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Mediador

El fenómeno padre Ignacio: dos historias de mucha fe

Miles de personas aseguran, como Fernanda y María del Carmen, que las palabras del hombre nacido hace 67 años en Balangoda, Sri Lanka, alivian el dolor


Como cada año, a lo largo de seis kilómetros, el padre Ignacio Peries recorrerá las 14 estaciones del vía crucis en barrio Rucci. Los fieles comenzaron a llegar desde las primeras horas de la mañana desde toda la ciudad e incluso de varios puntos del país con el mismo fin y según la necesidad de cada uno: que Ignacio les toque la mano para aliviar dolores o penas, una palabra de aliento o el agradecimiento por su intercesión. La fórmula es fe y confianza.

Los fieles le asignan a Ignacio Peries Kurukulasuriya, hace años y cada vez más convencidos, el don de la sanación. Él es humilde: sólo es un mediador para que los enfermos se recuperen, dice.

Quienes se llegan hasta barrio Rucci provienen de distintas geografías y estratos sociales y cada uno carga con angustias e historias propias y fe compartida.

Fernanda

Hace unos años, a Fernanda le habían dado la gran noticia de que iba a ser madrina de su sobrino Lucio. Llegó el día esperado y, luego del ritual del agua bendita, el padre Ignacio le hizo una seña a una de sus colaboradoras. Ella le tomó al bebé que tenía en sus brazos y entonces Peries le tocó la panza y le dijo: “Quedate tranquila, que la cirugía va a salir bien”.

“Me puse a llorar, quedé atónita. Desde hacía unos meses tenía un leve sangrado. Me había hecho estudios y los resultados habían salido bien. A los pocos días, después de lo que me dijo Ignacio, fui de nuevo a un control y el médico me dijo que me tenían que operar para saber cuál era el problema”, recordó la mujer.

Fernanda había ido a la parroquia de barrio Rucci antes de esa experiencia, pero sin demasiadas expectativas. “En el almuerzo del bautismo de mi sobrino, quedé como la peor madrina del mundo porque después de que me dio la bendición me relajé tanto que me agarró sueño. Estaba semi dormida”. Así había expresado su cuerpo el estupor que le causaron las palabras de Ignacio.

Fernanda concurre ahora varias veces al año a las misas en la parroquia Natividad del Señor y admite que hoy tiene una fe ciega por él. “Su mirada es penetrante y cada vez que voy encuentro paz”,  aseguró.

María del Carmen

Cuando María del Carmen empezó a concurrir a la pequeña parroquia del padre Ignacio, hace casi cuatro décadas, había tres o cuatro personas que esperaban la bendición. Fue una de las primeras fieles que asistieron a esa ceremonia.

“Hace 38 años me habían operado de la vesícula. Después me hicieron estudios y me detectaron una anormalidad en la mama izquierda. Me operaron, me hicieron la biopsia (una pequeña muestra de tejido para analizar en el laboratorio) y me diagnosticaron un carcinoma de grado tres”, recordó la mujer.

En ese momento, la oncóloga le recomendó que comience con las sesiones de quimioterapia. “Si empezaba con el tratamiento, tenía un 80 por ciento de probabilidades de vida, y en caso contrario, un 60. Y empecé. Me hicieron estudios nuevamente y salió un nódulo en la misma herida. Y en la cuarta sesión, se agregaron rayos. Tenía hasta los pulmones marcados”, contó. En ese entonces, el hijo de un compañero de trabajo que estaba por ordenarse sacerdote y conocía a Ignacio le recomendó ir a la misa de la parroquia de barrio Rucci. “Me había advertido que (Ignacio) tenía poder de sanación”, recordó María del Carmen.

Nunca había ido: “Era una capilla muy chiquita, éramos tres  o cuatro personas que esperábamos la bendición del padre. Cuando me tocó el turno, me tiró agua bendita traída de Tierra Santa y aceites. Me dijo que me quedara tranquila, que la enfermedad no volvería”. Y así fue. Terminó los tratamientos y, contra la prevención de los médicos, no hubo nuevos signos de problemas. “Desde ese momento, la fe me caló los huesos. Mis hijos eran muy chicos y en mi cabeza se me venían los recuerdos de cuando era muy chica y mi mamá murió”, confesó María del Carmen.

Desde ese momento, la mujer se aferró a la fe que Ignacio le transmitió. “Para mí, la misa es sagrada. Voy todos los sábados. Siempre me dijo que me quede tranquila, que estaba todo más que bien. El padre Ignacio me enseñó el camino a Dios y a tener fe”, concluyó la mujer.

Miles de personas aseguran, como Fernanda y María del Carmen, que las palabras del hombre nacido hace 67 años en Balangoda, Sri Lanka, alivian el dolor. Y que sus manos sanan. Sus fieles se multiplican años tras año. De piel morena, gestos convincentes, mal castellano y barba que lo caracteriza, llegó a Rosario luego de ordenarse sacerdote en el Reino Unido en 1979. Su primera misión fue pisar suelo argentino. Primero pasó por Tancacha, en Córdoba, y luego recaló en la ciudad de la que nadie quiere que se vaya.