Mi Mundial

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Cuando soñé ser jugador


Estaba por cumplir 11 años. Corría el invierno de 1970 y desde unos cuantos años jugábamos al fútbol con los pibes del barrio, en el “hueco”, como decía mi viejo, que no era otra cosa que un campito ubicado a unas cinco cuadras de mi casa. Ese era nuestro lugar en el mundo.

Jugar a la pelota no era lo más importante en nuestras vidas, era casi lo único. Y su anexos, claro. Es decir, juntar figuritas de fútbol de un álbum que nunca llenábamos, jugar a la arrimadita, a la tapadita. Hacer buena letra en la semana para el domingo poder ir a la cancha. Como sea, nuestro objetivo era el futbol, jugarlo y también verlo.

Por eso, cuando llegó el mundial de México fue una fiesta. Es que el entramado familiar se transformaba para la ocasión. Un año antes Argentina había quedado eliminada ante Perú tras el empate 2-2 en la Bombonera. Con lo cual, mirar futbol en ese contexto era sólo un ejercicio lúdico.

No había un candidato por quien hacer fuerza. El juego en esa época era bastante más lento que el actual, aunque el juego asociado siempre fue un imperativo. Sin embargo, aparecía la escuela europea con mayor rigor físico ante la sudamericana, más pausada y con mucha gambeta, “la nuestra”.

Así, sin demasiadas posibilidades de elección, nuestra mirada se fue depositando en Brasil. Y claro, allí jugaba un fulano al que llamaban Pelé. Fue amor a primera vista. Hoy podemos reflexionar sobre aquel equipo de Brasil, con verdaderos monstruos del juego, por su riqueza individual pero fundamentalmente su juego asociado y punzante.

Pero en aquel momento todas las miradas se las llevaba Pelé. Y mucho más a nosotros. Todos queríamos ser como él. Su plasticidad, su elegancia, su técnica. Brasil llegó a la final con Italia. Otro gran equipo que venía de dejar afuera a Alemania en una semifinal infartante que ganó 4-3.

Tras el mundial se lo llamo “el partido del siglo”. Así, la expectativa era mayúscula. El comedor de la casa de mi tío era un alboroto. Ese día, Pelé convirtió el primer de gol de cabeza. Más tarde empató Italia, pero la fiesta fue brasileña, que ganó 4-1 y fue campeón por tercera vez en su rica historia.

Pero nada de eso era demasiado importante para nosotros, la cuestión era Pelé. A él mirábamos y nuestros ojos eran atrapados por su silueta. Y el cuarto gol de Brasil fue la gloria. Salieron tocando del fondo hasta que un momento se la dan a Pelé.

El tipo está parado al borde de la medialuna. Se queda quieto. Lo rodean tres italianos. El tipo quieto. Nosotros nos mirábamos. ¿Qué hace? ¿Por qué no patea al arco? De repente, toca la pelota hacia un costado, a un espacio vacío. . Él sí. Desde atrás venia un brasilero a toda máquina y la clavó en un ángulo.

La fascinación fue completa. Terminó el partido, llamamos a los pibes y nos fuimos a la vereda a jugar a la pelota. Todos queríamos ser Pelé. Y yo soñé despierto que iba a ser jugador de fútbol.

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