Asociativismo

Derechos laborales

Artistas de la danza, por la conformación de una delegación sindical

Bailarinas y bailarines rosarinos se juntan este sábado por primera vez para dar luz a la pata local del gremio que nació en Buenos Aires para hacer valer los derechos de un sector al que consideran el más postergado de la rama artística.


Amalia Aguirre fue niñera, hizo artesanías, vendió celulares, atendió una ferretería y una fotocopiadora antes de que la profesión que había elegido a los siete años se convirtiese en su principal ingreso. A los 19 le pagaron por primera vez por un trabajo de danza cuando la Municipalidad de Casilda la contrató para hacer la coreografía de una obra de teatro. Trabajó un mes y medio y cobró 50 pesos/dólares. Hoy, con 41 años, dirige el elenco de ballet clásico del Instituto Provincial de Danza Isabel Taboga y se define como trabajadora de la danza. La situación de Amalia es común a la mayoría de las bailarinas y los bailarines del país. Desde 2009 se organizan para que se apruebe una ley que regule la actividad. Y en 2015 crearon la Asociación Argentina de Trabajadores de la Danza (Aatda), el gremio –sin personería jurídica– que los representa. Amalia y un grupo de bailarinas rosarinas organizan la delegación local. Este sábado a las 11 hacen la primera reunión informativa en el Bar Pichangú de Rodríguez y Salta.

El grupo de mujeres que lidera la sede rosarina de Aatda es un reflejo de las condiciones en las que trabajan los bailarines y las bailarinas en Argentina. Y también evidencia que se trata de una profesión de formación y entrenamiento constante, tanto dentro como fuera de la academia. Como Amalia Aguirre, Paula Valdez y Patricia Gisoli trabajan en el Instituto Provincial de Danza Isabel Taboga; Paola Sappa enseña en el ámbito privado; Florencia Salomone es docente de jornada ampliada en una escuela primaria y tiene su estudio particular; Agustina Pérez es alumna del profesorado de danza y da clases de afro; y Graciela Bosca, asesora legal del grupo, es bailarina y abogada.

“La danza es una de las profesiones más precarizadas dentro del trabajo artístico. A diferencia de otras ramas del arte, los bailarines ni siquiera tenemos un instituto a nivel nacional que fomente nuestro trabajo”, explicó Amalia a El Ciudadano. La bailarina llegó a Rosario desde Casilda para estudiar Antropología. Bailaba desde los siete años y por eso empezó en paralelo la carrera de intérprete que se daba en el instituto Isabel Taboga. “El año en que me recibí fui la única egresada. Hoy entran cincuenta alumnos por cada una de las cuatro especialidades. La demanda creció muchísimo porque los bailarines empezamos a ver a la danza como un trabajo posible”, contó.

En Rosario hay tres escuelas públicas para aprender a bailar y a enseñar: el instituto Isabel Taboga, la Escuela Municipal de Danza y la escuela Nigelia Soria. La formación abarca las danzas clásica, contemporánea, folklore y expresión corporal. El resto de los ritmos –como afro, tango, hip hop, flamenco, etc.– se aprenden en institutos privados, clases particulares y capacitaciones entre bailarines.

Según Amalia, asumirse como trabajadores  fue la clave para empezar a discutir derechos laborales. “Hay un imaginario social de la danza como un pasatiempo, como algo que se hace en el tiempo libre. Incluso nosotras lo pensamos así. Hacemos un montón de otras cosas para tener un sueldo y después poder bailar”, agregó.

Hoy las trabajadoras y los trabajadores de la danza de Rosario tienen muchos espacios de ocupación. Desde los tres institutos públicos, las decenas de escuelas privadas, las clases particulares en centros culturales, el montaje de obras, los grupos colectivos y las escuelas primarias y secundarias, las opciones crecen. No así las condiciones de empleo. Los que acceden al ámbito público son los privilegiados que tienen un recibo de sueldo. Muchos deciden hacerse monotributistas para tener jubilación y una gran parte trabaja a comisión con los espacios culturales. “El tan conocido acuerdo de 70/30 es un lujo en nuestra profesión, muchos te hacen 50 y 50”, explicaron las bailarinas de Atda.

 

Sin legislación

En 2009 un grupo de bailarinas y bailarines se juntó en Buenos Aires y empezó a redactar un documento para regular su trabajo. El texto derivó en el proyecto de Ley Nacional de Danza, presentado tres veces en el Congreso de la Nación por distintos colectivos culturales. El punto más importante que plantea es la creación del Instituto Nacional de la Danza (similar al que tienen el cine, el teatro y la música), un organismo que estaría a cargo de desarrollar una política de fomento de la danza en todo el territorio nacional. El proyecto perdió estado parlamentario dos veces y este año entró a la comisión de cultura de la Cámara de Diputados, aunque todavía no se trató.

Esas discusiones y las intervenciones públicas que han hecho los bailarines para pedir que se apruebe la ley, formó Aatda en 2015. Los precursores de la organización gremial lanzaron una campaña a nivel nacional para afiliarse con un recibo de sueldo. “Sabemos que el común de los bailarines no tiene un trabajo en blanco por lo que es una convocatoria que tiene que ampliarse. Es un comienzo para empezar a organizarnos y pensar en nuestra profesión”, explicó Aguirre.

 

El cuerpo que baila

Para el grupo de bailarinas, tener representación gremial es una deuda pendiente porque las condiciones dignas de trabajo en la danza son distintas a las de otros trabajadores. Para entenderlo, pusieron un ejemplo. Hace un año una bailarina se fracturó el peroné dando clases en una escuela primaria. El servicio de ART actuó enseguida y la obra social docente cubrió toda la recuperación. El problema apareció cuando quiso volver a bailar. Recuperar el pie de una docente para que regrese a las aulas no es lo mismo que el de una bailarina. “Ella hoy puede caminar pero para bailar la rehabilitación es otra. Nuestros cuerpos sufren un desgaste distinto al de otros trabajadores. A los 40 años una bailarina clásica está en el fin de su carrera”, explicaron.

El norte es un convenio colectivo de trabajo y discusiones salariales a través de paritarias, aunque saben que faltan muchas batallas aún. “Por ahora, vamos a estar bajo la personería jurídica de Buenos Aires que está en trámite como la mayoría de los sindicatos. Estar reconocidos sirve para defendernos y darnos discusiones al interior nuestro. Tenemos que pensarnos como trabajadoras, ese es el primer debate”, contaron. Para empezar a darlo este sábado convocan a la primera reunión informativa. Será a las 11 en el Bar Pichangú de Rodríguez y Salta.