Ciudad

Borrón y cuenta nueva

De prostituta a abanderada

Michelle Vargas es transexual y cuenta cómo en dos años pasó de sobrevivir ofreciendo sexo a cambio de dinero a obtener las máximas calificaciones y llevar la enseña patria en su curso. Su historia refleja la exclusión que padece el colectivo trans.


“De prostituta perdida, a abanderada con promedio diez”. Así resume Michelle Vargas sus últimos dos años. Tiene 33 años, es transexual y acaba de terminar su segundo año en la escuela de enseñanza media para adultos 1.147. Su promedio de 10 le valió llevar la Bandera y alimentó un nuevo sueño: ser docente. “Es una excelente persona”, cuenta Marta Zárate, directora de la Eempa. La historia de Michelle no es nueva para la institución, donde la inclusión es moneda corriente. Y la experiencia, valora Vargas, ayudó a la comunidad educativa a dejar atrás prejuicios sobre los trans.

La Eempa Nº 1.147 está ubicada en pleno centro de Rosario. Unas 300 alumnos concurren allí, donde conviven realidades muy distintas. Entre ellas, las de género.

Michelle Vargas comenzó las clases a principio de 2013. “Cuando me inscribí sentí que la directora creía que yo iba a ser un problema. Tenía prejuicios. Creyó que iba a ser un «bando». Pero después me llamó varias veces y dijo que se sentía orgullosa de que esté en el colegio”, recuerda la ahora mejor alumna del colegio céntrico.

Michelle Vargas nació en Río Gallegos, Santa Cruz. Los miles de kilómetros que la separan de su infancia retrasaron los trámites para arrancar las clases. Su primer día en la escuela fue cuando los grupos ya estaban consolidados y las clases en marcha. Miya, como le dicen sus amigas, entró al salón y dejó a todos sus compañeros y compañeras boquiabiertos. “Me fui como para el teatro”, cuenta con risas y describe: tacos, brillos, extensiones en el pelo. “Fue raro. Estaban como asombrados. Siempre es así al principio. Pero después me empezaron a tratar en la vida cotidiana y se dieron cuenta que mi orientación sexual es algo más de la vida, que no me condiciona. Pude estudiar, tener responsabilidades y eso abrió la mentalidad de mis compañeros y los profesores”, describe.

Casi dos años después de ese día, Michelle Vargas recibió la noticia de que se convertía en la nueva abanderada de la escuela y que le tocaría llevar la enseña patria. Para ella es el broche de oro de una serie de logros. El primero fue anotarse en el colegio. Luego, seguir con el cursado. El fantasma de una posible discriminación la persiguió durante meses, en los que mientras tanto siguió estudiando. Este año terminó con un promedio de diez. “Me tomé esto con mucha responsabilidad y estoy estudiando a full. Antes mi vida era un desastre. No tenía rumbo. Tenía problemas de adicciones, me prostituía y boyaba de acá para allá. La escuela era algo pendiente y hoy para mí es lo principal”, rememora Vargas.

La historia de Miya es similar a la de cientos de chicas trans en el país: tienen en común las pocas posibilidades de estudiar y trabajar. Michelle no cursó la escuela secundaria cuando le correspondía: a esa edad comenzaba a prostituirse. La joven reveló su condición sexual a los quince años y la echaron de su casa. Para sobrevivir, tuvo que trabajar y el único empleo que consiguió fue mantener sexo a cambio de dinero. “Hoy las condiciones son muy distintas. Hay más apoyo de las familias de las chicas y también leyes. Nunca pensé ver estas leyes. El Estado nos dejó muy de lado. Tenía y tiene una cuenta pendiente con nosotras”, sentencia la abanderada.

Hay dos factores que Michelle considera puntuales en el giro que tomó su vida y que la llevó a cargar con orgullo la bandera argentina. Primero, su militancia política. “Era una prostituta perdida. Trabajaba y me drogaba. Nada más. Me encontré con la política hace cuatro años. Conocí mis derechos y las leyes, y ahora soy refanática de la política”, comparte con El Ciudadano. Miya milita en el área de diversidad del Movimiento Evita y es parte del grupo Comunidad Trans. “En Rosario la discriminación sigue y los problemas con la Policía y el acceso a la salud, también. Las chicas saben que por cualquier cosa me pueden llamar y yo voy a la comisaría que sea, al lugar que sea. A veces quedo detenida también, pero yo les digo: mejor dos adentro que una sola”.

El otro gran responsable del giro en la vida de Vargas es su novio, con quien sale hace, justamente, dos años. Michelle cuenta que antes de conocerlo a él tuvo otra pareja que era muy violenta con ella. A pesar del apoyo de las amigas, Vargas reconoce que necesitaba que otro hombre le haga ver que ella valía la pena.

“Saber que puedo estudiar me abrió la cabeza”, sintetiza. La intención, sin embargo, no alcanza siempre. A pesar de llevar adelante los estudios, de comenzar a militar y armar una pareja, la falta de trabajo continuó siendo un problema. Hasta hace siete meses, cuando consiguió trabajo en un call center, Michelle continuó prostituyéndose. “Por suerte conseguí otro trabajo. Es cuestión de querer y también conseguir el lugar indicado, porque siempre repartí curriculums. Es una cuestión de cambio social y cultural”.

Su materia favorita es matemática, aunque aclara que todos los contenidos le gustan. Le queda un año de cursado y sabe qué sigue después: Michelle quiere enseñar ciencias sociales y abocarse, en un futuro no tan cercano, a otra de sus profesiones predilectas, la comunicación social.

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