Economía

24 de marzo

A 47 años del golpe de Estado de 1976: no habrá salida sin organización ni planificación

En el nuevo aniversario del inicio de la última y más sangrienta dictadura, el autor devela el propósito principal del régimen, que no era defender a la Patria de ninguna supuesta agresión comunista, sino atacar y quebrar al justicialismo para implantar un orden económico perverso y colonial


José Alfredo Martínez de Hoz fue sobrino tataranieto de un traficante de esclavos y bisnieto de José Toribio, fundador de la Sociedad Rural y financista de la Campaña del Desierto, por lo que recibió oficialmente 2.500.000 hectáreas de tierras productivas; Jorge Rafael Videla murió cumpliendo condena a prisión perpetua por 66 homicidios, 306 secuestros, 97 torturas y 26 robos.

Esteban Guida

Fundación Pueblos del Sur (*)

Especial para El Ciudadano

Desde aquel nefasto quiebre político, económico e institucional en 1976, la República Argentina abandonó totalmente la participación popular en la definición política de su ordenamiento económico.

Se ha escrito y demostrado sólidamente que aquel gobierno de facto tuvo como objetivo terminar con el Movimiento Nacional Justicialista, ya que era único factor de poder capaz de impedir que el país fuera reinserto en la División Internacional del Trabajo como una economía subordinada y semicolonial. Había que implantar un modelo económico aperturista, primarizador, extranjerizante y dependiente del flujo internacional de capitales, cosa que las grandes mayorías populares obviamente no querían. Para llevar a cabo las reformas necesarias por logarlo se buscó eliminar física y espiritualmente la organización política vigente y su doctrina basal; semejante empresa requirió la violencia extrema del aparato represor y el terrorismo de Estado, aplicado no sólo a los trabajadores, sino también a empresarios, académicos, estudiantes, actores, políticos, gremialistas y todo aquel que se opusiera a este objetivo.

Cuando se indaga con responsabilidad y profundidad acerca del origen de gran parte de los problemas que aquejan a la economía argentina, se puede observar que, a 47 años de aquel golpe y luego de 40 años de la reinstalación de un esquema democrático, persiste con rigor la estructura económica que dejó la dictadura; no sólo por la vigencia de muchas de las medidas aplicadas, sino por la incapacidad del Movimiento Nacional Justicialista de reorganizar su fuerza política para llevar a cabo con efectividad la titánica tarea de revertir la situación.

En este sentido, corresponde destacar aquellas reformas que marcaron fuertemente la economía argentina, condicionándola hasta el día de hoy y reduciendo el margen de acción para encarar un sendero de desarrollo sostenible con justicia social. Por ejemplo, la Reforma Financiera del año 1977, instalando un modelo de acumulación rentístico y especulativo; la destrucción del aparato productivo, mediante la apertura económica iniciada en 1976 y completada durante la presidencia de Carlos Menem; el endeudamiento externo fraudulento, su estatización y posterior legalización a instancias de los sucesivos gobiernos democráticos; la monopolización y oligopolización de la economía argentina, que entregó el poder económico real a manos de un puñado de empresas; la guerra de Malvinas, y sus profundas y persistentes consecuencias geopolíticas y económicas.

Podría detallarse otras tantas cuestiones más, pero basta con éstas para notificar que muchas de las decisiones políticas y económicas con las que la dictadura cívico militar reestructuró el modelo de acumulación de la Argentina siguen plenamente vigentes.

Pero en esta oportunidad, se quiere poner de relieve el otro aspecto señalado previamente, y que se considera central en la comprensión del fenómeno que permitió la implementación de ese modelo, así como su consolidación posterior, aún bajo gobiernos democráticos. Se trata de la incapacidad del Movimiento Nacional Justicialista de organizarse en base a sus fundamentos doctrinarios, bajo la conducción de un líder que sintetice y represente los deseos y aspiraciones de su pueblo para emprender la obra de liberación que permite alcanzar independencia económica, soberanía política y justicia social.

Cuando se confunde al Movimiento Nacional Justicialista con un partido político (el Partido Justicialista) se cae en el error de creer que el pueblo ya tuvo su oportunidad en el marco de la vuelta a la democracia. Algunos por ignorancia, otros por interés, intentan circunscribir al ámbito partidario la identificación política del Movimiento Nacional Justicialista. Pero esta afirmación resulta inconsistente y no permite resolver la situación de fondo.

Por ejemplo, en la actualidad, el presidente del Partido Justicialista es una persona que declara profesar una cosmovisión del mundo diferente a la del justicialismo, y una ideología política deferente a la del pueblo argentino. Pero no es la primera vez que detractores de la doctrina justicialista se autodenominan “peronistas” por conveniencia, utilizando y usufructuando la impronta del único movimiento capaz de revertir la injusticia social que rige. ¿No será que la mayoría de los argentinos sigue creyendo que sólo el Movimiento Nacional Justicialista puede liberarnos de esta situación? No hay muchas hipótesis más para agregar.

En este sentido el panorama es adverso: la estructura económica argentina presenta las cualidades y condicionantes que la sujetaron y sujetan al poder concentrado, en contra del interés nacional. Por su parte, la dirigencia que finalmente llega a la contienda electoral, no aspira a conducir al pueblo en las reformas requeridas para terminar con esta injusticia.

No pocos piensas que ya nada queda por hacer; la resignación está ganando terrenos en muchos corazones. Si el país está en manos de personas que no quieren, no pueden o no saben cómo quebrar los lazos de dominación y dependencia que nos vienen sometiendo desde hace casi cinco décadas, ¿con qué fundamentos podemos avizorar con esperanza el porvenir de nuestro pueblo y nuestro país? El fenómeno de emigración que estamos atravesando, más la falta de participación en los espacios políticos, son una muestra clara de ello.

Pero para otros, no hay lugar para la resignación; el deseo de vencer sigue presente. Si el requisito para implementar un modelo contrario al interés nacional fue destruir al Movimiento Nacional Justicialista, entonces será cuestión de volver a suscitar su organización. Desde esta perspectiva, la lucha por el gobierno del Estado no es el fin último, sino un medio que, sin contar con la organización popular suficiente, se transforma en un obstáculo. La fallida experiencia del gobierno que este año concluye su mandato es un claro ejemplo de ello; es la misma militancia oficialista la que expresa las principales críticas y contradicciones entre la estrategia electoral y la acción de gobierno; medios y fines nuevamente en contradicción.

En toda la Argentina hay personas con capacidad para ocupar espacios y crear oportunidades de participación política concretas, dentro y fuera del Estado, cuestiones necesarias para reavivar nuestra conciencia nacional; aportando ideas y propuestas puntuales que ayuden a quitar el velo del engaño y la falsificación que propinan los intereses foráneos con la complicidad de los cipayos de siempre. La tarea de volver al encuentro y pensar el país que queremos en términos del bien común está toda por hacerse.

No pudieron matar ni desaparecer el sentido de victoria que hubo y hay en nuestro ser nacional. Con el mismo espíritu y la misma valentía con la que aquellos argentinos se enfrentaron a un largo período de resistencia, demos nuevamente la batalla por nuestra liberación nacional.

(*) fundacion@pueblosdelsur.org

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