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Acerca de la verdad, la vida y su sentido

¿Dónde está la verdad? ¿Cuál es la verdad? Ésa es la primera pregunta existencial del ser humano. Es decir, de aquel ser humano que, transcurrido cierto tiempo de vida, alcanzó el conocimiento básico suficiente para comprender que todo es fugaz, rápido e implacable. Después de todo, como dijo el dramaturgo, “la vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora sobre la escena, y después no se le oye más; un cuento narrado por un idiota con gran aparato, y que nada significa”.

Estos versos geniales, tan certeros que Shakespeare pone en boca de Macbeth cuando se entera de que su esposa ha muerto, tienen una carga dramática extraordinaria y, por lo demás, hay algo detrás de las palabras y del significado. Hay una energía que sacude el corazón de todo hombre. Por eso pasaron los siglos, y seguirán pasando, y el mundo no olvidará esta frase ni a su autor.

Pero si la vida es una sombra que pasa, ¿dónde está la verdad? ¿Cuál es la verdad?

A menudo el ser humano no sólo que no quiere ser testigo presencial de esa verdad sino que tampoco quiere enterarse de que la vida carente de verdad nada significa. Esta sociedad de consumo, vana y fútil, tiene mucho de eso.

Lo cierto es que no hay un lugar para la verdad y aún cuando desde una perspectiva puntualmente filosófica hay una esencia de la verdad por antonomasia, (es decir el paradigma de la verdad), esta esencia puede tener tantos rostros como seres humanos hay y sucesos ocurren en sus vidas. Caminando por las calles de la ciudad, es decir paseando por el laboratorio de la filosofía, cualquier persona interesada en la verdad puede descubrirla. No hace falta leer a Platón, ni a Epicuro, ni a Kierkegaard, mucho menos a algunos “filo-sofos” de nuestros días que, perdidos en el devaneo por ausencia de sabiduría, han compilado tantas sandeces que son la propia naturaleza de la mentira más despiadada y absurda. En fin…

La verdad siempre tiene dos caras, dos polos, dos extremos. Una cara de la verdad, por ejemplo, es el muro de esa vieja iglesia de calle Mendoza y el hombre que se le apoya, andrajoso, hambriento, abandonado por la vida. Una cara de la verdad es el signo de la redondez mendicante que hace ese chico que avanza contra las trompas de los autos, detenidos en el semáforo, sosteniendo en la otra mano un secador de parabrisas. Una cara de la verdad está en tu hijo, lector, en tu nieto, que busca un lugar donde encontrar su verdad y realizarse en ella y no lo encuentra. Y si me apuran un poco más, puedo decir que una cara de la verdad está en esa criatura inocente, en ese perro callejero del parque Urquiza, amado y protegido por los vecinos, al que unos animales racionales (los más peligrosos de los animales) maltrataron hasta matarlo sin piedad, hace unas horas, para después arrojarlo a un contenedor mientras los alaridos de dolor rasgaban la paz de la madrugada y el corazón de los sensibles.

La otra cara de la verdad está en los corazones que laten en la paz del desinterés o en el crimen de la mezquindad. ¿No sabemos de quiénes son esos corazones?

Sí, la vida es una sombra que pasa. Pero entonces: ¿dónde está la verdad? En comprender y aceptar que la vida no puede ser un cuento narrado por un idiota con gran aparato y que nada significa.

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