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Cancún: un acuerdo y poco más

Por: Alejandro San Martín

Un nuevo capítulo en la extensa novela del cambio climático acaba de culminar en la ciudad balnearia de Cancún, México, con algunos avances dialécticos, buenas promesas de dinero a futuro, y pocos o nulos compromisos efectivos por parte de las naciones.

En la madrugada del sábado pasado, después de horas de negociaciones, los delegados aprobaron dos textos de compromiso presentados por la canciller de México, Patricia Espinosa, sobre la continuación del Protocolo de Kyoto y sobre cooperación a largo plazo (LCA, por su sigla en inglés).

Esto significa dejar para el año próximo la discusión sobre un acuerdo que sustituya a Kyoto, que expira en 2012; reconocer que los compromisos presentados hasta ahora no alcanzan para estabilizar el clima; comprometer a los países ricos a movilizar 100.000 millones de dólares a partir de 2020; un pacto para reducir la deforestación; y el compromiso de recorte de emisiones voluntarias.

La cumbre del clima de Cancún no pudo escapar al estigma del fracaso anunciado, en cuanto a la posibilidad de lograr un acuerdo global vinculante que reemplace al Protocolo de Kyoto, lo que justifica el entusiasmo por el logro de una serie de pequeños acuerdos parciales.

Todos aplaudieron y festejaron las migajas de un acuerdo, menos Bolivia, que se plantó ante lo que consideró “un atentado” –en palabras del embajador boliviano ante la ONU, Pablo Solón–, por haberse aprobado el acuerdo con la oposición del gobierno de Evo Morales, es decir, sin el consenso que establece la Convención.

La protesta de Bolivia fue avalada por sus socios en el Alba, que seguramente acompañarán a ese país andino en su reclamo, que según el diplomático, consistirá en recurrir a todos las instancias internacionales por lo que calificó como “un atropello”.

Fuera de este incidente, las demás naciones aceptaron los pequeños avances de Cancún como un triunfo frente a la decepción de lo ocurrido el año pasado tras la cumbre de Copenhague, donde no se llegó ni a las mínimas coincidencias.

Estos avances lograron el acuerdo de todos los países, incluso de aquellos que tenían una postura más dura respecto de una prolongación de Kyoto, como Japón y los Estados Unidos.

También recibió el apoyo de los pequeños estados insulares –los más amenazados por el fenómeno climático–, la Unión Europea, y el Grupo de los 77, que agrupa a los países menos desarrollados.

En tanto, China –actualmente el principal emisor de gases de efecto invernadero–, logró que se le respetara su decisión de seguir desarrollándose, con la promesa de una reducción voluntaria de emisiones.

Asimismo, logró su objetivo en cuanto a frenar la intención norteamericana de monitorear esa reducción de emisiones y de imponer multas si no se cumplía el objetivo. “Se ha respetado nuestra soberanía”, dijeron fuentes de la delegación del gigante asiático, que aceptaron que se hagan consultas internacionales no intrusivas.

El jefe de la delegación china, Xie Zhenhua, afirmó que aunque “hay puntos deficientes, estamos satisfechos” con el texto aprobado.

También hubo satisfacción del lado de las organizaciones ecologistas, que se conformaron con que en el texto se incluyeran las cifras de reducción de emisiones que pide el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, e sus siglas en inglés), y se aludiera a la gravedad del fenómeno climático.

Aunque el texto pide limitar el calentamiento a dos grados centígrados, deja abierta la puerta a que se revise más adelante para limitarlo a 1,5 grado, tal como solicitaron los estados insulares.

No es poco, ni tampoco mucho, sólo un texto bastante “lavado” para que todos queden conformes y se saluden hasta la próxima cumbre. Hasta la promesa del dinero, unos 100.000 millones de dólares por año a partir de 2020 para ayudar a los no desarrollados, dejó satisfechos a los más escépticos.

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