Espectáculos

Adictas a la fe sin más remedio

“Doce casas. Historias de mujeres devotas”, de Santiago Loza, apela a un elenco de grandes actores y a una puesta detallada y preciosista, para contar historias que, con profundidad poética, homenajean lo mejor del melodrama. a las 22,30 por la TV Pública.   TELEVISIÓN. El ciclo se emite de lunes a jueves, a las 22.30, por la TV Pública, donde se repite los sábados


Por Miguel Passarini

Adictas a la fe sin más remedio, corridas de una realidad que para el imaginario colectivo se corresponde con la “normalidad”, austeras en un primer plano pero sinuosas detrás del deslucido vestuario que las suele contener.

Quien haya visto en teatro maravillas como Algo del amor me produce envidia, Todo verde o La mujer puerca, entre otras, podrá entender que detrás del dramaturgo, director y cineasta cordobés Santiago Loza se encierra un mundo que es develado a través de una de las plumas más lúcidas, feroces y al mismo tiempo significativas de este tiempo.

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Con una nostalgia del viejo folletín, con algo del mejor Manuel Puig pero con la mirada aguda puesta frente a una realidad que elige contar por retazos, ahora, Loza escribió para televisión un envío de doce historias que reúne a uno de los elencos más maravillosos de los que quizás puedan juntarse para la pantalla chica (son 48 actores), en el ciclo Doce casas. Historias de mujeres devotas, que tuvo su debut el lunes por la noche (se emite de lunes a jueves, a las 22.30, a razón de una historia por semana) con la primera de las historias a puertas cerradas que, quizás, Loza vio o escuchó alguna vez; vidas pequeñas de mujeres que hoy junta en un recorrido de puertas que se abren y cierran, tras recibir a una virgen itinerante. Allí, frente a ella como único testigo, como en una especie de acto de contrición, estas mujeres parecieran desnudar culpas, pesares, dolores, tristezas y tragedias.

El ciclo, cuyos cuatro capítulos semanales se podrán ver nuevamente los sábados por la tarde en un especial de dos horas, mostró el lunes la opaca e irresistible historia de dos hermanas, Lidia (Marilú Marini) y Ester (Claudia Lapacó), obviamente creyentes y solteronas, casi tan ocres como las paredes de la mercería y la casa en la que habitan. Amparadas en un pasado en el que los hombres parecieran no haber tenido lugar, y casi sin esperarlo, reciben a un sobrino, Damián (el actor y director Claudio Tolcachir), hijo de una hermana fallecida, que será el detonante de una serie de cuestiones que parecían estar aquietadas entre hilos, botones y elásticos.

Son los 80, al menos eso indica la estética reinante, y es un pueblo del interior donde estas hermanas, temerosas del entorno y de sí mismas, casi con miedo de su propia condición femenina, deberán enfrentar algo oculto del pasado que, como “el mal”, reaparece en la figura de este hombre que conocieron de niño pero que ahora casi ya no reconocen. El treintañero hijo de Estela, la hermana de quien parecieran no guardar un recuerdo agradable o feliz, del mismo modo que las motiva y las sonroja, las inquieta y perturba al punto de no poder actuar frente a eso que se revela como una mezcla entre perversión, piedad y terror. De hecho, los silencios eternos del muchacho, su mirada perdida, la falta de respuestas y sobre todo su cabello rojo y reticencia a la oración, se vuelven para las torturadas tías todo un símbolo “diabólico”.

Actuaciones de un realismo naturalista apabullante por su profundidad poética, personajes que, como escapados de una de las inolvidables telenovelas de Alberto Migré, parecieran regresar para decir lo que en su momento callaron, la propuesta suma factores infrecuentes en la pantalla chica y para aplaudir en la Televisión Pública: actores de los mejores, historias escritas con la simpleza y profundidad a las que suele apelar Loza, y una dirección y puesta en escena que coquetea con lo mejor del teatro pero con mirada cinematográfica, sumando un lenguaje, según Loza, “descaradamente literario”, pero muy accesible.

Lejos de la media a la que la televisión argentina tiene acostumbrados a sus televidentes, rodada y editada íntegramente y sin ataduras a los números del rating (el primer capítulo, según Ibope, promedió 1.4), Doce Casas. Historia de mujeres devotas es una ficción necesaria en una televisión que pareciera negarse a revolver en estéticas pasadas o transitadas que aún tienen mucho para dar como el melodrama, sobre todo si al frente de tamaña proeza se para un creador como Loza, singular, talentoso, creativo, y sin miedo a posar la mirada en los lugares comunes, sin duda, los más complejos de volver a transitar.

 

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