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Menem y el billete de cien pesos

La convertibilidad de abril de 1991 tuvo una marca registrada en el bolsillo de los argentinos. Ya sea por presencia o por desesperante ausencia. El billete de cien pesos. La máxima expresión del poder económico sintetizado en un papel que a veces ingresaba en el bolsillo de algún trabajador


Archivo Télam

Por Carlos del Frade

La historia argentina se vive en clave de novela. Avanza y rebobina en el presente. El pasado está abierto como consecuencia de sucesivas construcciones de impunidad y los sueños colectivos inconclusos pugnan por enamorar a las nuevas generaciones.

Demasiado pegados andan los tiempos cronológicos para creer que sólo basta con el orden de los factores para entender la realidad argentina. Por eso dicen los grandes escritores que la novela es el único género capaz de contener semejantes virajes temporales aún cuando se hable de un año, un mes y hasta de un solo día del almanaque en concreto.

Quizás una de las pruebas más reconocibles del pasado inmerso en la vida cotidiana sean los billetes y sus dibujos. La convertibilidad de abril de 1991 tuvo una marca registrada en el bolsillo de los argentinos. Ya sea por presencia o por desesperante ausencia. El billete de cien pesos. La máxima expresión del poder económico sintetizado en un papel que a veces ingresaba en el bolsillo de algún trabajador.

En su cara, la imagen de Julio Argentino Roca. En el anverso, las tropas de Roca cruzando el Río Limay y el título de la pintura, “La conquista del desierto”. Clara postal de los tiempos históricos argentinos. De esa pertinaz presencia del pasado abierto en el presente, ya sea para justificar o para imponer los privilegios de pocos por encima de las necesidades de los que son más.

Roca fue el presidente que nos puso en el planisferio dentro de la entonces llamada división internacional del trabajo hecha a imagen y semejanza del imperio de aquel siglo XIX, Gran Bretaña. Con quien el roquismo supo practicar sus buenas dosis de relaciones carnales. Y Roca hizo aquella incorporación de la Argentina al mundo manejado por el imperialismo inglés luego de haber sido el jefe del primer gran terrorismo de estado que se inició en 1879 con la llamada Conquista del Desierto.

No había desierto. Dice el imprescindible antropólogo e historiador Carlos Martínez Sarasola en su libro “Nuestros paisanos los indios” que aquella “conquista” terminó con la vida de más de 12 mil personas que vivían, amaban, sufrían, soñaban y construían su economía, religión y cultura en la Patagonia.

Aquellos originarios habitantes de la Patagonia fueron desaparecidos, convertidos en desierto por obra y gracia de una decisión política tomada desde el estado argentino decidido a terminar con las molestas presencias que imposibilitaban varios negocios con las tierras del sur, entre otros, hipotecarlas a cambio de contraer créditos externos. Fue desierto después del terrorismo de estado y de la subordinación de la nación a los intereses del imperialismo de turno.

Cien años después, el gobierno argentino de la mano de Menem y Cavallo, prometían el primer mundo como único horizonte posible luego del genocidio de 1976 cuyos principales responsables eran indultados por el riojano.

No era una simple curiosidad, entonces, que el máximo símbolo del poder económico que a veces ingresaba en el bolsillo de los trabajadores fuera la imagen de Roca y su obra cumbre. Porque el poder económico concentrado en pocas empresas de los años noventa del siglo XX también estuvo prologado del terrorismo de estado que terminó con los otros indeseables que molestaban a ese proyecto.

El billete de cien pesos es la perfecta síntesis de la lógica del sistema en la Argentina. Terrorismo de estado, incorporación a la política internacional según el dictado de la potencia hegemónica del momento y mayor concentración de riquezas en pocas manos. Hasta el propio Menem, alguna vez, se comparó con Julio Argentino Roca. Aunque una socia menor del gobierno, Adelina Dalessio de Viola, dijo que si debía emparentar al riojano con algún prócer lo haría con Justo Urquiza. Correcta visión la de la señora conservadora.

Urquiza terminaría asesinado por haber traicionado el proyecto de integración de las economías regionales que fue el sueño de la Confederación. El desierto era para los conquistadores o para aquellos que se animaban a encontrarse para marchar en contra de la corriente.

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