Observatorio

50 años después

El Rosariazo: tiempos de sueños y expectativas para lograr otro país

A partir del 17 de mayo de 1969 ocurrieron los sucesos que conmocionaron a la ciudad y fueron parte de los acontecimientos que protagonizaron obreros y estudiantes en vastas zonas del país


Los dos Rosariazos, el de mayo y el de septiembre se formularon a partir de la solidaridad, la bronca contra el gobierno de Onganía –que fue parte de una seguidilla de gobiernos dictatoriales– y la certeza de que esa unión de obreros y estudiantes permitiría una acción política inédita para resistir la opresión. Esa conciencia también se extendió aquellos días de 1969 en cada barrio de Rosario, donde una buena cantidad de vecinos participaron de esa suerte de alzamiento popular.

Clima de época

Hubo varios episodios previos que prohijaron los Rosariazos: la llamada Marcha del Hambre, en Villa Ocampo (Santa Fe), donde estudiantes y obreros iniciaron una huelga de hambre para protestar por la falta de pago a los trabajadores del ingenio Arno, afectado por el plan económico del gobierno de Onganía, que estaba haciendo estragos en todo el interior del país; las protestas de los estudiantes correntinos que terminaron en la muerte del estudiante Juan José Cabral; el mismo Cordobazo, que ocurrió entre el primero y el segundo Rosariazo. A partir de 1969 un gran fervor popular aceleró los procesos de protesta y resistencia y demostró al gobierno nacional que no iba a ser tan fácil continuar con las nocivas políticas económicas. Fue un período de modificaciones que alcanzó fundamentalmente a los trabajadores, a los universitarios, y también a los partidos políticos. Los Rosariazos fueron la explosión de la bronca acumulada por varios años de deterioro económico-social, de opresión política y gremial –con el peronismo proscripto– y por la pérdida acelerada de conquistas de los trabajadores.

Unión fructífera

Los protagonistas principales de estos alzamientos populares fueron la clase obrera y los estudiantes  universitarios, quienes actuaron como factores de presión para provocar cambios dentro del propio gobierno nacional y sentaron el precedente de que no iba a ser viable el proyecto de Onganía de plantear “un gobierno con objetivos pero sin plazos” para aplicar las recetas de los organismos de crédito internacionales que excluían a buena parte de los argentinos, fundamentalmente de los sectores obreros y humildes. Al mismo tiempo dio inicio a un proceso político de toma de conciencia en vastos sectores de la sociedad. Las masivas movilizaciones rosarinas y la garra para resistir la represión pusieron de manifiesto la capacidad de lucha, la creatividad de los recursos empleados y la solidaridad del pueblo. Las asambleas obrero-estudiantiles y populares, que tuvieron un alto grado de espontaneidad en las jornadas de mayo y septiembre, demostraron un buen nivel de organización a partir de la toma de algunos barrios por los vecinos, donde, por un lado se impedía el ingreso de las fuerzas represivas y por el otro se permitía el ingreso de los carros de bomberos que entraban y salían sin problemas cuando había que sofocar algún incendio. Fue una suerte de democracia directa que tuvo lugar en toda la ciudad y una referencia de un período fructífero en las luchas populares históricas, aun con sus derrotas y la clandestinidad que debieron asumir después muchos de sus protagonistas.

Capacidad de lucha

La experiencia fue impresionante en el ámbito de los cuerpos  de delegados de las fábricas, en las comisiones internas de distintos espacios de trabajo y en la Universidad, que volvió a demostrar su capacidad y su lugar social en la lucha contra la opresión económica y política. Las tomas de fábricas, las huelgas, los paros activos, las movilizaciones significaron un puente entre generaciones con conocimientos y hábitos distintos y la síntesis de ese proceso puso a la Argentina en un pie de igualdad con los países que llevaban una lucha similar a partir de organizaciones de liberación nacional. Un tiempo después, claro, la ofensiva del establishment con sus actores cívicos y eclesiásticos –y el apoyo de Estados Unidos basado en su propio interés para saquear el país– y su brazo armado militar perpetrarían, a partir del 76, el genocidio conocido para frenar esa avanzada popular y la organización que la clase obrera había venido gestando en una época donde la movilización y la lucha de clases tuvo un magnífico ascenso, un tiempo plagado de sueños y de expectativas, de una verdadera contracultura en todas las artes, en la vida cotidiana, la sexualidad, las costumbres, un tiempo en donde la historia pudo haber seguido en otra dirección, la de la emancipación social y económica.

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