá, un papá, una hermana, y tengo abuelos”. Y cuentan las mascotas que tienen, cuántos primos, cuántos amigos, y así continúan. Para los niños tener, es tener seres de relación, es tener afectos.

“El niño no tiene casa, él está en la casa, o bien está fuera de ella”, dice Francoise Dolto.

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