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Triunfo del MAS en Bolivia: la whipala cubrirá las calles nuevamente

Según Evo Morales, la conciencia y paciencia del pueblo boliviano fueron virtudes excluyentes para que un gobierno popular volviera al poder. Así, pueden verse como parte intrínseca e intuitiva de quienes recuperaron una vez su dignidad mancillada y ahora encarnada en la memoria


Cuando se pensaba a la Argentina como un solitario islote en un contexto de gobiernos sudamericanos claramente de derecha o fervorosos entusiastas de ese sentir, ocurre el triunfo del MAS en Bolivia en la figura de Luis Lucho Arce, ya amplio vencedor pese a la lentitud del escrutinio oficial.

La presidenta de facto Jeanine Áñez reconoció la derrota y fue todo un signo cuando muchos dudaban si no iba a recurrir a artimañas fraudulentas para anular las elecciones o algo similar.

Los días previos fueron de extrema tensión, incluso hasta se intentó impedir la presencia de veedores internacionales cuando en el golpe a Evo Morales se utilizó como parte del argumento para sacarlo de su gobierno espurias versiones de los veedores con el secretario general de la OEA, Luis Almagro, a la cabeza, avalando la anulación del triunfo de Evo en las elecciones de noviembre de 2019.

Pese a las alusiones a la Biblia  –al igual que el de Brasil, su gobierno tuvo importante ascendencia de grupos evangelistas– y a favorecer a grupos empresarios, la golpista Añez no alcanzó ni siquiera a arañar alguna representatividad mayoritaria y su gobierno fue resistido por el sindicalismo combativo boliviano y por amplios sectores populares. “Bolivia ha recuperado la democracia”, había dicho Arce cuando la distancia de votos a favor en relación a quien lo seguía ya era contundente.

Arce y la distribución de la riqueza

Luis Arce fue el ministro de Economía y Finanzas durante todo el gobierno de Evo, con una pausa de un año y medio donde viajó al exterior a tratarse de un cáncer. Estudió en una universidad pública boliviana, la de San Andrés, en La Paz, y luego se graduó en una maestría en la universidad de Warwick en el Reino Unido.

Era eminentemente un tecnócrata mientras trabajó durante 18 años en el Banco Central boliviano pero de a poco fue incorporando nociones de política económica que hicieron ensanchar sus visiones acerca de la utilidad de esa ciencia cuando su objetivo es contribuir al bienestar y auxilio de las mayorías.

En el gobierno de Evo pudo poner en práctica, con el respaldo político suficiente, algunas acciones que desembocaron en lo que se dio en llamar un “milagro económico”, colocando a Bolivia entre las naciones con mejor distribución de la riqueza. Los datos oficiales de ese periodo indican que Bolivia hizo crecer su PBI desde 9500 a 40.800 millones de dólares y la reducción de la pobreza tuvo un brusco declive que fue del 60% al 37%.

Este crecimiento se tradujo en beneficios y conquistas de derechos para mujeres embarazadas, estudiantes y adultos de edad avanzada, grupos históricamente abandonados por las políticas oficiales.

Arce también aportó en buena medida al proyecto para industrializar la explotación del litio y el gas natural, dos de las riquezas más envidiadas en el mundo entero.

En este sentido, su figura quedó prendada de las transformaciones ocurridas durante el gobierno de Evo y Álvaro García Linares, sobre todo en el amplio espectro de los gremios mineros y cocaleros y de la población más marginada, que es demográficamente la más amplia.

Y en este sentido, evidentemente, la memoria de esa población quedó intacta y resistió los embates del gobierno de facto de Áñez, que tuvo manifiestos actos de corrupción, una economía dirigida a favorecer a los grupos económicos más concentrados –la mayoría de clara práctica evangelista–, una buena suma de medidas antipopulares, discursos soberbios y discriminatorios y una impericia alarmante para contener los contagios de covid-19 al negar la letal potencialidad del virus que hizo desastres en las barriadas más humildes y populosas.

Lo que no se olvida

Pero evidentemente la actitud de un pueblo que había sido dignificado luego de décadas de persecución, discriminación, expreso racismo y extrema pobreza pudo más que todo lo que ese gobierno títere que expulsó a Evo y le impidió candidatearse como senador pudiera hacer para impedir o dar vuelta el resultado de las elecciones.

Pudo más pese a las gestiones hechas por la embajada norteamericana en Bolivia, que apuntaló al gobierno de facto de Áñez y le prometió un dispendio económico millonario si ganaba las elecciones con sus candidatos; hechos puestos de relieve en las visitas que funcionarios del Departamento de Estado norteamericano hicieron a Bolivia, principalmente a Santa Cruz de la Sierra y El Alto, donde las agencias de inteligencia del país del norte han montado bastiones para apoyar e instruir a sectores de derecha.

Y pudo más también la capacidad política para sortear las polémicas internas que atravesaron al MAS y al IPSP por la elección del candidato que en el imaginario popular reemplazaría a Evo Morales.

Evidentemente, la elección de Arce acercó las opiniones contrarias porque su protagonismo durante el gobierno anterior está marcado por las conquistas económicas de las que él fue el mayor artífice. Y un pueblo ancestralmente marginado como el boliviano eso no lo olvida fácilmente.

Luego de conocerse el triunfo con el 52,4% de los votos, una rotunda diferencia con el 31,5% de Mesa, su inmediato rival, Luis Arce y su vicepresidente David Choquehuanca, ex canciller del gobierno de Evo, dijeron que era el triunfo del pueblo, de la mayor parte de los 7,3 millones que habían votado.

“Bolivia ha recuperado la democracia, hemos recuperado las esperanzas. Mi compromiso es trabajar, llevar adelante nuestro programa y vamos a trabajar para todos los bolivianos y a construir un gobierno de unidad nacional, vamos a construir la unidad en nuestro país”, señaló el ex ministro de Economía y ahora presidente electo de su país.

Desde el exilio argentino, Morales apuntó: “Lucho será nuestro presidente, él devolverá a nuestra patria el camino del crecimiento económico. A un año del golpe, recuperamos el poder político democráticamente con la conciencia y la paciencia del pueblo. Hemos vuelto millones”.

Y no hay muchas dudas que esas dos virtudes que Evo señala como imprescindibles –conciencia y paciencia– para lograr que un gobierno popular vuelva al poder son parte intrínseca, intuitiva de quienes recuperaron su dignidad mancillada y ahora encarnada en la memoria. La whipala cubrirá las calles de Bolivia nuevamente.

 

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