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¿El tiempo de la libertad?

Por: Leonardo Pedemonte

En los días que corren, donde cualquiera pareciera habilitado a pronunciar cualquier cosa escudándose en la libertad de expresión, se hace presente la desilusión que surge al contemplar cómo se ha vaciado de contenido la palabra y como la oquedad remanente se llena de cualquier fruslería o maldad; de cualquier superficialidad incoherente, atentando contra la lógica más elemental.

Lo único que interesa es decir algo, no importa lo que sea. Lo primordial es proferir un discurso, contar una historia y hacer partícipe de la misma a la mayor cantidad de personas, sin importar qué es lo que se está enunciando, o mejor dicho, despreciando las consecuencias que de ello se desprende.

Ha dejado de existir desde hace un largo tiempo la búsqueda de la verdad, lo que lleva a pensar que hay  muchos hombres que han dejado de buscar la libertad, su libertad. No les interesa más su trascendencia y ni qué hablar de la de los demás. Están encapsulados en un melodrama, en apariencias habilidosas que igualan a la verdad, que no les son propias, pero que les sirven para desviarse de la dolorosa y satisfactoria búsqueda de la liberación del ser.

¿Qué ha pasado que la sociedad ha dejado imponer discursos mentirosos que gustan de gobernar la voluntad del prójimo según su terco y falaz empeño?

¿Qué hace falta para torcer la historia? Es difícil saberlo. Quizá esto sea un punto de partida, es decir, permitirse la duda, abrirse a lo fragmentario, inconcluso y rudimentario del misterio. Pero esto solo no basta; es necesario revalorizar las palabras para volver al sendero de la verdad y la libertad. No hay novedad en esto; ya lo decía Juan Pablo II, no hay libertad sin verdad.

Siguiendo las palabras del recordado Papa y tomando las ideas del psicoanalista W. Bion, con toda propiedad se podría postular que la mentira envenena y que atenta contra la realización personal. Esta idea es crucial para empezar a pensar si es saludable que se pronuncien discursos insulsos y hasta maliciosos.

¿Se está viviendo realmente en un tiempo de libertad? El hundimiento que las palabras han sufrido, totalmente distorsionadas, ha ahogado al individuo y ha sido y sigue siendo funcional a un vaciamiento sistemático de la esencia. Hoy en día, cada vez más, se vive  en el mundo de las apariencias, es decir en aquello que nunca es, pero se parece, se disfraza, se mimetiza. 

En este tiempo y en este espacio alienado y vaciado de contenido, donde la mentira se ha establecido como verdad a través de los pseudo saberes, el hombre es  prisionero de su propia falta de reflexión y de su desinterés. Se ha conformado con las historias ajenas, con las falacias tranquilizadoras, anestesiado por los placeres superficiales que actúan como un bálsamo de  sus conflictos, a los cuales no es capaz de enfrentar e intentar tramitar.

Si se deja transitar por los senderos de la vida a la mentira se está permitiendo que algo no se conozca, y si no lo conoce la sociedad no puede actuar sobre aquello que se está escondiendo; por lo tanto, a cada uno de los miembros del conglomerado humano no se le permite crecer y se le oprime.

Como dice un gran sociólogo y querido amigo rosarino, la inteligencia ha de imponerse y recuperar el vuelo que un relativismo autoritario y dictatorial a veces, ha hecho caer, recortándole las alas de la razón y el sentido común. Desenmascárese la mentira e inténtese ir en búsqueda de la verdad, aunque no se la conozca y sea muy difícil de encontrar.

Ineludiblemente hay que volver  a respetar aquellas perlas escondidas, plenas de sabiduría y preñadas de sólidas cargas ontológicas que significan algo y no caer en la abstrusa maraña retorcida en la que se enredan culpablemente los más sofísticos argumentos, que a fuerza de inentendibles parecen ser originales en su vacuidad insanable. Es necesario el retorno a las palabras que definen haciendo brillar la verdad buscada. Es preciso entender que el silencio y la falacia no construyen a los hombres. El mundo debe ser pronunciado con toda la fuerza de la verdad, ya que es el único modo que tiene de ser transformado.

La palabra verdadera, como decía el educador brasileño Paulo Freire no es privilegio de unos pocos, sino derecho de todos los hombres. Por eso resulta ineludible la responsabilidad de cada ciudadano de ser celoso custodio de éstas, ya que son, a través de su intermediación, el modo por excelencia que tienen las personas para intentar llegar a la esencia de la cosa, a la cosa en sí.

Tomando un pasaje dela Biblia, podría decirse que se tendría que aprender a disfrutar de las palabras como disfruta el paladar un manjar y no permitir que el mero discursear, el palabrerío alienante termine conduciendo al matadero a las reses domesticadas  mutiladas de toda reflexión. 

Estas inquietudes llevan inexorablemente a pensar al diálogo como el encuentro de los seres humanos y a preguntarse en consecuencia, qué es de éste si es atravesado por el disfraz de la falacia. Quizá sean estas líneas un acercamiento al entendimiento de la fragmentación social que se vive hoy en día.

Licenciado en Filosofía y docente

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