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¿Nos olvidamos de nosotros mismos?

Por: Carlos Duclos

Basta solamente echar  una mirada sobre la escena de la vida diaria, para observar que la tercera edad es una edad olvidada. Tal vez no en todos los casos, pero de seguro en muchos. Son muy pocos los que advierten que olvidar a nuestros mayores es olvidarse de uno mismo ¿O acaso el tiempo no pasa para jóvenes y adultos?

No siempre, pero sí puede decirse que la actual sociedad, al menos la argentina, tiene poca estima, respeto y honra por los hombres y mujeres de la tercera edad. La mayor responsabilidad, desde luego, de esta falta de reconocimiento la tiene el Estado. Parece una frase muy repetida, un lugar común, aburrido ¿Pero no es acaso la verdad? No se puede soslayar, no obstante, el decir que cierto interés se ha mostrado últimamente por el sector, pero las mejoras son insuficientes.

Cuando uno advierte por las calles del país, especialmente por las calles de los centros turísticos argentinos, a jubilados de otras naciones que pasan buena parte de su tiempo en un verdadero “jubileo”, conociendo otras partes del mundo, otras culturas y admirando la diversidad del planeta, no puede menos que compadecerse de la realidad de los jubilados argentinos.

Jubilados que, lejos de pasear por otras naciones, ni siquiera pueden admirar el paisaje de su propio país y solazarse con la calma de esta tierra o, lo que es más grave, adquirir aquellas cosas que son básicas y fundamentales para una vida digna.

Pese a los esfuerzos que desde distintos ámbitos se realizan por disimular la realidad, lo cierto es que muchos adultos mayores “están” (solo están, nada de viven) bajo la línea de pobreza. Muchísimos “permanecen” en sus últimos días en la indigencia. Si a eso se le suma la falta de contención de parte de la familia, debido a que todos los miembros salen a trabajar y en ocasiones se ven obligados a mandar al abuelo a un geriátrico, se completa el panorama que da como resultado la absoluta soledad al final de la vida. Si se realiza un sondeo sobre la cantidad de personas que cobran la jubilación mínima se llega a la conclusión de que cientos de miles de seres humanos cargados con toda una vida, llegan al final de ella con imposibilidades para pagar un alquiler, los impuestos, los alimentos, la vestimenta, los medicamentos y otros gastos derivados de las necesidades básicas de la vida. No se habla ya de algunos pequeños placeres que hacen también a la necesidad humana (como leer, escuchar música, pasear, viajar, etcétera).

Así las cosas, se advierte que muy lejos está de respetarse a muchísimos jubilados argentinos en cuanto a condiciones económicas se refiere.

¿Y si no se respeta lo económico, qué cosa se respeta? Poco y nada. Mejor sería decir nada, por cuanto el espíritu no puede estar sereno cuando el físico sufre. El ser humano, en lo temporal, es una unidad psicofísica-espiritual y cualquiera de sus partes que esté herida se reflejará en la otra.

Montaigne, el filósofo y escritor francés, decía que “Las arrugas del espíritu nos hacen más viejos que las de la cara”. Y el espíritu se arruga cuando la injusticia lo golpea.

La sabiduría de antiguas civilizaciones (consideradas por algunos rudimentarias y “primitivas”) determinaba que los ancianos fueran venerados y consultados, eran verdaderos consejeros en el Estado, en lo social y en lo familiar. Este posmodernismo ha convertido a nuestros mayores en “algo aparte”. Y en ello, no se advierte que el propio ser humano, joven o adulto, se aparta de sí mismo.

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