Ciudad

Cumplir 103, riendo

Blanca festejó su aniversario en un geriátrico donde desbordaba la alegría. Ostenta un carnet de conducir, no haberse casado nunca, haber tocado el piano y cocinado y no recordar demasiado lo perdido.

Blanca es una de las personas más grandes de la ciudad: ayer cumplió 103 años y sabe muy bien cómo no aparentarlo. “El tiempo pasa, la ropa queda”, dice cuando le preguntan sobre su cumpleaños. ¿Cuál es su secreto? “Buena onda y saber elegir”, responde. Y agrega: “Por eso no me casé”.

“¿Ya no usás más la redecilla tía?”, le pregunta Alma, su sobrina, mientras trata de peinarla. Otra señora, que está sentada a su lado, le contesta: “No, no la usa más. Ahora se peina así”, y le muestra cómo Blanca tira su pelo para atrás constantemente. Ella se ríe y asiente. Es bajita, de pelo corto y ojos grandes. Está arreglada para la ocasión, y constantemente mira para todos lados –seguro que no está acostumbrada a recibir visitas o ser el centro de atención–. También tiembla, y al principio se puede pensar que no está para nada lúcida, pero es al contrario: habla, hace chistes, gesticula. Entonces se duda si es o no la cumpleañera: no parece estar cumpliendo 103 años  

Hace tres años que Blanca vive en el geriátrico La Casona, de España 1573, donde se prepararon muy bien para celebrar su día: globos, comida típica de cumpleaños y música. En un salón muy grande, todas las personas que lo habitan, bien vestidas y maquilladas, están sentadas disfrutando del día tan especial: es muy probable que no todos los días pongan música, llenen las mesas de comida y las paredes de colores.

La Casona es un lugar tranquilo y no se acerca, en absoluto, a la tristeza que puede transmitir un lugar por el estilo. Todos festejaban, no sólo la cumpleañera, y mostraron la alegría que sentían de estar presentes ese día, especialmente Alma, que destaca su “alegría y picardía”.

Cuando la cumpleañera comienza a relatar su vida lo hace hablando de autos. Aún conserva su carné de conducir, cuenta, pero dice que ya ni debe acordarse de cómo usar un automóvil. También charla de comida, de cómo le gustaba a sus sobrinos que ella les cocine; y del piano, porque fue profesora de piano “Hasta que lo vendí. No me acuerdo por qué lo hice, a lo mejor no tendría que haberlo hecho”.  

De a poco, Blanca entra en confianza y charla más. Recuerda a su madre, “de mente despierta”, y que nació en el centro de la ciudad. La realidad es que la cumpleañera está perdida, que no recuerda con precisión todo lo que le gustaría, pero aún así habla, y cuenta que tuvo una hermana, que sus dos hermanos murieron chiquitos, que tenía un novio pero que no sabe por qué no se casaron; “tal vez yo era muy pretenciosa”, dice. Es una persona alegre, pero que también está dispuesta a ponerse seria y dar fórmulas para quienes quieren llegar a su edad: “Siempre me salió todo de adentro a mí. Me fue bien en la vida, supongo, aunque haya perdido a personas cercanas. ¿Lo esencial? Buena onda”.

A la hora de soplar las velitas Blanca todavía está un poco dormida, pero, apenas titubeando, sabe responder con gracia a cualquier pregunta que le hagan. Según cuentan en el geriátrico, ella es muy dormilona y ayer y el día previo a su cumpleaños, los medios la habían vuelto loca. Una enfermera cuenta, divertida: “Cuando le pregunto por qué duerme tanto, me dice que es porque a la noche se escapa por la ventana para ir al baile”. Y todos los presentes ríen. La anciana desmiente este chiste, también sonriendo, y todos vuelven a reír. El clima festivo es inevitable.

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