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Aniversario

Cuando mataron a Sandino

Esta semana se cumplieron 83 años del asesinato del máximo héroe del pueblo nicaragüense.


“La soberanía no se discute, se defiende con las armas en la mano”. La frase es de Augusto César Sandino, el campesino, político, militar y revolucionario nicaragüense de cuyo asesinato se cumplieron esta semana 83 años. Bautizado popularmente como el “general de hombres libres”, Sandino lideró junto con un puñado de hombres la rebelión contra la dominación que durante casi dos décadas había ejercido Estados Unidos en su país y forzó el retiro de los marines de la nación centroamericana.

De pequeña estatura, rostro aindiado y aspecto humilde, Sandino se puso al frente del llamado “pequeño ejército loco” que logró la hazaña de vencer en una desigual batalla a miles de soldados norteamericanos apoyados por aviones, artillería y buques acorazados, bajo la dirección de los generales y almirantes más granados graduados en West Point.

Hijo de una humilde familia nicaragüense, Augusto César Sandino nació el 18 de mayo de 1895 en Niquinohomo, departamento de Masaya.

En su adolescencia fue testigo de la primera intervención militar norteamericana en Nicaragua, en 1912, para sofocar la rebelión popular contra el gobierno títere de Adolfo Díaz, un incondicional de Washington.

Las tropas norteamericanas desembarcaron en Corinto, donde fueron enfrentadas por el general Benjamín Zeledón, quien murió en combate con los invasores el 4 de octubre de 1912.

“A los 17 años presencié el desmembramiento de nicaragüenses por las fuerzas filibusteras norteamericanas. Personalmente miré el cadáver de Benjamín Zeledón, cuya muerte me dio la clave de nuestra situación frente al filibusterismo norteamericano. Por esa razón, esta guerra es una continuación de aquella”, diría después.

Luego, Sandino viajó a Honduras y Guatemala, hasta que en 1923 llegó a Tampico, México, donde trabajó para la South Pennsylvania Oil Company. Durante su estadía en México, se vinculó con líderes sindicales, obreros, militantes socialistas, anarquistas y masones.

Allí conoció las luchas sindicales, la agresión estadounidense a México por el control de los yacimientos petroleros y la Revolución Mexicana.

“En vista de los abusos de Norteamérica en mi país, partí de México el 18 de mayo de 1926 para ingresar al Ejército Constitucionalista de Nicaragua, que combatía contra el régimen impuesto por los banqueros yanquis en nuestra república”, escribió.

En efecto, a su regreso a Nicaragua, el país se encontraba sacudido por una guerra civil, llamada Constitucionalista, producto de la lucha entre liberales y conservadores –en el gobierno– por el control del poder.

Aquel año, el presidente estadounidense Calvin Coolidge envió un nuevo contingente de tropas a Nicaragua para ayudar al conservador Adolfo Díaz a reprimir las revueltas que, al igual que las de 1912, pretendían terminar con un gobierno impopular.

En ese convulsionado escenario, Sandino, con 31 años, se incorporó al alzamiento armado contra Díaz, y emergió rápidamente como un líder que representaba las aspiraciones populares contra la dominación que durante casi dos décadas había ejercido el imperialismo norteamericano en Nicaragua.

Contando sólo con 29 obreros de las minas de San Albino, integró el núcleo original del Ejército de Defensa de la Soberanía de Nicaragua, y empuñando las armas adquiridas con sus propios ahorros entrenó al reducido grupo.

En tanto, tentados por la oferta norteamericana de realizar comicios “supervisados” por las tropas de ocupación, los jefes liberales de la rebelión, liderados por Juan Bautista Sacasa, firmaron la paz con los conservadores el 4 de mayo de 1927.

Pero Sandino no aceptó la virtual rendición, convencido de que tanto liberales como conservadores eran dóciles instrumentos de Estados Unidos.

“Me encontré con que los dirigentes políticos, conservadores y liberales, son una bola de canallas, cobardes y traidores, incapaces de poder dirigir a un pueblo patriota y valeroso”, dijo el único de los generales que rechazó la imposición norteamericana y decidió continuar la lucha hasta expulsar a los marines.

Fue así que, el 12 de mayo de 1927, Sandino emitió desde San Sebastián de Yalí, departamento de Jinotega, su “Circular a las autoridades locales de todos los departamentos” de Nicaragua en la que señaló: “No me rindo ni me vendo: tienen que vencerme”.

El 1º de julio de 1927, Sandino lanzó su primer manifiesto político y 15 días después lideró la primera gran batalla contra los marines en El Ocotal, en el departamento de Nueva Segovia. Fue sólo el comienzo.

Le seguirían, durante los próximos seis años, 514 combates del “pequeño ejército loco” contra miles de soldados estadounidenses con apoyo de aviones, artillería y buques acorazados.

Ante la heroica e inesperada resistencia, la Casa Blanca buscó una “salida honorable” para sus intereses: apuró la organización de la Guardia Nacional nicaragüense y digitó los comicios que en 1928 instalaron en el poder al general liberal José María Moncada. Logrados esos objetivos, los marines se retiraron de Nicaragua en 1933, dejando a Anastasio “Tacho” Somoza como comandante de la Guardia Nacional.

Pero el “general de hombres libres”, como ya era conocido, había demostrado que las tropas estadounidenses no eran invencibles, y eso era un “pecado” inadmisible para la prepotencia imperial. Por eso desde la Casa Blanca lo condenaron a muerte.

Las órdenes recibidas por Tacho Somoza –quien en 1937 sería elegido presidente, iniciando una dinastía que iba a gobernar durante más de 40 años en forma dictatorial– fueron cumplidas en la noche del miércoles 21 de febrero de 1934. Víctima de una traición, Sandino fue asesinado en una emboscada, al salir de una reunión, cuando había sido llamado por el entonces presidente nicaragüense Sacasa para negociar el final de la lucha armada. Años antes, el indomable Sandino había escrito: “Nosotros iremos hacia el sol de la libertad o hacia la muerte; y si morimos nuestra causa seguirá viviendo. Otros nos seguirán”. Y no se equivocó.

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