Crónicas

Adiós a un ícono

Carlos Saura, el maestro del cine español que develó la descomposición social de origen franquista

A través de dramas filosos, de difusos bordes racionales y urticante humor negro, el realizador hurgó en los desajustes sociales e individuales más profundos. La potencia de títulos como "Ana y los lobos" y "Cría cuervos" lo sitúan como uno de los autores más personales entre sus contemporáneos   


Se hace difícil equiparar la figura del realizador español Carlos Saura con otros directores cinematográficos de su país en cuanto a su estirpe hacedora; puede hacerse en todo caso con quienes vieron y vivieron algunas de las fatalidades de una de las dictaduras más largas del mundo, la de Francisco Franco, y con aquellos convencidos de que a través de un cine de autor podían develar algunas de los desajustes sociales e individuales más profundos que permean otra identidad española, la que los bienpensantes y celosos del cumplimiento de ciertas reglas impuestas intentan ocultar de todos los  modos posibles.

Casi de seguro Juanma Bajo Ulloa, Vicente Aranda, Mario Camus, Jaime Chávarri, Juan Antonio Bardem, Víctor Erice, Luis García Berlanga, Eloy de la Iglesia, Isaki Lacuesta, Julio Medem, Pedro Olea, Ventura Pons, y, claro, el iluminador precursor Luis Buñuel, con sus diferentes edades y cada uno a su modo, podrían nombrarse como quienes también hurgaron en la descomposición social del franquismo y en sus derivaciones, en esa aparente normalidad que disimula heridas insanables y perniciosas que alcanzan hasta los días que corren.

Pulsiones crueles y amenazantes y una innata curiosidad por la música

La iracunda contundencia de sus primeros films, que va desde Los golfos (1960), pasando por La caza (1965); Peppermint frappé (1967); La madriguera (1969); Ana y los lobos (1972); La prima Angélica (1973); Cría cuervos (1975); Elisa, vida mía (1976), y llegaría hasta Mamá cumple cien años (1979), entre las más destacadas de ese periodo, permitió respirar ese aire malsano que envolvió a España durante 39 años y se ubican entre lo mejor del cine español del siglo XX, sobre todo por señalar el oscurantismo voraz que coartaba todo tipo de libertades y derechos.

No fue el único, como se dijo, pero Saura planteaba dramas filosos, de difusos bordes racionales y urticante humor negro para explorar justamente ese “ser” español y sus relaciones sociales, incluidas todas aquellas pulsiones familiares crueles y amenazantes que contribuían a ese statu quo impuesto en la triada religión, sumisión y represión. Buena parte de la singular poética de algunos de estos films tienen la insoslayable firma de Rafael Azcona, el agudo guionista de las imprescindibles Peppermint frappé, Ana y los lobos, El jardín de las delicias (1970), y La prima Angélica, donde priman el humor ácido y perverso y una rigurosa construcción del caos social y familiar y la punzante soledad del hombre atrapado en una existencia no deseada.

Hubo también otro punto alto en la obra del español y fue su innata curiosidad por la música, por las diferentes rítmicas de su país, fundamentalmente el flamenco, y de otros rincones del mundo, incluido México y Argentina, logrando algunos títulos de gran nivel estético y temático. Bodas de sangre (1981) tal vez sea una de las más notables; allí adapta Crónica del suceso de Bodas de sangre, un ballet del gran bailaor flamenco Antonio Gades que a su vez suscribía el drama lorquiano. Fue el inicio de una trilogía completada por Carmen (1983), una intensa composición de la ópera de Bizet, y El amor brujo (1986), con música de Manuel de Falla, e interpretadas todas por Gades, a quien se suman connotadas bailarinas como Cristina Hoyos y Laura del Sol y músicos como Paco de Lucía.

La imaginación como motor

Si se tiene en cuenta que Saura rodó cerca de 50 films puede entenderse que no toda su filmografía ha sido pareja, aunque en todos sus títulos sobresalen las preocupaciones para sostener una mirada autoral, aun en las menos eficaces como, por caso, Buñuel y la mesa del rey Salomón (2001), donde retrataba a Dalí, Lorca y Buñuel cuando se conocieron en los años 20 en su residencia estudiantil y trataban de encontrar un misterioso mueble que permitía vislumbrar pasado, presente y futuro.

Hace apenas un par de años, ya con 89 años y a punto de rodar El rey del mundo (2021), en la que vuelven a tallar obsesiones como la danza, la música y la política, Saura señalaba cuál había sido el motor de su cine y de su prolífica carrera, algo manifiesto en algunos de los títulos de esa creativa etapa que va de los años 60 a principios de los 80: “He utilizado la imaginación para contar historias que me gustan y pienso que van a gustar a otros. Luego igual no les gustan, pero qué vas a hacer, no siempre aciertas. Solo el hecho de que te dejen contar tus propias historias, dar un paso adelante, es lo que he intentado toda la vida. Así aprendo lo que no quiero hacer. ¿Qué quiero hacer? No lo sé, lo que tengo claro es lo que no”.

Sin preocuparse jamás por entrar en ningún mainstrean, Saura obtuvo numerosos reconocimientos que van desde Osos de Oro y Plata en la Berlinale y nominaciones para los Oscar. Con ¡Ay, Carmela! (1990), que coescribe con Azcona –sobre artistas ambulantes durante la Guerra Civil– ganó 13 premios Goya, entre ellos dirección y guion.

El premio mayor del Festival de Berlín lo consiguió por su vertiginosa y cruda Deprisa, deprisa (1981), donde cuenta la relación entre cuatro amigos, sobre todo de una pareja integrada por uno de ellos y una chica. Todos provienen de un ambiente marginal y pronto iniciarán un raid de robos a mano armada a bancos y empresas que se tornan cada vez más arriesgados al sumar víctimas fatales y los pone como objetivo prioritario de las fuerzas de seguridad. El tono seco, directo, que rescata el habla de este tipo de jóvenes que deambulan por la periferia madrileña, inmersos en una vida apática desarrollada en una espiral sin salida y un uso desenfrenado de drogas duras pone de relieve los años previos a la transición española –fines de los 70 y principios de los 80– donde la heroína hizo estragos en estos sectores.

La crítica destacó los rasgos análogos de este film con los que Saura había mostrado en Los golfos, rodada a fines de los 50, esta vez haciendo hincapié en el cambio sociopolítico y económico producido cuando España imponía políticas neoliberales para demostrar sus intenciones de entrar en el Mercado Común Europeo y excluía y dejaba cada vez más gente a la deriva.

Cuando ganó el premio a mejor director en la Berlinale, Saura expresó: “Hacía tiempo que quería hacer un documental reconstruido sobre esa clase de juventud, estos delincuentes, gente tan normal como nosotros mismos, que son un problema que nos concierne a todos, aunque el gobierno y la gente mire para otro lado”. El guion fue armándose con un vasto material periodístico que desnudaba esa realidad.

Buñuel, la mayor influencia

Siendo niño vivió algunos trágicos acontecimientos como bombardeos y asesinatos junto a su familia, que acompañó al Gobierno de la República durante la Guerra Civil. Al referirse a la sangrienta contienda en una entrevista de hace unos años, y cuando la derecha española arremetía con sus políticas nocivas, dijo: “La Guerra Civil no ha sido aún convenientemente tratada en el cine. Si acaso, un poquito. Muchas mías hablan de aquellos años, cierto. Pero faltan. Mi miedo actual es que aquel enfrentamiento se vuelva a producir en España. Por los conflictos que hay entre los partidos, por la violencia que se expresa oralmente. Me da miedo. No hemos aprendido nada”.

La censura franquista le había prohibido varios guiones, retrasaba deliberadamente el estreno de muchas de sus películas –hasta que el reconocimiento internacional en festivales y en la crítica lo ayudaban– y siempre lo tuvo como un realizador de ideas sospechosas. Si bien su dedicación exclusiva fue para el cine, amaba y practicaba la fotografía –hizo varias exposiciones– y la pintura, cuestión esta última que es el motivo de su reciente film –estrenado en España el último 3 de febrero–, llamado Las paredes hablan, donde explora en formato documental la evolución de una de sus prácticas desde las cuevas prehistóricas hasta los actuales grafitis y murales.

Consolidado ya hace un par de décadas en el orbe del cine europeo el pasado sábado iba a recibir el Goya de Honor a su extensa trayectoria y a su inconmensurable aporte al cine español. Mencionado junto a Luis García Berlanga, Pedro Almodóvar y Luis Buñuel como maestros de esa expresión artística, es justamente a este último a quien Saura admitiría como su mayor influencia. “La huella que en mí ha dejado la obra de Buñuel es definitiva. Su humor indirecto, amargo y sin chiste; su profundo amor hacia aquellos seres que la sociedad suele repudiar, y la lucha que mantiene constantemente contra la hipocresía y la mentira”. Algo de todo eso es posible encontrar en buena parte de la filmografía de Saura, quien murió el viernes último a los 91 años en Madrid.

 

 

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