País

Las deudas del Estado

A 45 años de la Masacre del Pabellón Séptimo


Claudia Cesaroni/ Especial para El Ciudadano

El 14 de marzo de 1978, en plena dictadura, se llevó adelante un crimen masivo en la cárcel de Devoto.

El Servicio Penitenciario Federal inició una feroz requisa que terminó en represión y asesinó a 65 detenidos. “La mejor reparación es cambiar esa mirada de que por ser presos comunes no es un delito de lesa humanidad”, dice Claudia Cesaroni. Y escribe:

En este momento, hace 45 años, la Masacre del Pabellón Séptimo estuvo prácticamente consumada.

Decenas de personas yacían en el piso del pabellón séptimo de la planta 2 de la cárcel de Devoto, la “cárcel vidriera”, la que la dictadura mostró orgullosamente a los delegados de la Cruz Roja.

Los sobrevivientes empezaban a salir, atravesando una doble fila de penitenciarios que les pegaban palazos mientras los hacían correr tres pisos abajo y decenas de metros hasta las celdas “de emergencia”, o sea, a los buzones.

El cuerpo de bomberos, que había llegado alertado por los vecinos, no había sido autorizado a ingresar a apagar el incendio, “por razones de seguridad”, según les dijo el subdirector de la cárcel, el mismo sujeto que “instruyó” el sumario con el que se inició la investigación.

Todo había comenzado la noche anterior, con un hecho absolutamente menor. Jorge Omar Tolosa fue señalado por haberse negado a apagar un televisor, a la madrugada una patota penitenciaria pretendió llevárselo, y ante su negativa, concluyó a buscarlo con el cuerpo de requisa, la mañana del 14.

Hugo Ciardiello, uno de los sobrevivientes que logramos encontrar, contó en la primera entrevista que le hicimos, en 2013:

“A la mañana me levanté, hicimos el mate, y al rato escuchamos el pito de la requisa, yo ya había pasado dos requisas, sabía que había que ir para el fondo pero cuando intento ir, el Pato y su gente llevaban una cama doble al medio, los encerraron para que no sigan avanzando. Si la policía hubiera bajado los decibeles, no pasaba nada, porque nosotros estábamos adentro, y ellos afuera, cerraban la puerta y listo.

Estábamos todos adentro, pero ellos subieron a la pasarela y sacaron a tirar tiros y gases, cartuchos que pegaban en la pared. Yo me mantuve por atrás, los presos que estaban adelante pusieron colchones arriba de las camas queriendo tapar las balas y los cartuchos, pero ellos (los penitenciarios) los pateaban.

Entonces vi volar algo que pasó encima, se prendió fuego, todos los colchones, en tres segundos se armó una cortina de humo que no veías nada, y un calor que te hacía arder, cuando viene ese calor que me quemaba, no se veía nada, solo la ventana, la claridad, me trepo a la ventana, pero la reja ardía, la gente me agarraba de abajo, desesperada para subir, me caigo, la gente se caía, no sé si por los tiros o por el calor.

Me caí, nos atropellábamos en la oscuridad total, llegué al fondo del pabellón, en la oscuridad total, llegué al fondo, en el medio, entre las ventanas de cada lado, me agaché, me tapé con la toallita que tenía mojada, y ahí me quedé hasta que se consumieron los colchones. Vi gente apilada. Uno me pidió ayuda, uno de los que estaban con el Pato, atrapado por la gente que se le haba caído encima.

Cuando quiero ir a ayudar, veo que la piel de mis brazos eran lonjas de piel que me tuve que sacar con los dientes”.
Todos los relatos se parecen, todos estremecen, todos cuentan con detalles del horror.

Otro de los sobrevivientes, Germán Jascalevich, cuando lo conocimos, nos mostró huellas en sus manos de las quemaduras. Sus hijas pensaban que había tenido un accidente, eso fue lo que siempre había contado.

Germán enloqueció de dolor:

“En emergencia yo estaba con un pibe (Hugo Ciardiello, sería), que casi lo ahorco. No había luz, había rendijas, me dolía mucho la cara, yo le preguntaba si se me vio el hueso de la nariz, porque sabía o me habían dicho que si se te veía el hueso… no hay remedio. Y él me dijo que sí, que se me vio, y yo de bronca casi lo ahorco”.
Germán vio lo que pasó con Tolosa:

“Emergencia eran calabozos de a cinco. A Tolosa lo mataron a palos, yo lo vi. Le decían: hijo de puta, vos empezaste todo”.

A Roberto Montiel lo salvó su desesperación:

“Yo me subí a la ventana y salí en seguida por el aire caliente y los tiros. El humo y el hollín me habían paralizado y de miedo grité, grité, y eso me permitió tomar aire de nuevo, y después me refugié debajo de una repisa contra la pared, y atrás mía 3 o 4 más, que percibieron. Estaban achicharrados, eran cenizas”.

Salir del pabellón, de ese infierno de humo, balas y fuego, fue peor que quedarse, aunque resultó increíble. Había algo peor: los golpes sobre los cuerpos lacerados.

“No se podía abrir la puerta. Hubiera querido quedarme adentro porque nos mataban a palos, algunos murieron ahí, pegaban con tanta fuerza, que se daban entre ellos, mientras nos llevaban al pabellón de emergencia”.

¿Nadie contó esto, ningún juez o fiscal de la época investigó?

Ninguno. Ni escucharon a los sobrevivientes el juez Guillermo Rivarola, ni su secretario Enrique Guanziroli, hoy camarista federal, ni el fiscal Julio Strassera, ni ninguno de los jueces que tienen bajo su jurisdicción a cada uno de los presos. Ninguno.

Por eso estamos exigiendo que de una vez por todas se haga el juicio oral y público para que los sobrevivientes puedan contar ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 5 (TOCF 5) lo que pasó en la cárcel de Devoto el 14 de marzo de 1978, hace exactos 45 años, y lxs familiares de las victimas pueden encontrar alivio.

Para que nunca más se llame motín a una masacre.

Para que nunca más las víctimas de una masacre estatal sean condenadas al olvido.

Para reparar al menos en parte tanto dolor y tanto silencio.

Para que haya Memoria, verdad y justicia para las víctimas de la Masacre del Pabellón Séptimo

(*) Claudia Cesaroni. Abogada y Magíster en Criminología. Cofundadora del Centro de Estudios en Política Criminal y Derechos Humanos (Cepoc). Representante de la querella en la causa Masacre del Pabellón Séptimo.

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