Espectáculos

Cuerpos impúdicos y festivos

En programación del Festival Internacional El Cruce, este miércoles, a las 21, en el Parque de España, el coreógrafo porteño Pablo Rotemberg muestra su extraordinario espectáculo “La idea fija”, un ensayo sobre lo diverso de la sexualidad.


Un sinnúmero de posibilidades vinculadas al campo de lo íntimo aparecen en escena.
Un sinnúmero de posibilidades vinculadas al campo de lo íntimo aparecen en escena.

Por Miguel Passarini

La sexualidad como un desafío incierto, sinuoso, donde lo empírico se vuelve un camino posible, una opción. El cuerpo puesto “al límite del borde”, los cuerpos asociados o disociados, los cuerpos vestidos o desvestidos, el sexo oculto o a la vista, la genitalidad desacralizada, exhibida, dispuesta.
Con el extraordinario espectáculo de danza-teatro La idea fija, que esta noche a las 21 inaugura formalmente en el Parque de España (Sarmiento y el río) la 13ª Edición del Festival de Artes Escénicas Contemporáneas El Cruce, el bailarín, actor, músico y coreógrafo porteño Pablo Rotemberg (El Lobo, Bajo la luna de Egipto) desafía formas, conductas y maneras de entender la sexualidad y el cuerpo en escena.
Las instancias de una especie de Kamasutra coreografiado donde los involucrados parecen estar alejados de toda posibilidad de vínculo afectivo, y la desafectación total de cualquier condicionante erótico para dar paso a la exhibición del cuerpo donde el encuentro con el otro se automatiza y se repite, son estructurantes en La idea fija, un espectáculo que hace de la provocación un recurso, algo que muchos artistas han pretendido, pero pocos han logrado con la contundencia y el desparpajo de Rotemberg.

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Sucede que con La idea fija, uno de los espectáculos más singulares de las últimas temporadas porteñas con cuatro años en cartel, entre otros, presentado en el VII Festival de Rafaela (FTR2011) y en el marco del 3er Circuito Nacional de Festivales del INT, Rotemberg pone a funcionar la máquina del sexo: utiliza los cuerpos de sus bailarines-performers-movers como disparadores para narrar situaciones o formas de vincular un cuerpo con el otro a partir de la sexualidad, en el contexto de un montaje en el que el movimiento, en su gran mayoría, reproduce escenas sexuales que adquieren el carácter de coreografías, y donde los desplazamientos de los cinco extraordinarios intérpretes transitan un sinnúmero de posibilidades vinculadas al campo de lo íntimo, abordando momentos que conjugan la riqueza visual de las formas con el insoslayable contenido ideológico.
De hecho, abocado a trabajar la ausencia de vínculo, e imbuido por la lógica lacaniana, apelando a la afirmación de Jacques Lacan que sostiene que “nunca se está más solo que en el momento de la relación sexual”, la propuesta de Rotemberg, al frente de un plantel de bailarines de una entrega infrecuente, transita, a diferencia de la desnudez clásica en la danza, un recorrido que escapa a lo sugerido para volverse explícita, incluso burda o vulgar, pero sin perder el profundo sentido poético que en el devenir del espectáculo se pone en juego mediante la música y la luz, e incluso con algunos pasajes donde el creador no reniega ni de la actuación ni de las instancias clásicos del género musical, independientemente de que la desnudez es un campo bastante explotado por la danza desde los años 60 hasta la actualidad.
De este modo, la sexualidad en todas sus formas atraviesa La idea fija, pero lo más interesante del espectáculo es el desprejuicio con el que el director y su equipo abordan el tema, corriéndose de ciertas “tradiciones” en materia de sexo y desnudez en escena, para abordar pasajes en los cuales los géneros pasan a un segundo plano y lo que se juega es el sexo porque sí, cierta cosa impúdica, festiva y desarrapada, desde un lugar en el que se prioriza, ante todo, lo primitivo, lo real.
Al mismo tiempo, el espectáculo aporta una fuerte impronta kitsch, sobre todos desde la música, donde se pasa sin pudor ni remilgos de la inmaculada belleza de “Romance”, de Georgy Sviridov (especie de éxtasis musical para entrar y salir del espectáculo), al desparpajo de Rafaella Carrá o a lo más meloso de Giorgio Moroder, para hablar, también, de la necesidad de amor que en algún momento reclaman los personajes cuando, sobre el final, se reconocen “humanos”, vivos y, sobre todo, sexuales.
Así, de la risa al espanto, del dolor al goce supremo, de la violencia a la quietud, Rotemberg aporta con su “idea fija” un mensaje que invita a relajar, a entender el sexo como una parte más del hecho vital, con muchas más variantes y asociaciones que las que suelen considerarse como “aceptadas”, sobre todo si se trata de una sociedad como la argentina, que recién en los últimos años ha comenzado a entender que la clave de la sexualidad “correcta” está, precisamente, en la más absoluta diversidad.

“Me interesó trabajar la ausencia de vínculo” 

“La sexualidad es una excusa para hablar de un cuerpo que está solo”, dijo Rotemberg.
“La sexualidad es una excusa para hablar de un cuerpo que está solo”, dijo Rotemberg.

“Con La idea fija me interesó trabajar fue la ausencia de vínculo. La sexualidad es una excusa para hablar de un cuerpo que está solo”, relató Pablo Rotemberg a este diario en el marco del Festival de Rafaela 2011, acerca de la génesis de La idea fija, donde arriesga un escalón más en la utilización del desnudo en escena.
“Empezamos a trabajar con un grupo que fue cambiando, porque fue un proceso largo y conflictivo. En un principio, arrancamos con mi modo habitual de investigar, que es bastante tradicional, y el tema era el suicidio. En esa primera etapa, sentí que se agotó el tema, que ya no daba para más, y yo venía de hacer El Lobo como protagonista, donde estaba bastante desnudo en algunos pasajes. De todos modos, tampoco tenía la intención de trabajar con el desnudo de antemano, porque en la danza es un lugar muy cliché, más allá de que siempre sigue teniendo posibilidades. Tampoco soy de reflexionar demasiado en el momento del trabajo, y un día, en un ensayo, probamos la desnudez. Así apareció de inmediato lo sexual como forma, y cierta cosa vulgar que me interesaba probar, para correr la propuesta del lugar común de la desnudez en la danza que por lo general está asociada a la belleza, a algo extremadamente plástico y poético”, relató el director acerca del proceso de creación.
“Con el tiempo y los ensayos, la propuesta se corrió hacia algo más cotidiano, algo que por lo general no aparece en la danza, al menos acá (en la Argentina). Tampoco creo que hayamos hecho nada que ya no se conozca afuera, porque la danza es, a diferencia del teatro, un arte abstracto, y espectáculos con desnudos hay por todos lados, sobre todo en Europa. Ese fue otro conflicto, porque en algún momento pensé que la propuesta, al menos para mí, era un poco infantil, aunque después el público y la crítica opinaron lo contrario”, detalló el creador.
“También –completó–, quería trabajar con la confusión de los géneros, con una sexualidad que está mucho más allá de hombre o mujer. En ese sentido, fue muy valioso el trabajo del bailarín Alfonso Barón, con quien me identifico mucho por su forma de bailar, porque además él tiene un cuerpo hipertónico que le permite hacer cosas inusuales. Él, por momentos, como también pasa con Juan González que es otro gran bailarín tienen una calidad de cuerpo que puede ser femenino o masculino, según ellos lo trabajen, y eso fue determinante, del mismo modo que en el espectáculo se evidencian calidades de cuerpos muy diferentes, un hecho que vuelve todo un poco más real”.

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