La Cazadora

Ecofeminismo

Analizar los conflictos socioambientales con gafas verdes y violetas

Desde 2016, el Taller Ecologista cuenta con un área específica de Ecofeminismo. Magalí Rivas y Anahí Dávila, dos militantes de ese espacio, hablaron con La Cazadora sobre los desafíos de transversalizar esa mirada al interior de la organización y hacia toda la sociedad


Fotos: Camila Villaruel

En octubre de 2016 se celebró en Rosario el 31º Encuentro Nacional de Mujeres. El feminismo crecía con fuerza como movimiento político a nivel nacional y reunió a miles de mujeres y disidencias en esta orilla del Paraná. El contexto invitaba a la revisión y el Taller Ecologista aceptó el desafío. Algunas de sus integrantes entendieron que era necesario crear un espacio específico que aportara una perspectiva de género a todos los demás sectores de trabajo. Así, en diciembre de ese año, las primeras integrantes del Área de Ecofeminismo de Taller Ecologista comenzaron a reunirse para cocinar y a debatir sobre política, sobre formas de analizar la realidad y sobre cómo transversalizar la mirada a toda la organización y también hacia el afuera. “Entendemos que ni la tierra ni las mujeres somos territorio de conquista”, dijeron a La Cazadora Magalí Rivas y Anahí Dávila, militantes del espacio.

El Taller Ecologista es una organización socioambiental sin fines de lucro, autónoma y autogestiva, que funciona en Rosario desde 1985. “Trabajamos desde una perspectiva socioambiental en la defensa y preservación del ambiente de manera integral, conjugando los problemas sociales, políticos y económicos con el respeto por los derechos humanos”. Así es como de definen en su web. La ONG divide su trabajo en distintas áreas de investigación, divulgación y concientización: Basura Cero, Educación Socioambiental, Humedales, Soberanía Alimentaria, Soberanía Energética y Tóxicos.

En diciembre de 2016, con el impulso que había dejado el 31º ENM de Rosario, entendieron que uno de los desafíos del feminismo era el de repensar las propias organizaciones al interior, y para eso decidieron crear el Área de Ecofeminismo, transversal a todas las demás.

“No es casual que haya sido en ese momento. Veníamos del primer Ni Una Menos de 2015, de una explosión social que tanto Florencia Funoll Capurro como Laura Moya (las promotoras de la creación del área) vieron y decidieron accionar”, relata Rivas.

El área está integrada por mujeres militantes que tienen como norte la construcción de un feminismo popular, anticapitalista y antipatriarcal; y que entienden que es necesario pensar la realidad con las claves que proporcionan el feminismo y el ecologismo. “O, como nosotras decimos, con las gafas verdes y violetas puestas. Es un ejercicio súper transversal que venimos haciendo con todas las áreas del Taller. Porque detrás de cada una de las problemáticas ambientales que abordamos, por lo general son las mujeres y las identidades feminizadas las que se ven más afectadas”, resume Rivas.

Un poco de teoría

El Ecofeminismo es un movimiento social y una corriente teórica que aborda la crisis civilizatoria, es decir, la crisis del modelo de producción y consumo actuales, que amenazan la vida en el planeta Tierra y, por lo tanto, el patrón civilizatorio de la modernidad occidental capitalista. La crisis ambiental y el cambio climático son dos de sus más graves y evidentes manifestaciones.

Surgió en los años ‘70 en los Estados Unidos, desde un sector del feminismo preocupado por la crisis ecológica. En Latinoamérica el movimiento es más joven y está ligado a los feminismos populares, a los movimientos campesinos y de mujeres en defensa de la soberanía de sus cuerpos y territorios ante el avance del capitalismo extractivista.

El Ecofeminismo señala que el capitalismo y el patriarcado son dos sistemas que actúan de forma sinérgica, de la mano uno del otro, y se sostienen por la explotación de la naturaleza y por la opresión de los cuerpos de las mujeres e identidades feminizadas. Por eso, los cuestiona.

Por un lado, entiende que el capitalismo, en su búsqueda constante de ganancias extraordinarias y con la ilusión del crecimiento ilimitado, explota indiscriminadamente los bienes comunes, es decir, a la naturaleza. Esto destruye los ecosistemas que hacen posible el sostenimiento de la vida, a la vez que profundiza las desigualdades sociales.

Por el otro, sostiene que la construcción sociocultural patriarcal consolidó la división sexual del trabajo: a las mujeres e identidades feminizadas se les asignaron las tareas de reproducción y de cuidados. Pero, además, este trabajo es invisibilizado y desvalorizado por el sistema capitalista, a pesar de que depende de él para sostenerse.

El Ecofeminismo se basa en dos conceptos fuertes: la ecodependencia y la interdependencia. Entiende que, para vivir, las personas dependemos de los procesos ecosistémicos y de los bienes que la naturaleza nos provee, por un lado; y de los cuidados que otras personas nos dedican a lo largo de nuestra vida, por el otro.

Frente a la crisis civilizatoria, el Ecofeminismo propone potenciar las alternativas de transición a otros modos de producción y consumo que tienen en cuenta los límites del planeta y que colocan en el centro la sostenibilidad de la vida en lugar del crecimiento económico desmedido del cual se beneficia una minoría en detrimento del bienestar de las mayorías.

¿Cómo? A través de un cambio de paradigma que permita visibilizar, politizar y colectivizar los trabajos de cuidado, romper la división público-privado recuperando los valores del cooperativismo y los lazos comunitarios en reemplazo del individualismo y la meritocracia qué propone el discurso capitalista.

“Vivimos en una sociedad individualista donde se pierden de vista la ecodependencia y la interdependencia. Estamos tan ensimismados que no podemos construir comunidad con otres para pensar en alternativas que nos hagan corrernos de esta propuesta de modelo capitalista y destructor. Y, al mismo tiempo, perdemos de vista la relación con la naturaleza. Desde algo tan simple como poder identificar qué tipo de árbol tengo en la vereda de mi casa hasta el problemón horrible que tenemos enfrente, con los humedales”, analiza Rivas.

Gafas verdes y violetas

“El Ecofeminismo se puede observar, por ejemplo, cuando hay un problema de contaminación en determinada zona y son las mujeres las que salen a denunciar. Porque son ellas, como cuidadoras, las que detectan los problemas de salud en sus hijes, en sus familias o entre sus vecines”, sostiene Rivas, y agrega: “Nosotras siempre decimos que este protagonismo que tienen las mujeres en las luchas socioambientales se tiene que leer desde una función constructivista: a las mujeres se nos asignó el rol de cuidadoras tanto de seres humanos como de la naturaleza, y entendemos que este tipo de trabajos tienen que ser democratizados, politizados y visibilizados. El Ecofeminismo dialoga con muchas corrientes de los feminismos, como el urbanismo feminista, la economía feminista y las problemáticas socioambientales”.

“Y se basa en la idea de comunidad: entendemos que para poder lograr cambios en términos de género y de problemáticas socioambientales necesitamos organizarnos, generar redes, comunidades, para poder finalmente lograr ese mundo que soñamos”, completa Dávila.

“Para poder bajar un poco a tierra lo que es el Ecofeminismo nosotras buscamos el concepto de usar gafas verdes y violetas para poder ver las problemáticas socioambientales, qué rol tienen las mujeres en esas problemáticas, por qué se ven más afectadas muchas veces por esas problemáticas, por qué son protagonistas y qué rol tenemos todes. Poder mirar las problemáticas socioambientales a partir de la perspectiva de género”, continúa Rivas.

Transversalizar la mirada

“Poder transversalizar la mirada al interior de la organización es un trabajo de todos los días, porque entendemos que hay que deconstruir un montón de cosas, pero de a poco fuimos logrando que se entienda de qué va el Ecofeminismo”, explica Dávila. “Es un trabajo que no podemos decir que terminó, porque es continuo. La deconstrucción es constante, tiene que ver con capacitaciones en términos conceptuales y teóricos para que todes dentro de la orga se apropien del discurso y puedan trabajar en sus áreas específicas”.

En este sentido, las militantes remarcan que el trabajo es en dos líneas diferentes y complementarias: por un lado, se atienden las desigualdades que puedan ocurrir al interior de la organización; por otro se apunta al afuera, interpelando a la sociedad, a otras organizaciones ambientales y también al feminismo.

Circular la información

Desde el Área de Ecofeminismo de Taller Ecologista organizan actividades para acercar al resto de la sociedad esta mirada del mundo: talleres de lecturas, ciclos de cine-debate y hasta un Encuentro Ecofeminista que se hizo en 2019 en el Centro Cultural Parque de España y contó con disertaciones de la talla de Maristella Svampa y Jackie Flores.

“Los clubes de lectura surgieron más que nada por una necesidad propia. Veíamos que nos estaban costando mucho las lecturas y en una reunión dijimos: «¿y si nos juntamos a leer y lo hacemos abierto?» Así arrancó. Lo publicamos y para nuestra sorpresa empezó a caer mucha gente. Y el lugar nos quedaba chico porque venía más gente de la que esperábamos. Nos fuimos dando cuenta de que el espacio estaba re bueno, era un cara a cara con chicas que capaz que no te las ibas a cruzar en otro lado, gente que venía por curiosidad. Y terminamos incorporando a varias compañeras que se coparon y empezaron a militar en el Taller”, dice Dávila.

Rivas, acota: “Tanto el Club de Lectura como el Cine-Debate tienen una importa tal vez inconsciente, que es la de acercar y democratizar los conocimientos. Que pudiera venir cualquiera sin saber nada y poder bajarles data lo más simple posible. Tiene que ver con una forma también que nosotras buscamos en las actividades hacia adentro o hacia afuera de la organización, que es que haya construcciones lo más horizontales, democráticas y accesibles posible. Poder alejarnos de una lógica academicista en algunas temáticas y poder acercarlas desde otro lugar. El objetivo es difundir la mirada ecofeminista”.

De cara al futuro

Para Rivas y Dávila, el principal desafío ambiental de los próximos años tiene que ver con la masificación de la militancia en las calles y con que la sociedad se pueda apropiar de un concepto que alguna vez esbozó el activista ambiental Chico Mendes, asesinado en 1988 por defender al Amazonas: “El ambientalismo sin justicia social es sólo jardinería”.

“Tiene que ver con entender que lo ambiental, al igual que el género, es algo transversal a todo, que no tiene que verse de forma sectorizada. Y creo que la entrada de muches jóvenes al movimiento socioambiental, al igual pasó con los feminismos, es fundamental. Los temas socioambientales con mirada de género tienen que ser parte de la agenda política. El desafío está en poder aprender de los feminismos sobre cómo se logró esa masividad en las calles, que es tan fundamental para poner temas en agenda, para interpelar a quien tienen que tomar las decisiones importantes, a quienes están en lugares de poder. Hacer llegar a la mayor cantidad de personas posible el mensaje del ecofeminismo”, remarcó Rivas.

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