Sociedad

Conicet

Desarrollan alfabetización para disminuir la brecha de clases

La investigadora Celia Rosemberg trabaja, con apoyo económico de fundaciones y organismos, para un proyecto que hace foco en el entorno familiar del niño, descartando el déficit lingüístico y cognitivo


Los argumentos que circulan para explicar por qué aún hay niños que no saben leer y escribir, que los chicos no participan, que los maestros fracasan, que el sistema educativo no funciona nunca convencieron a Celia Rosemberg, investigadora del Conicet abocada a estudiar el desarrollo lingüístico y cognitivo infantil. “Todos los niños tienen la capacidad de aprender a leer y escribir. La amplitud del vocabulario no está determinada genéticamente: depende de las oportunidades que el entorno social brinde. Las dificultades de chicos en el contexto escolar suelen ser producto de un desajuste entre el entorno familiar y el escolar y no de un déficit lingüístico o cognitivo del niño”, sostiene.

Las primeras palabras

Después de años de trabajo de campo intentando buscar la explicación más afinada a la problemática, comprobó que la alfabetización no comienza con la escolarización sino mucho antes, cuando el niño balbucea sus primeras palabras. A partir de allí, desarrolló junto a su equipo de trabajo un programa de alfabetización temprana que hoy se aplica en jardines de infantes y escuelas de sectores medios y vulnerables y en comunidades de pueblos originarios, y que se basa en que la escuela y el jardín maternal y de infantes partan de los conocimientos y de los usos del lenguaje que los niños aprenden en el medio familiar, y capitalizarlos para generar entornos “potentes para nuevos aprendizajes”, como lo define. “Cuando hablamos de alfabetización temprana no nos referimos solo al acceso al sistema de escritura, sino al desarrollo de las habilidades de vocabulario y discurso, que también son parte de la alfabetización. La alfabetización temprana comienza más o menos desde el nacimiento: hoy en día los libritos de plástico que usan los bebés, incluso al bañarse, ya desde los 4 o 5 meses, la escritura compartida de mensajes en el celular o en las tablet, son permanentes en las familias alfabetizadas. Los chiquitos de un año toman un cuento y hacen que leen: y aunque lo que produzcan sea sólo balbuceo, el uso del libro, la inclusión de algunas palabras y la entonación muestran que ya están en el proceso. Un chico que desarrolló tempranamente un vocabulario amplio, tiene mejores representaciones de la estructura sonora de las palabras y va a acceder más fácilmente al sistema de escritura.  Distinto es lo que sucede en hogares pobres, donde la mayor parte de las familias no tiene la posibilidad de ofrecer a sus hijos cuentos y donde la escritura y la lectura pueden no ser tan comunes. Entonces hay una diferencia en experiencias de alfabetización y eso hace que los chicos lleguen a la escuela primaria con muy distintos conocimientos sobre el sistema. Lo que nosotras hicimos es estudiar eso y generar propuestas para achicar la brecha”, comenta Rosemberg.Un corpus de habla inédito

Rosemberg, actual directora del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Psicología Matemática y Experimental, comenzó a estudiar la alfabetización desde la ciencia treinta años atrás. Su objetivo era estudiar las diferencias de oportunidades en el acceso a la comprensión y producción de textos escritos. “Me interesaba el tema de las desigualdades y qué hacer desde la intervención y desde la promoción educativa para tratar de contribuir a generar mejores oportunidades para todos”, recuerda. Desde sus comienzos y hasta 2000, se abocó a estudiar de manera interdisciplinaria el acceso a la alfabetización en chicos de primario comparando la situación que se vivía en sectores medios con la de sectores vulnerables. En el interin comenzó a vislumbrar que las brechas en el acceso a la alfabetización se generaban cada más temprano. “Cuando comparábamos los resultados del impacto del trabajo que hacíamos en los chicos en situación de pobreza con los chicos de sectores medios, la brecha era muy importante. Empezamos a ver que las diferencias se gestaban en los años previos al ingreso a la escuela primaria”, advierte. ¿Cómo se gestaban esas diferencias? ¿En dónde comenzaba la brecha? Las inquietudes se multiplicaban y la llevaron a querer monitorear a niños de edades cada vez más bajas.

Rosemberg y su equipo de trabajo recalcularon su línea de estudio y se enfocaron, entonces, en el estudio del lenguaje en los años previos a la escuela. Y considerando una variable adicional: querían estudiarlo dentro de los contextos de interacción en los que el lenguaje se produce, es decir en el propio entorno de los hogares. “Como investigadoras siempre estudiamos el lenguaje en los entornos de desarrollo, en las situaciones espontáneas en las que se produce, entonces necesitábamos ver qué pasaba en la casa de los chicos”, rememora Rosemberg.

El habla espontánea

La investigación fue de corte etnográfico: pasaron doce horas observando lo que sucedía en la interacción –“el habla espontánea”– de las casas de cincuenta chicos de cuatro años de edad, tanto de poblaciones urbanas marginales como de sectores medios y de comunidades indígenas. Una vez que tuvieron ese material transcripto, procesaron cuantitativa y cualitativamente los modos de habla: la cantidad de palabras que los chicos escuchan en sus entornos, el vocabulario, cuántas palabras se dicen, el estilo discursivo, para qué se narra, para qué se argumenta, los recursos lingüísticos, cuáles son las formas discursivas que se ponen en juego. Compararon, también, lo que los chicos de sectores más pobres escuchaban en términos de lenguaje con lo que escuchaban los chicos de sectores medios, qué narrativas producían unos y otros, qué los movía a narrar y si esas formas de lenguajes eran o no retomadas por la escuela. Con toda esa información, crearon el proyecto de alfabetización temprana. “Básicamente, estudiamos el lenguaje en uso. Hoy seguimos profundizándolo, estudiando el desarrollo de setenta chicos de estas mismas poblaciones desde el momento en que tienen menos de un año de edad hasta que tienen tres años. A algunos de ellos, incluso, hasta que ingresan a la escuela primaria. Así, estamos generando un corpus de habla en los hogares de los chicos que no existía en otro país de habla hispana”, resume Rosemberg. “Los educadores nos llenamos la boca diciendo que «se aprende a partir de los conocimientos previos», pero a la hora de generar propuestas en la escuela nos olvidamos de todas las cosas que los chicos sí saben y han aprendido, y las formas de comunicación, de interacción, que son propias de sus entornos”.

Investigación y transferencia

La propuesta que desarrollaron consta de ocho módulos que se aplican de manera sistemática y con una frecuencia alta: incluye un módulo general sobre desarrollo lingüístico y cognitivo, otro de lectura de cuentos –“los precursores del sistema de escritura”, advierte Rosemberg–, otro de narrativa de experiencias personales, un módulo de alfabetización familiar y uno del juego y el lenguaje. La propuesta fue implementada en todos los jardines de infantes de la provincia de Entre Ríos, y los niños de novecientas familias de Entre Ríos participaron, además, de un programa de alfabetización familiar. “El vocabulario se aprende a lo largo de toda la vida. Cuando hablo de alfabetización temprana no hablo sólo de que el chico acceda al sistema en sala de tres años, sino que desarrolle un buen vocabulario, estrategias discursivas, que pueda producir una narrativa coherente”, concluyó la científica.

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