Ciudad

De memoria

“A mí el Rosariazo no me cambió: me dio la vida”

Hace 44 años Domingo Scaglione se sumaba a la gran protesta contra Onganía. Hoy la rememora en una obra de teatro. La presencia de un amigo en la columna que marchaba por calle Corrientes en mayo de 1969 desembocó en una historia de militancia.


Seguramente al canto de “Acción, acción, por la liberación”, es que Domingo Scaglione se sumó, hace 45 años, a la columna humana que espontáneamente se formó y fue la protagonista del primer Rosariazo, en mayo de 1969. Por entonces, era un muchacho que había terminado la secundaria y que no participaba de ninguna organización política. Sin embargo, en medio de la turba de personas que avanzaba por la calle Corrientes, vio a un amigo que le hizo señas para que se sumara. “No sé, tal vez me saludó, pero lo cierto es que me fui con él”, recuerda el hombre que, sin ser actor, hoy es intérprete de su propia historia de vida en la obra teatral “Acto relámpago”, biodrama dirigido por su hija Tania que se presentará hoy y el próximo sábado 23 a las 20.30 en el Museo de la Memoria, en Córdoba y Moreno, y se continuará exhibiendo en septiembre en la sala La Escalera, de 9 de Julio 324.

—¿Cómo fue que lo encontró el Rosariazo?

—Yo no militaba, el Rosariazo me encontró prácticamente de casualidad. Justamente en la obra se cuenta ese hecho, de cómo sin ser militante decidí, casi sin querer, participar de este suceso de manera absolutamente libre, independiente y en bolas. Toda mi vida las cosas las he empezado tarde. Siempre voy con tardanza. Mire este hecho: empecé a hacer teatro a los 62 años… Con el Rosariazo fue igual. No era un pibe de 15 ó 16 años, ya había terminado la colimba, tenía 22. De pronto veo que venía una columna de gente por calle Corrientes y salgo a mirarla, asombrado, y ahí venía un amigo, un compañero de la escuela técnica. Y me fui con mi amigo.

—¿Cómo se desencadenaron los hechos a partir de que se suma a la columna?

—Los recuerdos que tengo son muy simples. Primero nos corren (por la Policía), después los corremos fuerte nosotros a ellos hasta la plaza San Martín y ellos se meten en la Jefatura. Muy sencillo. Pero todos lo cuentan desde la visión que estoy dando ahora: sin manejar elementos políticos, sin manejarse dentro de ninguna organización. La visión que cuento en la obra es la misma que estoy dando ahora y que muchos sintieron también: la de alguien que mira asombrado porque ve algo que no puede creer.

—¿El impacto que le produjo el escenario fue lo que lo llevó a sumarse a esa manifestación masiva? 

—No llegué a elaborar nada de eso, porque lo que vos me decís es algo por demás de pensado. En ese momento no pude pensar, simplemente fue vivir ese momento. Creo que más que nada fue lo que sintió alguien como yo, que hasta ese momento nunca había salido a protestar: era el asombro. Y te digo frases que son las mismas que digo en la obra, como esta: “Yo nunca había salido a protestar, ni siquiera había tirado una piedra”, (risas).

—¿Cuál fue el aprendizaje ese día?

—Aprendí algunas cosas como que después de sacar la primera baldosa, las demás salen fácil. Lo supe ese día. Como eso, algunas cosas más, creo que lo mío es muy sencillo (risas).

—Pero los recuerdos seguramente aparecen…

—Sí, que cuando se avanzaba, cada vez era mayor la cantidad de gente. Me acuerdo patente que se escondieron (los Policías) en la Jefatura y de allí en adelante era andar por la zona por donde había gente haciendo barricadas, pero no me acuerdo, por ejemplo, que hubiera vandalismo. A lo mejor lo hubo pero yo no me acuerdo. Insisto, mi visión, que es también la que planteamos en la obra, no es la de un militante. Después empecé a militar.

—¿A partir de que se sumó sin querer a la columna de gente es que comenzó con la militancia?

—El Rosariazo me pegó fuerte. A partir de eso es como que me surgió la necesidad de hacer algo y me acordé de un compañero de la colimba que militaba y lo fui a ver a la casa para preguntarle cómo podía hacer. Así me contactó con gente y empecé a participar de algunas reuniones en la periferia, como se decía en aquel tiempo, a ir a ver  a escondidas “La hora de los hornos” (el filme clandestino de Fernando Pino Solanas y Octavio Getino) o a visitar en las adyacencias a algunas parroquias en las que estaban los curas tercermundistas. Así empiezo a militar en la universidad y toda mi vida continué haciéndolo en distintos sectores, pero todos, para decirlo de alguna manera más conocida, en lo que era el Peronismo de Base.

—¿Cómo siente eso de ser actor a los 62 años y contando su propia historia?

—No me creo actor, eso es seguro. Ni lo voy a ser, porque en algunas cosas llego por demás de tarde, no tengo ni siquiera el tiempo biológico para ser actor. Es como si hoy se me ocurriera aprender inglés.

—La historia del Rosariazo puede generar sensaciones fuertes en los espectadores, ¿cuál suele ser la devolución del público?

—Es una de las cosas más maravillosas y yo, que soy fácil de emocionarme, me quedo sin palabras cuando viene gente y me abraza, sin decirme nada, solamente me abraza. También me ha pasado algo muy bueno, y es que se acercan matrimonios que me cuentan que tienen hijos adolescentes y me dicen que van a venir a ver la obra con sus hijos. Para mí eso es fundamental: pegarle bien en el centro. No sé si el hijo de esa señora puede ser militante o no, lo importante es que le va a decir que su hijo venga a vernos.

—¿Le cambió en algo el ir atrás de la columna hace 44 años?

—No me cambió: me dio la vida.

Experimentando la vida

La obra “Acto relámpago”, de Tania Scaglione, cuyo protagonista es su padre, es el corolario de un proyecto que la joven dramaturga debió realizar hace unos años para un taller experimental. Recuerda que en la ocasión, le propusieron trabajar con algún familiar que no fuera actor. “Me parecía que mi papá tenía un «alto», un término que se utiliza para definir a aquellas personas que tienen un modo de expresarse en la vida que es bastante teatral”, recuerda. La génesis de “Acto relámpago”, entonces, fue crear un “biodrama”, lo cual explica Tania que “consiste en trabajar con personas que no son actores sobre un hecho o algo de su vida”, que terminará siendo el hilo de la narración. “Es hacer una obra sobre una persona y en la que las personas son protagonistas de su propia vida”, explica. Después, el trabajo fue premiado en un concurso municipal, lo que la obligó a su creadora a darle un formato más extenso, para que así se pudiera presentar en una sala de teatro. La directora cuenta también que se sintió movilizada por la curiosidad de conocer más acerca de la historia de sus padres “y la de toda una generación que termina siendo la historia de todos”.

Dos actos, una resistencia

El Rosariazo es como se conoce a lo que en rigor son dos movimientos de protesta, ambos masivos, contra la dictadura del general Juan Carlos Onganía –quien encabezó en 1966 el golpe de Estado que derrocó al radical Arturo Illia– y la gestión de su ministro de Economía, Adalbert Krieger Vasena, cuyo plan congeló los salarios de los trabajadores y devaluó la moneda nacional en un 40 por ciento. El shock desencadenó huelgas obreras y protestas estudiantiles –en Corrientes los precios del comedor universitario habían aumentado un 500 por ciento– en todo el país, cuya represión desencadenó nuevas manifestaciones populares. El Primer Rosariazo comenzó el 16 de mayo de 1969, un viernes, y se extendió en la semana siguiente, tras la muerte por un disparo del estudiante Adolfo Bello en la represión policial. Cinco días después caía, también asesinado, Luis Blanco, un joven trabajador de sólo 15 años. El Segundo Rosariazo se disparó el 7 septiembre de 1969, a partir de la huelga de los trabajadores del riel contra la intervención de su sindicato, la Unión Ferroviaria, el encarcelamiento de su dirigentes, y la baja de sueldos que les habían impuesto.

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