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El destino del hombre

Por: Carlos Duclos

¿Hacia dónde camina el hombre? ¿Cuál es su destino? ¿Cuál su propósito? Filósofos, religiosos, pensadores se han formulado la misma pregunta hace cientos, miles, de años y habrán arribado, con temor, preocupación, a la misma respuesta que obtenemos hoy: el destino del hombre es incierto. Y más que incierto es comprometido. Parecería, en principio, que ésta siempre ha sido una mirada en perspectiva pesimista de la condición humana. Sin embargo, y mal que nos pese, la realidad no es otra cosa que la palpable perspectiva que no permite ser muy optimista hoy al considerar el destino de la humanidad.

Trace, amigo lector, un arco imaginario con su mirada sobre la sociedad de nuestros días. No sólo hágalo sobre los países subdesarrollados, sino sobre aquellos del primer mundo que hacen alarde de grandes avances en lo científico, tecnológico, cultural y económico. Pero en esta mirada no se detenga en esos aspectos mencionados, sino que bucee más profundamente ¿Qué encuentra? En todas las latitudes se observa no sólo violencia física, sino violencia moral, no sólo hambre de alimentos por parte de los inocentes conducidos, sino hambre de amor, de paz interior, de paz social. Abundan temibles monstruos que atacan no sólo al hombre de buena voluntad como ser humano individual, sino al hombre como ser colectivo. La sociedad de nuestros días, no obstante el confort de algunas, está vacía de existencia trascendente o, por lo menos, aceptable.

Hay violencia en todas partes ¿Y qué violencia, de qué orden? Pues hay varios tipos de violencia o quizá uno solo, porque no importa la causa sino el efecto y el efecto de la violencia es siempre uno: el dolor. Desde este punto de vista es tan violento aquel que para robar hiere de un disparo a una persona en las sombras de una noche, como aquel que con una palabra le parte el corazón. En el primero de los casos hay una violencia física y además moral. En el segundo una violencia moral, que hiere en lo psíquico y espiritual tanto o más que la primera y que suele dejar huellas para siempre en la mente y el espíritu del ser humano.

Todos estos ataques que caracterizan a la sociedad de nuestro tiempo y que son más virulentos que los que debía soportar la sociedad de antaño, se producen en todos los rincones del planeta. Cuando un padre de familia discute con su esposa o pareja airadamente frente a sus hijos, está sellando el espíritu infantil con una marca con frecuencia indeleble. Este mismo sello lo aplican las autoridades de una nación cuando maltratan a sus ciudadanos de diversas formas. Los casos y las formas abundan.

Parece duro este análisis, tiene sabor amargo, pero lamentablemente es la realidad de nuestros tiempos ¿Y por qué suceden estas cosas? En definitiva porque el hombre se ha alejado de la verdad, se alejó de preceptos básicos, de sentimientos naturales y necesarios, el más importante de los cuales es el amor.

Es necesario volver a cultivar la bondad, y en este aspecto recuérdese la definición del término dada por Francis Bacon: “Entiendo por bondad cierto afecto o sentimiento que nos lleva a desear que nuestros semejantes sean dichosos, y que tiene por objeto el bien general de la humanidad. Esto es lo que los griegos llaman filantropía y que no queda suficientemente expresado por el término humanidad”.

El destino del hombre está dado, pues, por su capacidad de hacer el bien o por su capricho de andar, no se sabe hacia dónde, pero se sospecha, por el camino del mal.

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