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Carnaval como posibilidad: un espacio habilitante para las identidades del colectivo travesti trans

A partir de entrevistas, material de archivo y bibliográfico, el proyecto rescata el vínculo entre la festividad y la expresión de identidad en la ciudad de Gálvez


Arte El Ciudadano/Ana Stutz

Vicki esperaba cada febrero a que llegara el carnaval para desplegar su glamour. Anhelaba llegar a la comparsa con un casquete lleno de brillos y plumas, y un traje que le permitiera mostrar sus piernas. “Que me vean y digan «wow 2 kilómetros de piernas» y hacia arriba el cuerpo tapado en pluma y en lentejuela”. Para ella eran noches mágicas, momentos de felicidad. “Ahí eras. Dejaba de ser el travesti o el puto escondido y salía con toda la plenitud a mostrarme. Ésta soy yo. Soy feliz. Por qué no puedo ser feliz todo el año, por qué tengo que ser feliz en los carnavales”. 

Cris bailaba en tacos y se sentía otra, la que realmente quería ser. Confeccionaba sus trajes a los que les agregaba un toque marica. “Me daban un color y yo le agregaba el rosa, el fucsia, el brillo, el maquillaje”. El carnaval le posibilitó ser quien es hoy. “Sacó lo que soy: el ponerme taco y el decir acá estoy. Terminaba la época del Carnaval y yo seguía diciendo acá estoy. Mostré mi verdadero ser. Me llevó a ser quién soy”. 

Agostina sentía que era el único momento donde podía ser libre. El primer traje que usó fue blanco y rojo: un corpiño con lentejuelas y mostacillas, y un faldón con perlas. También se hizo un collar para el cuello. “Me sentí muy diva”.

En los carnavales vestía como realmente se auto percibía. “Estaba muy nerviosa con esos cambios pero fue una experiencia muy linda. Se derrumbó esa barrera que no permitía a las chicas trans que se identificaran como querían y que pudieran ser ellas. Todas las personas somos libres en el carnaval, nos sacamos las caretas”.

Vicki, Cris y Agostina recuerdan los carnavales de Gálvez, entre los 80 y los 2000, cuando eran una festividad para quienes habitaban la ciudad ubicada a poco más de 130 kilómetros de Rosario. Para ellas, era más que una fiesta: era la posibilidad de mostrarse, de sentirse libres, de ser ellas. El carnaval las habilitó a expresarse, visibilizarse y ocupar el espacio público. Bajo esa hipótesis se desarrolló el proyecto “El Carnaval como posibilidad” con el objetivo de rescatar la historia del colectivo LGTBIQ+ en la ciudad y el vínculo entre las identidades y la festividad. 

“En la década del 90 en Gálvez el carnaval tuvo un gran auge y se desarrolló a nivel local y zonal. Pensamos en la hipótesis del carnaval como espacio de visibilidad para las identidades del colectivo. Habitar la ciudad se vuelve dificultoso en muchas ocasiones y el carnaval era un evento posibilitador en lo expresivo, no sólo desde lo cultural, sino como espacio de construcción colectiva donde la ciudadanía se reunía a festejar y celebrar”, dijo a El Ciudadano, Julieta Dolce, curadora del proyecto junto con Nicolás Prus, que surgió a fines de 2020 a partir de la recopilación de archivo sobre el colectivo LGTBIQ+ en Gálvez. 

El proyecto tiene tres ejes que confluyen en el carnaval: un archivo de entrevistas con algunas identidades protagonistas; una muestra compuesta por vestuarios, bogas, vestidos, casquetes; y un laboratorio abierto que señalan como una instancia reflexiva teórica con material bibliográfico. 

“Fue uno de los proyectos que más nos enamoró. Hacer archivo de la ciudad nos lleva a pensar en el nuevo convenio social, en una ciudad diferente que habitemos generando lazos, espacios comunes, encuentros, recuperando la historia de lo que fuimos para seguir construyendo”, señaló Melina Velázquez, subsecretaria de Salud y Desarrollo Social de Gálvez.

Archivo de Oscar Delgado-Carnaval como posibilidad
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Vicki, una de las entrevistadas, bailaba en los carnavales de la década del 80, Cris y Agostina en el 2000. “Hay una construcción de carnaval distinta. En el 2000 el atuendo está más vinculado al corpiño y la bombacha. En los 80 eran vestidos más largos. Tenemos material audiovisual en distintas calles porque hubo espacios distintos. Nos preguntamos qué lugar tenían las identidades trans en torno a la premiación y cómo se jugaba lo identitario”, explicó Dolce.

Para ella, la búsqueda en el archivo personal de cada protagonista que recuperó una foto, carta o vestuario permitió que un gesto íntimo salga de lo privado y se volcara a lo público: “Es un gesto hermoso pasar por algunos lugares con una gran carga simbólica. Encontrarse con la transición de cada una, cómo nos costó, cómo habitar la ciudad y el espacio público”.

Emilce Gorosito es activista trans y coordinadora del Centro de Día: “Somos un montón de personas del colectivo LGTBIQ+ que militamos por la conquista de derechos. Compañeres y amistades que empezamos a pensar en carnavales. El proyecto nos reencontró y renovó las ganas de estar, seguir haciendo y siendo parte”. Para ella, los carnavales eran una posibilidad de salir a las calles: “Mostrarnos sin miedo, sin riesgo de ser arrestadas y cambiar la mirada a la sociedad esos tres días sin ser juzgadas. Nos dio la posibilidad de ser”. 

Velázquez explicó que el proyecto permitió sopesar las causas, los lineamientos políticos, de derechos, diversidad, género, así como repensar el territorio. “Emilce era la trava debajo de las luces y hoy es la coordinadora. Hubo una resignificación. Poder construir desde la identidad otros lugares posibles que muchas veces fueron negados”, señaló y mencionó que desde hace 5 años dejaron de celebrar el carnaval. “Se perdió la construcción de espacio común a través de lo cultural y el disfrute”, opinó.

Un espacio habilitante

Para Dolce, desde hace unos años empezaron a abrirse otro tipo de preguntas que habilitaron este tipo de proyectos. “Antes no estábamos tan listes para pensar estas cosas y ponerle el cuerpo de esta manera. El recorrido personal te lleva a otros espacios. Gálvez tiene una población LGTBIQ+ enorme ¿Qué pregunta funciona como disparador para que el Estado forme parte?”, expresó. 

Y agregó: “Para las identidades trans y travestis de la ciudad tener una cámara, revivir recuerdos desde un lugar amoroso y cuidado, no sólo colmó la hipótesis de lo que posibilitó en el pasado sino lo que posibilita ahora: que se puedan reencontrar, que tengan proyectos, que sientan un espacio de pertenencia en la ciudad. Habilitó nuevos espacios de discusión. Es disruptivo. Existimos, ponemos la cuerpa y es un mensaje político y social”.

El proyecto contó con un primer financiamiento de Nación y el objetivo es llevarlo a toda la provincia. “Apuntamos a vidas más vivibles, haciendo lazos con el territorio y pensando nuevos desafíos como feminismos, disidencias y habitantes de la ciudad”, aseguró Dolce. 

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