Espectáculos

Pérdida

Adiós Ennie Morricone, exquisito compositor de bandas sonoras que fusionó lo refinado con lo popular

A los 91años falleció el gran arquitecto de la música de películas señeras de la filmografía universal, que animó títulos como "El bueno, el malo y el feo", "La misión", "Novecento", "Cinema paradiso", entre otros de notables realizadores, con ritmos que no conocen fronteras


Todo indicaba que el compositor italiano Ennio Morricone iba a transitar unos años más con la hidalguía que lo caracterizaba, con su andar liviano pero firme y capaz de emular a varios de sus antecesores que pasaron los cien años de vida.

A veces, hasta le gustaba decirlo porque sentía que su cabeza funcionaba bastante bien y si ya la veta creativa había mermado incluso por propia decisión –“me canso”, decía, “porque cuando arranco con una partitura no la dejo hasta que siento que está completa”–, continuaba escuchando mucha música y viendo cine y hasta a veces opinando sobre algún título.

Compositor de alrededor de medio millar de melodías que en su mayoría fueron usadas cinematográficamente como bandas sonoras, Morricone caló hondo con el preciso contexto sonoro que logró para títulos como El bueno, el malo y el feo (1966), el emblemático western spaghetti del experto Sergio Leone, cuyo silbido fue usado –y es– hasta el cansancio para amenizar situaciones de riesgo o suspenso –incluso publicitariamente– fuera lo que fuese de lo que den cuenta las imágenes; o el genial solo de oboe que da marco y vuelve nítidas las imágenes de los franciscanos en La misión, la película de Roland Joffe filmada en las Cataratas del Iguazú que representó acertadamente el clima colonial de ese tiempo.

De Morricone, como apenas de algunos otros –el que más se le acercaría es Henry Mancini, quien creo la banda sonora de La pantera rosa–, puede decirse que su música barrió con cualquier frontera y las escalas de sus temas quedaron impregnadas masivamente en todo el mundo.

Resistencia a Hollywood

Se sabe que Morricone también era lo que se llama un buen tipo y hoy la cantidad de tweets que se conocieron luego del anuncio de su partida dan una idea aproximada de que no se trata de una exageración.

Al parecer se iba haciendo amigo de algunos realizadores con los que trabajaba más de una vez. El ejemplo clave es su amistad con Sergio Leone, con quien además se conocían desde hacía muchísimo tiempo y compartían cierto fanatismo por el equipo futbolístico Roma, al que iban a alentar cada vez que podían.

“Compuse para muchos realizadores pero con Sergio nos entendíamos de una manera muy especial; a veces no necesitaba darme a conocer toda la historia sino algunos momentos y eso era suficiente, bastaba saber que coincidíamos en el cine que nos gustaba ver para saber lo que quería”, había dicho en una oportunidad del director para quien hizo las bandas de otros dos de sus títulos señeros: Por un puñado de dólares (1964), y La muerte tenía un precio (1965), y algunas otras veces lo asesoró sobre cuál podría ser la partitura que acompañara las imágenes de otro proyecto.

De la época de El bueno, el malo y el feo viene también su amistad con Clint Eastwood, con quien siguió viéndose a menudo pese a vivir en continentes diferentes y que tal vez a modo de gesto fue quien le entregaría un Oscar honorífico en 2007 por su trayectoria, algo que evidentemente la Academia se resistía a hacer pese a que fuera nominado innumerables veces y de la que dijo en una entrevista: “Sé que será difícil que me den un Oscar porque Hollywood no soporta que rechacen sus deseos.

Muchas veces me han pedido que me mude allí, que grabe tal o cual banda de títulos sobre los que no se me informaba demasiado y mi respuesta fue siempre negativa”.

Evidentemente no había sopesada la posibilidad de un Oscar honorífico y durante la entrega, el propio Eastwood tradujo su discurso. “Con Clint no hablamos de política porque pensamos distinto pero podemos discutir sobre cine sin sobresaltarnos demasiado”, decía.

Finalmente, la estatuilla entregada por la Academia llegaría y fue por la arrasante música de Los ocho más odiados (2015), de Quentin Tarantino, de quien también terminaría haciéndose amigo.

En diciembre último, ya el otrora niño mimado de Hollywood había conversado con Morricone –intentando convencerlo– para una posible banda sonora de Bounty Law (aún sin título en castellano), su nuevo proyecto basado en el film ficticio del que se da cuenta en Érase un vez en Hollywood, su última película estrenada.

Una huella sonora que se impregnaba

A la pregunta sobre la llegada de la música de Morricone a públicos diversos, lo primero que surge es que fue capaz de ensamblar a la vez registros refinados y populares capaces de dejar una huella sonora fácil de impregnarse y muy rítmica.

Y la música de los films otorgan un plus a las imágenes sobre las cuales trabaja, que si son potentes y portan belleza, quedarán fluctuando en la memoria para siempre.

“Siempre quise ser trompetista, porque lo veía a mi padre tocar y me encantaba pero no tenía habilidad para dedicarme más allá que estudié mucho; me parece que la trompeta es un instrumento que por momentos puede llegar a alturas increíbles en la transmisión de las melodías y lo que hice fue estudiar las posibilidades del instrumento para luego recrearlo en mis composiciones, si se escucha bien mi música cualquiera encontrará escalas propias de ese instrumento”, declaró una vez cuando le preguntaron cuál era su instrumento favorito.

La lista de realizadores con los que trabajó Morricone es muy amplia, lo que significa que si el proyecto le interesaba no se fijaba si quien se lo pedía tenía determinado reconocimiento o era un debutante.

Así su música engalanó films de directores ignotos o que todavía no contaban con renombre –sobre todo en sus comienzos– pero más tarde algunas de las películas de encumbrados realizadores llevarían su música.

Basta nombrar a Bernardo Bertolucci (Novecento, 1976), Pedro Almodóvar (Átame!, 1989), Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso, 1988), Roman Polanski (Frantic, 1988); el exquisito Terrence Malik (Días del cielo, 1978), William Friedkin (Rampage, 1987), Oliver Stone (Platoon, 1986), Wolfgang Petersen (En la línea de fuego, 1997), Brian De Palma (Los intocables, 1987), entre otros, y que a juzgar por el peso específico de cada uno, y a los dos lados del Atlántico, Morricone pudo decir que trabajó con algunos de los más notables.

Los sonidos del mundo

No quedan muchas dudas que esa sensibilidad musical especial de la que fue dueño había sido amasada con prácticas que no dejó de hacer durante su vida productiva: por las mañanas escuchaba todo tipo de rítmicas y géneros que incluían rock, jazz, folk, blues; a eso le sumaba silbidos de distinto tipo que grababa desde una terraza en su departamento de Roma; también grababa rugidos o ladridos u otros sonidos de animales, piar de pájaros, pisadas, estruendos, daba latigazos al aire o contra una pared y registraba pistas y luego mezclaba.

“Todo me servía, creo que el cine, al ser un arte masivo, debe tener todos los sonidos posibles en su banda porque son parte de ese mundo que quiere mostrar”, había dicho y evidentemente supo cómo hacerlo en aquellos títulos en los que colaboró.

Y también, claro, como un buen músico experimentado que se sirve de todo el universo sonoro, supo señalar: “El silencio es música, al menos tanto como los sonidos, quizá más. Si quieres entrar en el corazón de mi música, busca entre los vacíos, entre las pausas”. Ayer, una caída le jugó una mala pasada a este maestro y le provocó una fractura de fémur de la que no pudo reponerse. Murió en Roma, a los 91 años.

Comentarios